Por Alejandro Páez Varela
Veamos: Claudio Equis y Gustavo de Hoyos alegan que vivimos una dictadura y se dirigen a los trabajadores
El viernes pasado, a las 9:16 horas, amarré la bicicleta a un poste junto a un grupo de jóvenes que suministraba sillas de ruedas a quienes las necesitaran y me encaminé, seguido de dos chicas embarazadas, a formarme para recibir la primera dosis de la vacuna. Tenía la intención de escribir crónica: la espera, los diálogos a mi lado, la ansiedad de algunos, el enojo de otros y la desesperación. No pude ni sacar la libreta. A las 9:19 horas estaba frente a un funcionario que me pidió papeles y me llenó la forma de volada, y a las 9:21 caminaba hacia las carpas donde estaban los equipos de enfermería esperándonos.
Una auxiliar de más de 60 años nos mostró el vial de Pfizer y nos contó cómo se suministraría. Luego nos enseñó las jeringas y nos dijo en dónde las tiraría después de usarlas. Nos hizo ver las etiquetas, nos pidió no beber alcohol o fumar en los siguientes días y nos habló de los posibles efectos secundarios.
Y a las 9:28 de la mañana del viernes 14 de mayo de 2021, doce minutos después de hacer una cola que no era cola, una enfermera con manos de seda me acomodó el brazo y me dijo: “ya”. No sentí la aguja. Estaba vacunado.
Las personas (una mujer embarazada, dos adultas y un hombre más) que estaban conmigo y que compartimos el mismo vial apenas comentamos algo. Pero vi en sus ojos alegría. Quería tomarme una foto con la enfermera para recordarla siempre y me pareció imprudente porque había otro grupo a lo lejos ya listo, esperando. Hicimos fila, ahora de pie, y caminamos hacia afuera de ese primer patio de la escuela primaria. Cruzamos miradas y salimos adonde un grupo de jóvenes nos organizó para unos pasos de baile. Esperamos estirando las piernas un posible efecto secundario. Y a poco antes de que dieran las 10 de la mañana tomaba mi bicicleta de regreso a casa.
A diferencia de otros días, cuando salía también en bicicleta a buscar algo de la alacena, me dieron ganas de tomar café en una esquina, comer pan, platicar con alguien. He huido de cualquier conversación casual durante un año; he huido de los lugares públicos y, debo confesar, he visto en todos cara de coronavirus. Me acomodé el cubrebocas y me atreví a pararme en una panadería. Había jóvenes conversando y dos adultos mayores, relajados, comiéndose una empanada de higo. Acomodé mi compra en la alforja de la bicicleta y ahora sí me encaminé a casa, respirando por el filtro N95 y pensando en el año que ha pasado. Un año en el que los privilegiados vivimos encerrados y los que no tuvieron de otra salieron a la calle a ganarse el pan, la sopa y los tacos.
La cabeza es una madeja con muchas puntas de hebra. Jalé una. Me pregunté cómo impactará la vacunación en las elecciones de 2021 y me dije que sí, definitivamente sí, muchos irán a votar influenciados por la experiencia de la vacunación. Decir que no es mentir. Se acomodó a tiempos electorales, aquí y en cualquier parte del mundo donde haya elecciones. La alianza opositora habría querido que fuera un desastre pero no lo es, al menos en mi experiencia; faltan dosis pero andamos en niveles de vacunación de Brasil, India, Rusia y el promedio de Sudamérica; estamos encima de Japón y de Paquistán, dos ejemplos que nos ponía Julio Frenk a Álvaro y a mí en una entrevista. La vacunación afectará en el proceso que viene, claro. Así como afectará el desastre de la Línea 12, la inseguridad o el innegable hecho de que la batalla contra la corrupción, para ser el eje de este Gobierno, se ha quedado en demasiadas palabras.
