Millones de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos se refugian en la música de Los Tigres del Norte para hacer más fácil su vida. Muchos de ellos saben que el grupo norteño de origen sinaloense también tuvo que sufrir las injusticias de la migración. The New York Times publicó el siguiente reportaje intitulado “The United States of Los Tigres”.
Cuatro horas antes de su show en Minneapolis, Los Tigres del Norte cenaban tranquilamente en el restaurante de su hotel. Ninguno de los comensales parecía tener idea de quiénes eran, ni tampoco el personal; hasta que un mesero que hablaba español los vio y tímidamente se acercó a su mesa.
“¿Son realmente ustedes?”, preguntó a Jorge Hernández, el vocalista y el mayor de los hermanos y primos que conforman el grupo. “No puedo creer que estén aquí en nuestro hotel. ¡Qué honor!”. Hernández reconoció cortésmente su identidad: “a tus órdenes”. Entonces, como efecto dominó, todos los trabajadores (meseras, cocineros, lavaplatos) dejaron sus quehaceres y se acercaron a Los Tigres del Norte para pedirles un autógrafo.
Aunque han hecho más de 50 álbumes y vendidos millones de discos en sus 45 años juntos, Los Tigres del Norte son casi invisibles en el Estados Unidos de habla inglesa dominante. Pero para la creciente población de habla hispana del país – especialmente los muchos inmigrantes mexicanos y centroamericanos que realizan labores menores en los campos, los sitios de construcción, las fábricas y los hospitales – son ídolos que cantan, desde la experiencia personal, de tratar de hacer una nueva vida en un nuevo país extraño.
“Los problemas que nuestro público tiene, nosotros los tuvimos alguna vez, y pienso que pueden sentir eso en nosotros cuando estamos en el escenario. Se identifican con nosotros, y nosotros con ellos”, comentó Hernández, de 62 años de edad.
A lo largo de los años, Los Tigres del Norte han grabado canciones en todo tipo de estilos, desde cumbias hasta lánguidas baladas de amor tipo bolero. Pero probablemente son mejor conocidos por sus corridos, un estilo tradicional de la canción narrativa mexicana, a menudo a ritmo de polka, y regularmente sobre un tema o personaje político o social.
Varias de las canciones de Los Tigres abordan directamente los desafíos que enfrentan los inmigrantes al llegar a Estados Unidos. La premisa de “Tres veces mojado” – que como “Vivan los mojados” y “El santo de los mojados” se apropia de un insulto étnico y lo convierte en un término de orgullo – es que los centroamericanos enfrentan una travesía especialmente difícil porque tienen que cruzar el río Bravo, el Suchiate y el Paz.
Otras canciones sus canciones tratan sobre las dificultades que surgen una vez que están en Estados Unidos. Quizá la mejor conocida, hecha dos veces película y en demanda constante en los espectáculos en vivo, es “La jaula de oro”, en la cual un inmigrante, próspero después de 10 años pero aún ilegalmente, lamenta que sus hijos nacidos en Estados Unidos no tengan idea de sus raíces y pregunta: “¿De qué me sirve el dinero si estoy como prisionero dentro de esta gran nación?”
Los Tigres del Norte no han vacilado en meterse en el debate estadounidense sobre la reforma migratoria. Cuando Arizona aprobó una legislación restrictiva en 2010, los integrantes de la banda norteña estuvieron entre los primeros en llamar a un boicot, y han grabado anuncios de servicio público instando a los latinos a registrarse para votar, un mensaje en ocasiones repetido en sus conciertos.
“Son más que un grupo musical”, afirma Juan Carlos Ramírez-Pimienta, un experto en corridos que da clases en la Universidad Estatal de San Diego-Valle Imperial. “Son líderes sociales también, que dirigen el curso de la conversación entre los mexicano-estadounidenses y la comunidad latina”.
Los Tigres, los hermanos Jorge, Hernán, Eduardo y Luis Hernández, y su primo Óscar Lara, provienen de una familia con raíces en el estado mexicano de Sinaloa, uno de los estados más violentos a causa del crimen organizado. Cuando Jorge era adolescente y Hernán tenía unos ocho años, llevaron una primera versión del grupo musical a Mexicali para probar suerte como un acto novedoso; cruzaron por primera vez hacia Estados Unidos en 1968, con visas temporales para tocar para reos hispanos en prisiones de California.
