Por Paul Krugman
Los expertos en desigualdad esperan ansiosamente las actualizaciones de los datos Piketty-Saez, donde los economistas Thomas Piketty y Emmanuel Saez estiman la concentración del ingreso en el extremo superior de Estados Unidos con base en las declaraciones de impuesto a las ganancias.
La última edición no desilusiona: muestra, como podría esperarse pero debía confirmarse, que los muy ricos se han recuperado bien de la Gran Recesión, incluso mientras la gran mayoría de los estadounidenses sigue luchando. De hecho, la súper élite (el 0.01 por ciento de hasta arriba) en realidad tuvo ingresos más altos en 2012 que en el clímax de la burbuja.
Los nuevos datos también sirven como oportunidad para enfatizar un hecho clave que demasiadas discusiones de desigualdad pasan por alto: no estamos hablando del auge de una amplia clase de trabajadores educados, sino de una élite diminuta. La participación en el ingreso del 10 por ciento superior ha crecido a un nivel histórico; pero alguien pierde completamente el punto si piensa que el 10 por ciento superior es un grupo homogéneo.
De las ganancias del 10 por ciento superior, casi nada fue para el grupo de entre 90 y 95 por ciento; de hecho, la gran mayoría de las ganancias fue para el 1 por ciento de hasta arriba. A la vez, la mayoría de las ganancias del 1 por ciento de hasta arriba fue para el 0.1 por ciento superior; y la mayoría de esas ganancias fue para el 0.01 por ciento.
Realmente estamos hablando el florecimiento de una miniélite. Desigualdad tóxica.
The New York Times publicó recientemente un fascinante retrato de una sociedad que está siendo envenenada por la extrema desigualdad. La sociedad en cuestión es, en principio, altamente “meritocrática”. En la práctica, la riqueza heredada y las conexiones importan enormemente; los que no nacen en el nivel alto están (y así se sienten) en enorme desventaja. Además, algunos de los demás costos de la desigualdad son claramente visibles; por ejemplo, cascadas de gasto, donde los que están menos bien se sienten atraídos a endeudarse en un intento por estar igual. ¿La sociedad en cuestión? La Escuela de Negocios de Harvard, donde los estudiantes que no pueden gastar pródigamente en eventos sociales efectivamente son una clase inferior, y endeudarse para mantener las apariencias es aparentemente común.
El punto no es que debemos llorar por los estudiantes de clase media de la Escuela de Negocios de Harvard, cuya mayoría sigue teniendo mejores perspectivas que la gran mayoría de los estadounidenses. En cambio, el punto es que lo que pasa en la escuela es un microcosmos de lo que está pasando en Estados Unidos, y es una excelente ilustración del daño que puede hacer la desigualdad extrema.