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La enorme atención concedida a los alcances y retrocesos de la Cumbre de las Américas ya no permite distinguir entre lo puramente coyuntural y lo que vale la pena retener. Entre lo segundo se encuentran las debilidades estructurales del gobierno de Biden para conducir los asuntos hemisféricos, el desdibujamiento de América Latina como actor internacional unificado y la imposibilidad de encontrar una salida para manejar acertadamente los temas de mayor gravedad, como el fenómeno de la migración.
A pesar de algunos documentos elaborados durante la campaña dedicados a proponer una nueva política del gobierno de Biden hacia América Latina, lo cierto es que no se dan las condiciones para ponerla en marcha, ni en el interior del Partido Demócrata ni en los países de la región.
Los temas difíciles, como Cuba o Venezuela, están demasiado contaminados por la disputa con los republicanos. Cualquier movimiento para alterar la inercia existente invita a tomar en cuenta el costo que puede tener para avanzar o retroceder en un distrito electoral. Razonamiento particularmente importante cuando se acercan elecciones intermedias que serán definitivas para el futuro del gobierno de Biden y, en general, para el sistema político estadunidense.
El comportamiento de Henry Cuellar, representante demócrata por Laredo, Texas, es buen botón de muestra del grado en que los anhelos demócratas de trazar nuevas avenidas se ven paralizados por la lucha electoral tan cerrada en la que están operando.
De otra parte, la incapacidad de los cuadros del Departamento de Estado para construir una relación más sólida con los países del sur quedó en evidencia con los preparativos tan desordenados y poco profesionales que han precedido a la reunión de Los Ángeles. Resulta sorprendente que se decidiera convocarla sin tener una agenda clara de lo que quería obtenerse y sin haber detectado oportunamente los contratiempos que podrían presentarse.
A su vez, los países latinoamericanos viven momentos muy distintos a la época en que la subordinación a Washington podía darse por sentada. Desde un punto de vista económico, el comercio, las inversiones y los aportes en ciencia y tecnología han dejado de provenir de Estados Unidos. La mayoría de países latinoamericanos tienen como principal socio comercial e inversionista a China; la realidad es muy distinta a la del siglo pasado.
Desde luego que mucho puede señalarse sobre los costos y también ventajas de tener como socio privilegiado a China. Sin embargo, las experiencias de la época en que fueron “patio trasero” de Estados Unidos no son para añorarse.
Uno de los cambios más significativos para entender lo que pasa en la región es la falta de cohesión latinoamericana para hablar con una sola voz, una situación que ha empeorado en los últimos 10 años. No vale recordar los múltiples motivos que han dividido profundamente la posición internacional de los países de la región. Los puntos de vista opuestos sobre cómo abordar los problemas de Venezuela; el desmoronamiento de agencias de coordinación que parecían prometedoras, como Unasur, y el distanciamiento brasileño de los mecanismos de concertación, como la Celac, han contribuido al desdibujamiento de la región en el ámbito internacional.
Dentro de la situación anterior, es interesante preguntarse quiénes podrían ser los dirigentes políticos en América Latina capaces de alentar posicionamientos internacionales comunes. La mirada se ha dirigido en ocasiones a México, después de sus esfuerzos exitosos para prolongar la vida de la Celac.
Sin embargo, hay muy poca seriedad en algunas de las ideas que AMLO ha puesto sobre la mesa, como construir algo similar a la Unión Europea, desaparecer la OEA o propiciar la autosuficiencia hemisférica para distanciarse de China. Difícil utilizar tales propuestas para cohesionar la política internacional latinoamericana.
México es el país que mayormente interesa a Estados Unidos. No en balde una frontera de más de 3 mil kilómetros. Es el país latinoamericano cuya vinculación económica y social con Estados Unidos lo convierte en un caso singular. Ahora bien, dentro de la multiplicidad de temas conflictivos presentes en una relación tan compleja, el fenómeno de la migración es el más grave.
El crecimiento de los movimientos forzados de personas es uno de los problemas sobresalientes del presente siglo. En el caso del Hemisferio Occidental, ha tenido su expresión más visible en el aumento cuantitativo y cualitativo del flujo de personas que buscan transitar por México para llegar a Estados Unidos.
Las imágenes que aparecen diariamente en los medios de información sobre los miles de personas que se agolpan en las zonas fronterizas del norte y del sur de México para avanzar en su anhelo de llegar a Estados Unidos son muy perturbadoras. Sobre todo cuando se tiene en mente, por una parte, las posibilidades de que sean manipuladas, extorsionadas o asesinadas por el crimen organizado que florece en México; por la otra, que encontrarán el rechazo de un país tradicionalmente receptor de migrantes pero que actualmente está convencido de que quienes llegan desde el sur son un peligro para la seguridad nacional estadunidense.
La frontera debe cerrarse, es el lema que orientó la política de Trump y, con cambios retóricos, sigue inspirando a los dirigentes demócratas. Cierto que ahora se habla de combatir las causas de la migración, de tener una aproximación más humana hacia los migrantes, de cooperar con los países centroamericanos generadores de migrantes, etcétera. La conceptualización del fenómeno no cambia: ver a los migrantes como mano de obra necesaria para la economía estadunidense se acepta de manera muy limitada, nunca como punto de partida para una mirada distinta del fenómeno migratorio.
Es difícil imaginar cómo se abordará el fenómeno de la migración en la Cumbre que se avecina. Cualquier intento de verlo como un fenómeno generalizado que requiere de cooperación hemisférica sólo dará lugar a declaraciones de buena voluntad sin sustancia, similares en su superficialidad a las que surgieron en el encuentro de los tres amigos: México, Estados Unidos y Canadá.
Al igual que en muchas otras partes del mundo, las relaciones hemisféricas atraviesan grandes incertidumbres, suscitan temores e invitan a buscar propuestas de cooperación para superar el difícil bache que deja la pandemia y ahonda la guerra de Ucrania. La Cumbre es sólo un momento que pone en evidencia nuevas situaciones. Los problemas serios deben enfrentarse desde otras trincheras, con criterios distintos para distinguir entre lo coyuntural y lo importante.
Fuente: Proceso