Pero el organizador de la gira huyó con sus pasaportes, y así los miembros del grupo se quedaron por su cuenta en San José, California, donde siguen viviendo todavía. Una familia inmigrante se apiadó de ellos, les ofreció alojamiento y pronto Los Tigres estaban tocando a cambio de propinas en restaurantes ahí: “un dólar por canción, 25 centavos, lo que podíamos conseguir”, recuerda Hernández.
“Hubo ocasiones en que quisimos regresar a México, pero teníamos una responsabilidad”, refirió. “Nuestro padre estaba realmente mal, tenía una parálisis y no podía caminar, así que queríamos reunir suficiente dinero para curarlo, y esa fue la razón de que dijéramos: está bien, podemos soportar esto”.
Durante el día, Jorge trabajaba en el campus de lo que es hoy la Universidad Estatal de San José como conserje o en la cafetería, antes de acudir a clases de inglés. Los miembros del grupo estuvieron en el país ilegalmente por un tiempo, pero todos, salvo Eduardo, que porta una tarjeta verde, son ahora ciudadanos de Estados Unidos y México.
Los Tigres del Norte tuvieron su primer gran éxito en 1974 con“Contrabando y traición”, un innovador corrido que mezclaba una historia de amor con el tráfico de drogas. En sus primeros años, dijeron los miembros del grupo, a menudo tocaban para trabajadores agrícolas migrantes en campamentos y cantinas, y por ello el calendario de sus giras seguía a la temporada de cosecha: uvas en California, luego manzanas en Washington, papas en Idaho, espárrago en Michigan, cítricos en Florida. (De esa experiencia salió “César Chávez”, un corrido sobre el líder del sindicato de trabajadores agrícolas).
Pero conforme la población inmigrante se ha extendido más allá de los centros tradicionales, también lo ha hecho el calendario de giras del grupo, especialmente durante la última década. Ahora actúan regularmente en estados del sureste como Georgia y Tennessee, así como en las Grandes Llanuras, donde los inmigrantes de habla hispana han acudido en tropel tras los empleos en los rastros y las empacadoras de carne.
En un concierto en una noche de domingo en el cavernoso Mid-America Center en Omaha a principios de junio, muchos de los fanáticos que asistieron eran esos latinos de clase obrera. Adolfo y Guillermina Zapata habían conducido durante dos horas desde Wakefield, Nebraska, donde ambos trabajan en una planta procesadora de huevo.
“Para cuando regresemos a casa, serán las 4:30 de la mañana, y tendremos que estar en el trabajo a las 6”, comentó Adolfo Zapata, de 54 años de edad, mientras la pareja estaba formada tras la actuación, aprovechando la costumbre de Los Tigres de firmar autógrafo o posar para fotografías con sus fanáticos. “Pero es el cumpleaños de ella, y son Los Tigres, así que no podíamos perdernos esto”.
En su presentación aquí, Los Tigres, como siempre hacen, alentaron a los miembros del público a solicitar sus canciones favoritas, que resultaron ser una mezcla de corridos políticos y canciones de amor. Pedazos de papel, algunos sujetos a sombreros de vaquero o cruces, fueron arrojados al escenario, con títulos de canciones y dedicatorias escritas con letra temblorosa.
“Crecí escuchando a Los Tigres del Norte, y vine al concierto porque ahora me veo en todas esas canciones suyas sobre inmigración”, dijo Iván Sánchez, un mexicano de 32 años de edad que llegó a Estados Unidos ilegalmente hace 10 años pero ahora tiene sus papeles y enseña español en una escuela preparatoria aquí.
“Son uno de los pocos grupos que cantan sobre la gente y lo que sufrimos en EU y en México. Cruzamos pensando en un sueño, pero encontramos que la vida no es tan fácil. Los Tigres entienden eso, y nos comprenden”.
Fuente: The New York Times