López Obrador y los medios

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(El juego, las reglas y las fichas son del presidente)

Por Diego Salazar

Hace unos días Antonio Attolini, candidato a diputado federal por el partido oficialista Morena, dio una entrevista a LatinUS. Entre muchas otras cosas, el antiguo vocero de la campaña del hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, decía lo siguiente: “Quizá (en) la idea del sacrificio en nombre de algo más grande, (el presidente López Obrador) podría parecerse a los más grandes líderes de la historia”.

El entrevistador le pregunta a quiénes y Attolini responde: “Por supuesto que a Jesús Cristo (sic), pero Mahatma Gandhi, Luther King, Mandela, está a ese nivel”.

Los medios, como hacen habitualmente con este tipo de comentarios, reprodujeron las provocativas palabras de Attolini, uno de los seguidores más entusiastas y prolíficos del presidente, en decenas de notas con titulares como “AMLO está al nivel de Jesucristo, Mahatma Gandhi, Luther King y Mandela: Antonio Attolini”.

Rápidamente Twitter se llenó de links, bromas e insultos que replicaban al infinito la ocurrencia del candidato de Morena. Al punto de que, poco después, los mismos medios recogieron en nuevas notas las reacciones en redes sociales que la frase había suscitado. Por si hacía falta cerrar el círculo del disparate.

Es un guion habitual, que vemos repetirse a diario: los distintos voceros del oficialismo o el propio López Obrador sueltan una declaración controversial —un ataque, una pulla, un sinsentido llamativo— y los medios, sobre todo aquellos más críticos con el presidente, se llevan las manos a la cabeza, agitan los brazos en señal de protesta y redactan titulares indignados y encendidas columnas de opinión repitiendo la ocurrencia y amplificándola al infinito.

En ese esfuerzo no solo amplifican el mensaje sino que también consiguen sepultar bajo esa ola de indignación otras muchas cuestiones más relevantes —y peligrosas— que el gobierno está haciendo o anunciando que hará, como la creciente militarización del país o crear una nueva Constitución.

Así funciona la propaganda. Para eso está diseñada.

Como escribe la historiadora Ruth Ben-Ghiat, la propaganda es, en esencia, “un set de estrategias de comunicación diseñada para sembrar confusión e incertidumbre, desalentar el pensamiento crítico y persuadir a la gente de que la realidad es lo que el líder dice que es”.

Y es también “un sistema de manejo de la atención que funciona con base en la repetición. El Estado disemina un mensaje por medio de múltiples canales e instituciones para sincronizar a la sociedad alrededor de la personalidad del líder y sus prioridades ideológicas”.

O en palabras del propio Attolini: “A la propaganda no hay que tenerle miedo, es un sentido político de las ideas”. El aspirante a diputado sabe bien de lo que habla. Las extravagancias deliberadas o declaraciones en el límite del ridículo o la mentira le son todo menos ajenas.

Hace poco más de un año, por ejemplo, cuando el país soportaba a diario el show de la falsa rifa del avión presidencial, publicó un mensaje en sus redes sociales en el que anunciaba que ya había comprado un boleto y llamaba a sus seguidores a hacer lo mismo: “Si me lo gano, prometo donarlo para que se convierta en un avión-hospital”, dijo. A sabiendas, claro, de que se trataba de un imposible, ya que la rifa no sorteaba el avión en sí, sino un premio económico equivalente a su supuesto valor de mercado. Una estupenda muestra de la definición que hace el filósofo Jason Stanley en su libro How Propaganda Works: “(La propaganda) es el empleo de un ideal político en contra de este mismo”.

No hay que tenerle miedo a la propaganda ni al ridículo, dice también Attolini en su ya famosa entrevista: “La consideración más importante de un político (es) no tenerle miedo al ridículo”.

Esa falta de vergüenza o de sentido del ridículo es una condición clave en el ejercicio propagandístico y casa a la perfección con el carácter performativo que exige hoy el contenido producido para internet. Y hoy todo —sobre todo los mensajes políticos— es producido para internet. La propaganda de nuestro tiempo está diseñada para viralizarse en redes sociales.

