Liberación de Caro reabre viejas heridas

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Una mañana soleada de invierno en 1984, dos jóvenes parejas estadounidenses vistiendo su mejor ropa de domingo iban de puerta en puerta en la ciudad mexicana de Guadalajara dando a conocer su fe como testigos de Jehová. Pocas horas después desaparecieron.

El mes siguiente, un periodista estadounidense salió con un amigo al final de un sabático de un año que se había tomado para escribir una novela de misterio. Los dos hombres también desaparecieron.

A los 10 días, Enrique “Kiki” Camarena, agente antidrogas estadounidense, también fue secuestrado, torturado y asesinado por el cártel de las drogas más poderoso de México, lo que provocó uno de los peores episodios de tensión entre Estados Unidos y México en décadas recientes. Mientras agentes de la DEA buscaban a los asesinos de Camarena, algunos testigos les dijeron que el cártel había confundido a los otros seis estadounidenses con agentes encubiertos y los había matado, al igual que a Camarena.

Rafael Caro Quintero, líder del cártel, fue liberado de prisión este mes, 12 años antes de cumplir su sentencia luego que un tribunal de apelaciones revocó su sentencia por tres de los asesinatos. Para Estados Unidos y México, la liberación, que ocurrió sin información previa y antes del amanecer, ha desatado un gran esfuerzo por devolverlo a prisión. Para los familiares de los seis estadounidenses asesinados antes que Camarena, la decisión ha revivido amargos recuerdos de la brutalidad que en su momento fue el catalizador de la era moderna del narcotráfico en México.

“Nunca imaginé que esto sucediera, que Caro Quintero estuviera en liberad a los 60 años”, dijo Eve, viuda del periodista John Clay Walker y que ahora vive en Atlanta. “Probablemente no ha habido un día en los últimos 30 años que no haya echado de menos a mi esposo y que no haya deseado que estuviera aquí para ver crecer a las niñas”.

“Fue duro criarlas sola, pero tenía el consuelo de saber que el responsable estaba en prisión y de que seguiría ahí”.

El asesinato sistemático de siete estadounidenses en tres meses se destaca en el largo y sangriento historial del esfuerzo respaldado por Estados Unidos para aplastar el narcotráfico en México. Decenas de miles de mexicanos han muerto y decenas de estadounidenses han sido asesinados en hechos violentos vinculados con los cárteles, con frecuencia debido a sus relaciones con personas vinculadas con el narcotráfico. Pero asesinar a agentes federales de Estados Unidos sigue siendo tabú para la mayoría del crimen organizado en México, al igual que la victimización deliberada de estadounidenses sin vínculos con la guerra contra el narcotráfico.

Walker tenía 37 años cuando, de acuerdo con testigos, él y su amigo Alberto Radelat, un dentista de Fort Worth, Texas, entraron a “The Lobster”, una lujosa marisquería de Guadalajara donde Caro Quintero y su grupo celebraban una fiesta privada. Otros han dicho que Walker y Radelat fueron secuestrados en la calle por hombres del capo mientras el cártel buscaba ansiosamente a los agentes de la DEA responsables de una agresiva ofensiva contra grandes operaciones de cultivo y tráfico de marihuana.

Los cuerpos torturados de Walker y Radelat fueron encontrados poco más de cinco meses después en un parque en las afueras de Guadalajara. Eve, la esposa de Walker, ayudó a identificar los cadáveres. Sus hijas, Keely y Lannie, cursaban la escuela primaria en Minneapolis.

Bajo la fuerte presión de Estados Unidos, Caro Quintero fue arrestado junto con los otros dos jefes del cártel de Guadalajara, lo que dividió la monolítica organización criminal en varios grupos más pequeños, entre ellos el Cártel de Sinaloa, que ha llegado a dominar el narcotráfico mexicano a lo largo de la costa del Pacífico y la mayor parte del resto del país.

Caro Quintero fue sentenciado a 40 años de prisión por los asesinatos de Camarena, Walker y Radelat, entre otros delitos.

Sin embargo, el 7 de agosto, un tribunal de apelaciones de tres jueces federales en el estado occidental de Jalisco falló que Caro Quintero debió ser juzgado en un tribunal estatal, no en uno federal, y anuló la sentencia. Estados Unidos ha emitido una nueva orden de arresto contra Caro Quintero, y el tribunal federal de México afirma que está tratando de encontrarlo. Los dos gobiernos aseguran estar en desacuerdo con la decisión del tribunal y algunos funcionarios de Estados Unidos creen que la corrupción es una explicación probable para un fallo que de otra forma sería inexplicable.

“Es como echarle sal a una herida”, dijo Keely Walker sobre la liberación de Caro Quintero. “Yo pensé que todo se había acabado, que estaría en prisión”.

Walker fue un infante de la Marina estadounidense herido dos veces en Vietnam por minas terrestres que luego trabajó como periodista antes de trasladarse con su familia a México para escribir su libro en un lugar donde la pensión le rindiera más. Walker y su esposa se hicieron amigos de Radelat, un dentista que planeaba tomar clases en la principal universidad de Guadalajara.

Católico de nacimiento, Benjamín Mascarenas se convirtió en testigo de Jehová y conoció a su esposa Pat en una actividad de la Iglesia. Los dos trabajaron como mozos de limpieza en Reno, Nevada, antes de mudarse a Guadalajara, donde cuidaban la casa a un conocido acaudalado. Dennis y Rose Carlson se mudaron de Redding, California, para apoyar un esfuerzo evangelizador de su Iglesia en México.

Los cuerpos de las dos parejas nunca fueron hallados.

Dos oficiales de la policía estatal dijeron que habían ayudado a secuestrar y matar a las dos parejas por órdenes de Caro Quintero y del capo Ernesto Fonseca Carrillo, de acuerdo con el agente Héctor Berrellez, quien dirigió la operación con sede en Los Angeles que fue tras quienes participaron en el asesinato de Camarena.

Los testigos de Jehová tocaron sin saber a la puerta de Fonseca Carrillo mientras evangelizaban el 2 de diciembre de 1984, dijo Berrellez. Creyendo que eran agentes encubiertos, los capos hicieron que sus hombres los capturaran y los mataran, agregó Berrellez.

Algunos veteranos de la DEA se cuestionan esa teoría. James Kuykendall, quien estuvo a cargo de la oficina de la DEA en Guadalajara, le dijo a The Associated Press que nunca ha visto pruebas que apoyen esa versión.

Pero muchos familiares de las parejas creen en la versión de los policías involucrados.

“Tengo su foto aquí conmigo”, dijo Mercy, de 86 años y madre de Benjamín Mascarenas. “Lo miro y pienso qué hermoso sería que estuvieran vivos. El era una persona muy dulce y se querían mucho”.

Dennis Carlson era “otro buen tipo” dedicado a predicar su fe, recordó su hermano Stanley, de 58 años y banquero hipotecario semi retirado.

“Tocaron en la puerta equivocada y eso hizo que los secuestraran a los cuatro”, dijo Carlson. “Me hace sentir mal que este hombre ande libre por ahí, cuando de hecho, es responsable”.

Carlson dijo que él y su familia rara vez hablan de los asesinatos y que dependen de su fe para hacer frente al dolor.

“No buscamos ningún tipo de reivindicación o venganza, nada de esa naturaleza, porque no nos corresponde”, afirmó. “Creemos que hay un mejor mundo que espera a la gente de fe”.

Fuente: AP

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