Tienen razón quienes forman parte de la élite intelectual cuando dicen en su desplegado que México “se debate entre la democracia y el autoritarismo, entre las libertades y el abuso de poder… entre la división de poderes y la presidencia autocrática”. Esta es, precisamente, la disyuntiva a la que nos enfrentamos, solo que las y los abajo firmantes —que hablan del pasado como si este país hubiera sido Suiza— representan y defienden paradójicamente justo lo que tanto dicen temer.
Si este 6 de junio los opositores logran los suficientes votos para, como propone el desplegado de la intelectualidad, “rectificar el rumbo”, sus predicciones catastróficas —formuladas con la retórica del anticomunismo más rancio— se harán realidad.
La verdadera destrucción de México, producto de la monstruosa desigualdad social, la corrupción, la impunidad, la demolición de las instituciones y el remate de los bienes nacionales en la época neoliberal, habrá de continuar y consumarse si damos marcha atrás, si —con nuestros votos o, peor todavía, por nuestra indiferencia— se detiene el proceso de transformación y se dan, así, los primeros pasos para la restauración del viejo régimen.
A este llamado urgente de los que fueron, como dice Ryszard Kapuściński, “dueños del oído presidencial”, esos que disfrutaron de las mieles del poder y recibieron una generosa porción de la partida secreta, a su petición de votar contra Morena para “salvar a México”, para “evitar su destrucción” y arrebatar a Andrés Manuel López Obrador la mayoría legislativa, yo respondo haciendo un llamado también urgente —pero basado en hechos reales y no en falacias— a mantener el rumbo, a ratificar la decisión expresada en las urnas en 2018 y a votar este 6 de junio por Morena y sus aliados, para consolidar y profundizar el proceso de transformación de nuestro país.
En el México del viejo régimen no había tal cosa como la división de poderes. La Presidencia autocrática mandaba sobre jueces, magistrados, fiscales y legisladores. A punta de sobornos, extorsiones o amenazas, el Presidente en turno imponía su voluntad, que era la voluntad de la élite empresarial que sobre él mandaba. Sobre todos los poderes del Estado se imponía el poder económico. Cambiaban solo los inquilinos de Los Pinos; el proyecto de dominación era el mismo. Una especie de “Reich de mil años” que duró casi 40 en los que el PRI y el PAN compartían el botín y el poder.
Feroz era la reacción del régimen contra los opositores al proyecto neoliberal. El poder autoritario fulminaba, censuraba o compraba a quien se atrevía a alzar la voz. La represión, el linchamiento mediático, el aplastamiento propagandístico eran la norma. Las y los intelectuales que firman el desplegado lo saben. Algunos hay entre ellos que incluso lo padecieron. ¿Perdieron la memoria? ¿Olvidaron los abusos de poder? ¿Las corruptelas? ¿Las masacres perpetradas por las fuerzas del orden? ¿Las desapariciones, los levantones, los asesinatos? ¿Las llamadas de Los Pinos a los dueños de los medios en los que trabajaban?
Desmemoria, conveniencia, complicidad, ignorancia, miedo, prejuicio, avaricia, obsesión por volver a un pasado que solo para unos cuantos fue mejor. De todo esto está preñado el desplegado de marras y el discurso de la derecha al que hay que responder diciéndoles como lo hace en Twitter @LaChiquisyareli: “Su odio a AMLO está basado en mentiras, en miedos, en cosas que jamás pasaron ni pasarán. Mi desprecio al Prian está fundado en tragedias, en hechos reales, en cosas que sí pasaron y que no quiero que vuelvan a pasar”.
@epigmenioibarra