Los diseminadores de propaganda cuentan hoy con una ventaja adicional: los intereses mal alineados de los medios de prensa, optimizados en buena medida para intentar atraer tráfico con titulares llamativos que pesquen usuarios en el océano informativo de las redes sociales, hacen que estos se conviertan en altavoces involuntarios e irreflexivos. Aun queriendo ser críticos o imparciales, si es que eso último es posible, terminan siguiendo a pie juntillas la agenda impuesta a diario por el propagandista.

Pero, además, mientras creen que cumplen con su deber de informar o que están siendo adversarios durísimos del político de turno, lo que consiguen ya no solo es amplificar su mensaje y sepultar los muchos otros asuntos que este no quiere que se ventilen o discutan, sino que le dan lo que más necesita: un enemigo al que atacar.

Un enemigo, por cierto, que el mismo líder ha moldeado y definido a su gusto de antemano.

Lo que buena parte de periodistas y analistas críticos del gobierno de López Obrador no parecen entender es que cuando se lanzan furibundos al cuello del presidente o sus acólitos, y elevan exaltados un dedo inquisidor señalando la desmesura, falsedad o ridiculez de sus palabras, están alimentando y confirmando el relato que el presidente ofrece a sus seguidores día tras día: ¿Ven cómo me atacan?

El viernes 26, en su habitual conferencia de prensa matutina, López Obrador decía esto en referencia a varios medios críticos con su gestión: “Han olvidado la ética y han olvidado de que los medios de información (sic) deben de estar lo más cerca que se pueda a los ciudadanos y a la verdad, y lo más distante que sea posible del poder, del poder político y del poder económico, ese es el periodismo. En este caso no es así, todos en contra de nosotros. Pero no nos vamos a mover porque nos convertiríamos en cómplices de la corrupción”.

¿Ven el binomio que plantea el presidente? Nosotros, el gobierno cerca de los ciudadanos, enfrentados al corrupto poder económico y político que los medios defienden.

Los medios, en el relato que López Obrador viene construyendo desde que asumió el cargo, son cómplices y agentes del “conservadurismo”, el “neoliberalismo” e “intereses privados” ajenos a los intereses del “pueblo bueno y sabio” que él, y solo él, representa.

Los medios, de forma inexplicable si atendemos a lo que hemos visto ya en otros países —el Estados Unidos de Donald Trump, el Brasil de Jair Bolsonaro, la Rusia de Vladimir Putin, la Polonia de Andrzej Duda—, caen en el juego amañado que plantea el presidente y sus voceros. Y le dan justo lo que necesita.

Amplifican el mensaje diseñado desde Palacio; sepultan sin querer los temas incómodos o inconvenientes para el proyecto oficialista; y asumen, de cara a la audiencia, el papel que el presidente ha escrito para ellos y que recalca día a día desde la pantalla más importante y vista del país: enemigos del pueblo, cómplices del poder, agentes de la oposición.

Esta es la llave de judo que buena parte de la prensa no parece querer entender: mientras sigan siendo percibidos como “oposición” por una audiencia que mayoritariamente apoya al presidente y desconfía de ellos (solo 39% de los mexicanos confía en los medios según el Digital News Report 2020 del Reuters Institute, una caída de 11 puntos respecto al año anterior), sus críticas, justificadas o no, caerán en saco roto y, en realidad, servirán para apuntalar el relato oficial y seguir oscureciendo las verdades incómodas para el gobierno.

En otro momento de la entrevista, el aspirante a diputado Attolini dijo un par de cosas muchísimo más atendibles que la boutade sobre Jesucristo: “Creo que el presidente tiene un plan, y quienes lo conocemos y votamos por él entendemos más allá de lo evidente hacia dónde va”.

¿Hacia dónde? La respuesta nos la brinda el propio Attolini cuando el entrevistador le pregunta si llegaron para quedarse: “Llegamos para derrumbar al neoliberalismo, eso es (para) lo que se nos convocó, y necesitamos al menos 36 años”.

Sobre eso, lastimosamente, nadie, ningún medio, ha dicho nada.

* Diego Salazar es periodista y autor del libro ‘No hemos entendido nada: Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo’.

Fuente: The Washington Post

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