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Dos datos importantes: Morena tiene 43 por ciento de las preferencias a la Cámara de Diputados y el 60 por ciento de los mexicanos aprueba el trabajo de Andrés Manuel López Obrador, de acuerdo con el promedio de encuestas que publica el compañero Efrén Flores, de la Unidad de Datos, en el PULSO de SinEmbargo. Estos resultados son muy parecidos a los ponderados que sacan El País y Oraculus. Requiere mucha atención analizar el efecto que tiene sobre el partido en el Gobierno las campañas contra el Presidente, donde se le achaca atentar contra la libertad de expresión, ser un dictador, un violador de los derechos humanos y un irresponsable. ¿Por qué mantienen Morena y AMLO esos niveles de aceptación? ¿Les pegan las campañas de desprestigio que están en todos los diarios, en todas las redes, en todos los noticieros y en todas las paredes? Mi conclusión es que sí deben pegarles. Pero obviamente no tanto como echarlos a patadas de Palacio.
Otra manera de explicarlo es a través de sus opositores. Veamos: Claudio Equis y Gustavo de Hoyos alegan que vivimos una dictadura y se dirigen a los trabajadores: les piden votar por Va por México, es decir, por los grandes patrones que no pagan impuestos. Felipe Calderón defiende los derechos humanos y es crítico de la violencia. Movimiento Ciudadano denuncia la inseguridad y pide voltear a ver a Cajeme, donde les mataron a un candidato, y no al Jalisco de Enrique Alfaro. Y el colmo: PAN, PRI y PRD hablan de corrupción, deuda, bajar impuestos y de crisis económica. ¿Les queda lengua con tantas mordidas? Es como escuchar a Javier Lozano o a Pedro Ferriz de Con defender la libertad de expresión. Ay, ay, ay, muelen los dedos hasta de escribir ésto último. ¿Cuántas veces marcharon Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín por el asesinato de Javier Valdez? ¿Marcharon?, porque no los vi.
¿Pues qué piensan que hemos vivido en coma todos estos años?
Ahora sí, explíquese los niveles de AMLO y de Morena en los promedios de encuestas.
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No es la vacuna –estarán de acuerdo los que ya traemos una o dos dosis–: es el deseo que tenemos de retomar nuestras vidas. Y el caldito transparente que te ponen en el músculo tiene un efecto mágico: te sientes más cerca de la libertad. Llevo un año encerrado y este fin de semana, con todas las precauciones, salí a comprar plantas y una maceta. Me sentí más libre. Nos sentimos más libres. Ya iré al Centenario por unos tequilas; al XelHa por un queso asado o al Covadonga por unas croquetas de atún. Me siento cada vez más cerca de unos tacos de cabeza y unas quesadillas de flor de calabaza en plena banqueta.
Y es curioso que una vacuna y no Claudio Equis o De Hoyos hagan a millones sentirse más cerca de la libertad. Deberían preguntarse por qué. Será que cuando la gente sale de sus casas no ve las tanquetas de Colombia o de Brasil; o porque nunca tuvieron poder y tampoco se los quitaron en últimas fechas, como a ellos. Será que generaciones de mexicanos han vivido este país en la peor de las prisiones: la de la pobreza. Será que cuando hablan de una dictadura la gente puede preguntar que alguien le explique hacia dónde voltear. Porque para dictadores, los patrones de este país, que aliados de políticos tuvieron de rehén el salario por décadas; para condiciones de esclavitud, las de miles de empresas que lloran por los impuestos. Y no digo que todos los empresarios son el diablo; sería yo un idiota: digo que algunos, sobre todo los de mero arriba, los que extrañan el poder: allí, donde los Equis y los De Hoyos cohabitan.
Será que no todos dormíamos en los colchones de la corte y no todos nos sentimos echados a la calle. Será que no todos vivíamos de contratos multimillonarios y ahora debemos limpiarnos el sudor (con miles de millones que ya sumamos). Será, simple como suena, que su vida no es la de todos los demás. Y entonces una simple vacuna nos alegra.
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Y dejo un regalo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, del Capítulo 58. Por si alguien lo había olvidado:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”