Con sus ataques empujaron la victoria de López Obrador. Con sus profecías apocalípticas, sus diatribas francamente golpistas, abonan ahora el camino de la transformación. Aceleran lo que, desesperadamente, quieren impedir…
Hablan en la radio, aparecen en la tv, publican en prensa y en redes; todos escriben desde la rabia. Sus propios gritos los ensordecen. Padecen de una especie de “ceguera de taller” ideológica: no miran mas allá de sus intereses. De por sí, jamás pisaban las calles. Son de esos “valientes” detrás de un escritorio.
Acostumbrados a moverse en los pasillos del poder, hoy que han sido expulsados de los mismos y su opinión ya no es dogma de fe, no entienden la exigencia de cambio de este pueblo que sufrió, por tantas décadas, la sumisión y el saqueo. ¿Cómo habrían de entenderlo si al bendecir al Presidente en turno y recibir dinero del erario se volvieron cómplices del viejo régimen? Solo Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto —conviene recordarlo— gastaron más de 100 mil millones de pesos en publicidad.
Hoy para que la realidad les cumpla sus deseos tratan de sujetarla a moldes que hace rato se rompieron. Son historiadores que se quedaron sin memoria, periodistas que más que contar los hechos se rebelan ante ellos, líderes que ya no guían a nadie.
Aquí, se les olvida, hubo una elección libre y auténtica como lo establece la Constitución; la más limpia, legítima y masiva de la historia de México; 30 millones de mexicanas y mexicanos ordenaron a Andrés Manuel López Obrador, con su voto consciente y razonado, que transformara al país, que terminara —de raíz— con el viejo régimen y la corrupción.
Las y los mexicanos que votaron por López Obrador, no son lerdos, ni ignorantes, ni necios, ni olvidadizos. Nadie los manipuló, nadie los compró, nadie tampoco los obligó a acudir masivamente a las urnas; sabían lo que querían pese a que estuvieron entonces, como están ahora, expuestos a la acción de los medios.
Escucharon y vieron en ellos a estos mismos comentaristas, columnistas, presentadores de radio y tv exponer los “peligros” que, para el país, la economía y la democracia podía significar López Obrador. Los siguen escuchando todavía porque hoy la libertad de prensa es y seguirá siendo absoluta.
Durante las elecciones, esos líderes de opinión atacaron con todo a AMLO. Se burlaron entonces —como hoy— de la “simpleza” de su programa; intentaron —como lo hacen hoy— reducir groseramente a clichés sus ideas políticas; le colgaron —entonces y ahora— todos los calificativos, hasta los más escatológicos, para desprestigiarlo.
Lo hicieron y lo hacen en todos los medios, a todas horas. Tenían tanto miedo, estaban tan arrebatados por la soberbia ideológica, que no entendieron el movimiento en el que se iba convirtiendo la campaña electoral. Hoy que lo que sienten por él es un odio profundo e irracional, no ven cómo ese movimiento continúa.
Una embestida mediática como la de las últimas elecciones no la hubiera resistido ningún otro candidato. A pesar de ellos —quizá incluso gracias a ellos— la mayoría de las y los mexicanos, en un acto libre, soberano y limpio, hicieron de la transformación del país un mandato cuya legitimidad es incuestionable.
Contra esa legitimidad y la democracia misma es que se alzan enfurecidos los antes lideres de opinión. Los desplazó la tecnología; los condenó su sumisión al poder. Hablan mucho de raiting, audiencias, hábitos de consumo, pero no saben nada de la gente.
Hasta los más recatados e inteligentes van perdiendo formas y memoria. Con sus ataques empujaron la victoria de López Obrador. Con sus profecías apocalípticas, sus diatribas francamente golpistas, abonan ahora el camino de la transformación. Aceleran lo que, desesperadamente, quieren impedir.
@epigmenioibarra