Por Adela Navarro Bello
En México aquella consigna echa canción por José Alfredo Jiménez, se vive o se padece -mejor dicho esto último- todos los días. “La vida no vale nada” decía el de Dolores Hidalgo, Guanajuato, evocando más el dolor del alma que el impacto de la inseguridad que hoy tiene sumido al país en una suma infinita de cuerpos caídos.
Hay quienes matan por mil pesos o por menos, quienes lo hacen por venganza, por temor o por envidia; en el contexto del crimen organizado y el narcotráfico, también aquellos que matan para callar, para controlar o presionar, para conseguir más, para infundir temor o para demostrar poder. Para sentar un precedente.
Y luego están los criminales muertos a manos del Estado. Ahí los casos más recientes de la organización ilegal los caballeros templarios. Desde que Alfredo Castillo llegó a aquella región del país para representar el esfuerzo presidencial en la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico, dos criminales de peso han caído a las balas de marinos. Eso nos dicen a los mexicanos todos y eso debemos creer, porque vaya, no podemos demostrar lo contrario.
El primero fue el que no estaba muerto pero había sido informado que sí por el anterior gobierno encabezado por Felipe Calderón Hinojosa, Nazario Moreno “El Chayo”. Cuando nadie lo buscaba, los marinos lo encontraron y le dieron muerte. Luego el caso de hace unos días cuando en Querétaro, los marinos localizaron en un pueblo perdido llamado Colón, rodeado de elementos de seguridad a Enrique Plancarte, y le dieron muerte, solo a él y a nadie más.
Los marinos en México han resultado una joya del combate al crimen organizado. Matan a “El Chayo”, localizan a “El Chapo” y asesinan a “El Kike”, sacando de circulación a tres criminales de grueso calibre. Pero los mexicanos no sabemos nada de los operativos, ni de las investigaciones, y por tanto debemos creer la versión que comisionado alguno, sea el Comisionado para la Seguridad en Michoacán, sea el Comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, nos proporcionen. Su palabra en los últimos días es lo que vale… cómo si el gobierno federal tuviera algo de credibilidad.
Un narcotraficante vivo es, en definitiva y en aras de la investigación y el combate judicial al crimen organizado y el narco, más valioso que un narcotraficante muerto. El primero puede ofrecer información sobre quienes le han ayudado en su ilícita actividad, se le puede extraditar para seguir obteniendo información a la vez que alejarlo de las cárceles mexicanas que no garantizan el cese de actividades delincuenciales con la reclusión. Además, un narcotraficante sentenciado a muchos, pero realmente muchos, años de prisión sienta un precedente para futuras generaciones.
Un narcotraficante muerto por el contrario, abona a la impunidad pues nunca habrá castigo legal; un narcotraficante asesinado por miembros de las fuerzas armadas que en ese momento justo sirven a la justicia civil, es una mente silenciada. No podrá más dar los nombres de sus cómplices, tampoco ser juzgado por los múltiples delitos que cometió, entre ellos los homicidios que nunca tendrán solución ni serán casos cerrados. Un criminal muerto no puede delatar a quienes desde el poder político, administrativo y policíaco le ayudaron a escapar de la justicia por tantos años y cometer fechorías.
Los muertos no hablarán de ellos. No dirán los nombres de policías, militares, gobernantes, funcionarios, empresarios, y demás miembros de distinguidos sectores sociales y económicos, que les colaboraron en su ilícita tarea.
Y en los últimos meses, dos miembros de los caballeros templarios han sido abatidos. Así sin más. En el primer caso nos hicieron saber a los mexicanos que a “El Chayo” lo encontraron en un área rural, pero intentó defenderse de la detención y fue muerto a disparos, igual por parte de Marinos que intentaban defender su vida del delincuente. Y bueno, hoy como en el 2011 cuando Felipe Calderón dio por muerto a “El Chayo”, los mexicanos creemos –una vez más- lo que dice el Gobierno; muestran fotografías, fotografías de huellas dactilares como si cada uno de nosotros fuese experto en identificar huellas dactilares, como si con solo ver las fotos damos por seguro que sí, que sí, que esas son las huellas de “El Chayo”.
Lo mismito ocurrió hace unos días cuando Enrique Plancarte, otro Templario, fue abatido –así nos dijeron- por Marinos que lo localizaron en Colón, Querétaro. Que El delincuente estaba rodeado por sus guardaespaldas, que los Marinos intentaron aprehenderlo pero éste respondió y fue el único que cayó muerto. Ninguno de sus escoltas también delincuentes, cayó en el acto. Y una vez más, la presentación de fotografías, la presentación de las huellas, y la palabra de la autoridad de que fue abatido porque intentó no ser detenido.
Y los mexicanos lo creemos. Y la justicia pierde. Conozco policías en Baja California que deben acudir a los Juzgados Federales y Estatales una y otra vez porque detuvieron a un narcotraficante o a un secuestrador, y otros que participaron en balaceras donde alguno o varios delincuentes murieron y casi son linchados por agentes del ministerio público y jueces.
Pero no sé de ningún Marino que dé cuenta de las muertes de dos delincuentes, supongo que si en México la vida no vale nada, para la autoridad la vida de un criminal vale menos. O no es necesario esclarecer las condiciones en que fue muerto, porque se asume que la sociedad toda estará contenta porque un delincuente fue muerto. Puede ser que así sea, pero ¿Y la justicia y el estado de derecho que aplican a todos? Los narcotraficantes muertos no sirven de nada en aras de la justicia a las víctimas y a una nación bastante golpeada por la inseguridad.
Los narcotraficantes muertos sirven al gobierno para no investigar, para no indagar sobre sus cómplices en redes criminales y en estructuras gubernamentales y policíacas. Los narcotraficantes muertos son suplidos por narcotraficantes vivos que no fueron delatados. Los narcotraficantes muertos sirven al gobierno para amedrentar. Aun sin pena de muerte así terminarán. Sin investigar y sin dar justicia a las víctimas y castigo a los criminales. Con trabajo de inteligencia –como dicen- los muertos no hablarán de ellos.
Fuente: Sin Embargo