Libros en familia

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Por Jorge Zepeda Paterson

Si entre sus propósitos de año nuevo se encuentra leer más que el año anterior, a continuación recomiendo algunos títulos a conseguir, antes de que la realidad y la desidia nos hagan abandonar los buenos designios, como suele suceder entre febrero y marzo. Total, una vez que se encuentren en el librero nos harán guiños el resto del año.

A propósito de abandonos y reintentos, la biografía de Andre Agassi, Open, memorias (Duomo Editorial) no tiene desperdicio. Descarnado y muy bien escrito (gracias a la colaboración de J.R. Moehringer), el tenista norteamericano no se ahorra detalles a la hora de dar cuenta de sus depresiones, caídas y arrebatos. Una vida dedicada al tenis, deporte que odia pero al que está encadenado porque el destino la convirtió en la única actividad en la que podía escapar de un padre embrutecedor. Tu no odias al tenis, eres una estrella, le dijo su primera esposa, la actriz Brooke Shields de la que terminó divorciándose. ¿Odias al tenis? ¿Cómo todos, no? le dijo Steffi Graf, quitándole importancia a su drama. La campeona alemana terminó casándose con él y le ayudó a deshacerse de una buena parte de los demonios que derrumbaron su carrera. Al final, en un regreso legendario, Agassi logró retirarse en la cumbre del tenis, tras varios años de fracasos.

Sin los ingredientes dramáticos de la vida del norteamericano, tampoco es mala la autobiografía de Rafael Nadal,Rafa, mi historia (Urano), con la ayuda del extraordinario John Carlin (escritor de deportes y autor de Invictus, sobre la vida de Mandela). Mucho más centrada en el deporte blanco, ofrece un buen vistazo al ambiente en los vestidores, a las canchas de entrenamiento y a las guerras psicológicas de un atleta de alto rendimiento.

En los últimos días de diciembre me eché una zambullida en tres libros de relatos de familia. Los tres excelentes, aunque por distintas razones. El cerebro de mi hermano, de Rafael Perez Gay (Seix Barral) es un extraordinario esfuerzo para entender lo incomprensible: el proceso absurdo a través del cual se extingue la memoria y el conocimiento, en suma la substancia de la que estamos hechos, tras una enfermedad neurológica. Particularmente trágico en el caso del cerebro de José María Pérez Gay, traductor y ensayista erudito.  El texto de Rafael es también una reflexión sobre las complejas aunque entrañables relaciones entre hermanos y ofrece, de paso, un vistazo a la vida política e intelectual de la Ciudad de México de la segunda mitad del siglo XX.

El abordaje de familia que hace Gonzalo Celorio, El  metal y la escoria (Tusquets), es de más amplio espectro, tanto por lo que toca a los personajes como al período. Un largo recorrido por la generación de sus abuelos y sus padres, originarios de Asturias, España, termina siendo una revisión a “nivel de calle” de la vida del migrante y su difícil inserción en el México del siglo pasado. Los parientes de Celorio no son personajes ejemplares. La mayor parte de sus tíos son alcohólicos  y a tal grado manirrotos que se las arreglan para diluir la fortuna heredada del abuelo migrante. Y sin embargo, al final del texto han resultado tan entrañables que el lector se siente parte de la familia.

Con el libro de Celorio pasa lo mismo que con el más reciente de Héctor Aguilar Camín, Adiós a los padres (Penguin Random House), literalmente una biografía de Héctor Aguilar Marrufo y de Emma Camín y el hogar que fundaron en Chetumal, Quintana Roo. Son libros sabrosos, muy bien escritos que dejan en el lector la sensación voyerista de haberse introducido en la intimidad de una familia, con todos los misterios, milagros e infamias que eso entraña. Es decir, una familia como la nuestra, como la de todos.

Este año descubrí (o me descubrieron) tres autores que habré de adoptar incondicionalmente. La norteamericana Donna Tartt, el libanés-canadiense Wajdi Mouwad y el noruego Karl Ove Knausgard. Los tres escapan a los cánones tradicionales de la clasificación de géneros literarios; destacan igualmente por la calidad de su prosa y por su ingenio y creatividad.

Donna Tartt se caracteriza por largas y minuciosas novelas (en cada una de las cuales invierte una década) de personajes aparentemente simples y amables que al correr de las páginas se vuelven misteriosos, complejos y oscuros. Obras como El secreto y El jilguero (Lumen) nos hacen recordar que la vida transcurre en gran medida en los huecos de las conversaciones, en las opacidades, en los pliegues de las pieles que se rozan.

Si usted es amante de los animales tendría que leer Ánima, de Wajdi Mouwad (Destino); y si no lo es, también. Un texto profundamente humano y desgarrador narrado por insectos y bestias, que nos dejará rumiando mucho tiempo después de haberlo terminado.

¿Y el noruego Knausgard? Bueno, él merece texto aparte la próxima semana. Eso si alguna proeza de Peña Nieto y sus colegas no nos quitan la oportunidad.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

Fuente: Sin Embargo

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