Por Jorge Ramos Ávalos
El Mundial terminará con una nota muy alta. El guitarrista Carlos Santana, único y genial, tocará en la ceremonia de clausura en Río de Janeiro. Sé que odia los protocolos y las trampas de la FIFA. Pero el planeta vibrará con sus dedos mágicos. Y quizá hasta nos sorprenda con alguna de sus inusuales declaraciones, más espiritual que musical o futbolera.
Hablé hace poco con él durante la gira de promoción de su CD ‘Corazón’, realizado con artistas latinoamericanos y que está en los primeros lugares de ventas en varios países. Pero él no quería hablar de ventas, dinero o futbol.
‘Usamos la música para unificar este planeta’, me dijo.
‘Hay que hacer a un lado el concepto de patriotismo porque el patriotismo es prehistórico’. Su idea, por supuesto, choca de golpe con un mes de recalcitrante patriotismo en el Mundial; 32 equipos se han rasgado las camisetas y los más extremos nacionalismos y fobias han aflorado en la cancha y en las tribunas.
Pero él insiste. ‘Un pensamiento positivo crea millones de vibraciones positivas’, me dijo el autor de Oye Cómo Va y de Supernatural. ‘Solamente los que ven lo invisible hacen lo imposible’.
Cuando hablé con Carlos traía en mente uno de esos proyectos imposibles: juntar al Papa Francisco, al Dalai Lama y a varios presidentes, incluyendo a Barack Obama, en una conferencia por la paz. Él estaba dispuesto a tocar para todos ellos y a ellos les tocaba hacer la paz.
La idea, creo, se esfumó. Pero en la clausura del Mundial, las notas de los dedos más rápidos del rock van a improvisar una revolución. ¿Qué hace Santana en un escenario? ‘Yo sólo llevo a mis dedos de paseo’, me dijo.
‘No quiero perder mi capacidad de asombro. No tuve una niñez. Cuando era niño tenía que ayudar a mi papá en Tijuana para alimentar a mis cuatro hermanas y dos hermanos’. Este hombre de 66 años dice que se siente de 14 cuanto toca la guitarra.
Carlos no saluda de mano. Da abrazos. A todos. Pero durante la entrevista le pedí si podía tocar sus dedos. Me los imaginaba largos y callosos, llenos de marcas y torcidos de historia. En cambio me encontré 10 dedos de bebé, llenitos, impecables, como recién hechos, como si nunca en la vida hubieran tocado una cuerda.
Los dedos de Carlos y los pies de Pelé están, sin duda, entre las maravillas del mundo. Y este Mundial los une.
El año 1969 fue muy importante para Santana y Pelé. Santana se dio a conocer mundialmente en el festival de Woodstock. Ahí comienza la leyenda. Pelé, en cambio, mete ese mismo año su gol número mil en el estadio de Maracaná en contra del equipo Vasco de Gama. En ese 1969 –uno con sus dedos y otros con sus pies– pasan a la historia.
Pelé es, para mí, el mejor jugador que ha existido. Es el único con tres campeonatos del mundo. Era un imán. Una vez en la cancha, era imposible perderlo de vista. Éste es, lo sé, un juicio enteramente personal. Su primer gol contra Italia en la final del Mundial en México en 1970 lo tengo grabado como un lunar. Marcó mi niñez y la de millones más.
Para otros, sin duda, el mejor del mundo ha sido Diego Armando Maradona. Una encuesta de la FIFA en el 2002 le atribuyó a Maradona el mejor gol de la historia. En el Mundial de 1986, en cuartos del final, Maradona se lleva a casi todo el equipo de Inglaterra desde la mitad de la cancha para anotar. Messi, Neymar y James son un espectáculo. Pero todavía no son como Maradona y Pelé.
El de Brasil ha resultado ser un gran Mundial. Muchos goles, estupendos porteros –Ochoa, Ospina, Howard, Navas–, caídas insospechadas (¿qué pasó con España, Inglaterra, Italia y Portugal?) y la constatación de que el futbol latinoamericano es muchas veces más divertido y efectivo que el europeo.
El Mundial no tiene comparación. En la ceremonia de clausura del Mundial en Sudáfrica en el 2010 hubo 909 millones de televidentes. Esto es mucho más de los 111 millones de espectadores que vieron por televisión el último Super Bowl. El de Brasil promete romper todos los récords. En Internet y en las redes sociales ya lo hizo.
Mi trabajo –una bendición– me permitirá estar en la final en el Maracaná. Y me llevo a mi hijo Nicolás. Quiero que sepa que los dedos de Santana, los pies de Pelé y el futbol son un regalo imposible de empatar.
Fuente: JorgeRamos.com