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Fresco— En una cálida mañana primaveral, la jornalera Cristina Meléndez estaba postrada en la cama, sin poder ir a la plantación de espárragos en el centro de California para realizar las tareas agotadoras que viene haciendo desde niña.
Meléndez, de 36 años y madre de siete hijos, estaba desesperada. En su cuenta bancaria no había un centavo desde hacía meses, la nevera estaba casi vacía y no tenía dinero para pagar el alquiler. Al no contar con un seguro de salud, no podía ir al médico ni comprar medicinas, por lo que la enfermedad se prolongaba. Otro día en el que no trabaja… y no cobra.
Oriunda de México y traída al país ilegalmente cuando era niña, Meléndez alguna vez soñó en grande: ser secretaria bilingüe, poseer un auto y una casa, ser ciudadana de Estados Unidos. El trabajo en el campo, pensó, sería un trampolín para cosas mejores, para ella y para sus hijos nacidos en Estados Unidos, la próxima generación de una familia cuyo pasado y futuro están íntimamente ligados a la tierra fértil del centro del estado.
El Valle del San Joaquín de California es una de las regiones agrícolas más ricas del mundo, donde los agricultores del condado de Fresno generaron ingresos del orden de los 6.800 millones de dólares el año pasado, pero la zona figura siempre entre las más pobres del país y numerosas familias, especialmente de inmigrantes hispanos, viven en la miseria.
Esta brecha genera inquietud por lo que puede representar ahora que la población hispana está a punto de ser la minoría más grande de la nación. Cifras del censo nacional indican que los blancos no hispanos dejarán de ser la mayoría alrededor del año 2043. Este cambio demográfico es producto de las altas tasas de nacimiento entre los hispanos y de una disminución en la población blanca, cada día más vieja.
Ya hay una cantidad récord de hispanos que viven por debajo del nivel de pobreza. La cantidad de niños hispanos que viven en la pobreza, por otro lado, supera la de cualquier otro grupo racial o étnico. Los trabajadores hispanos tienden a tener poca educación y muchos se dedican a ocupaciones que no requieren mucha capacitación, en las que ganan menos que el trabajador promedio de Estados Unidos.
“Las comunidades estadounidenses se dividen entre ganadores y perdedores en el terreno económico”, sostuvo Daniel Lichter, sociólogo de la Cornell University y ex presidente de la organización Population Association of America. “Los hispanos están cada vez más en clara desventaja, lo que plantea el espectro de nuevos barrios marginales hispanos y de un creciente aislamiento”.
Hispanos pobres se están radicando en todos los rincones del país y dando impulso a las economías locales en industrias como las manufacturas, la construcción y la agricultura, pero con frecuencia no hay mucho espacio para conseguir trabajos mejores.
Esta tendencia da lugar a un ciclo de pobreza que abarca a la próxima generación de ciudadanos estadounidenses. La pobreza dificulta el desarrollo de los jóvenes y sus posibilidades de conseguir una educación, y numerosos expertos afirman que los niños hispanos están condenados a seguir desempeñando ocupaciones mal remuneradas.
El economista de Harvard George Borjas calcula que los hijos de los inmigrantes de hoy ganarán entre un 10% y un 15% menos que los nativos, sobre todo los hispanos. Esa tendencia podría tener amplias repercusiones.
“Buena parte del crecimiento de la fuerza laboral del país será generado por la comunidad hispana”, expresó Mark Hugo López, director asociado del Centro Hispano Pew, quien destacó que la pobreza durante la niñez afecta la educación y el empleo. “Esto no solo repercute en las familias hispanas, sino también en toda la nación”.
Este ciclo es especialmente evidente en el campo, en los viñedos, los frutales y los bosques del Valle de San Joaquín, que abarca unos 400 kilómetros (250 millas) entre la bahía de San Francisco y Los Angeles. En la región abundan los campos de cientos de hectáreas que emplean un sistema de represas en los ríos, lagos drenados, fertilizantes y pesticidas. A pesar de la modernización de la agricultura y de las ganancias cada vez más grandes, el mundo de los trabajadores casi no ha cambiado.
Los agricultores desde siempre han contratado peones de minorías raciales o étnicas. Las cosechas alguna vez fueron hechas por chinos, japoneses, punjabis, filipinos, braceros mexicanos, europeos del sur, negros y algunos estadounidenses blancos víctimas de una gran sequía de los años 30 del siglo pasado. Hoy las labores agrícolas están en manos casi exclusivamente de inmigrantes hispanos como Meléndez o de sus hijos nacidos aquí.
Los hispanos representan la mitad de la población del condado de Fresno y un tercio de ellos viven en la pobreza. A nivel nacional, uno de cada cuatro hispanos están por debajo del nivel de pobreza. El promedio nacional es del 15% y entre los blancos apenas un 10% se encuentra en esa situación.
En ningún otro sitio son tan aparentes estas diferencias como en Fresno, la quinta ciudad más grande de California y la capital agrícola del estado.
El norte de la ciudad -donde se concentran los banqueros, médicos y profesores- está lleno de complejos de viviendas cercados y de mansiones con jardines inmaculados. Las calles están recién pavimentadas, hay carriles para bicicletas, aceras amplias, un centro comercial y parques.
El barrio de Meléndez se encuentra al sudeste, en otro mundo. Las bicicletas de los niños recorren calles llenas de pozos, las alcantarillas están desbordadas por la basura. Cuadra tras cuadra hay departamentos deteriorados. El de Meléndez, de tres dormitorios, ocupa la planta baja de un complejo en el que habitan inmigrantes hispanos y refugiados Hmong, un grupo étnico de Asia.
Las desventuras de Meléndez comenzaron cuando su padre vino ilegalmente a Estados Unidos a fines de los años 70 para trabajar en la cosecha de naranjas. Regresó a México en menos de un año, pero entonces la madre de Meléndez, María Rosales, vino a recoger uvas, almendras y duraznos.
“La gente me dijo que barrería dólares con la escoba en California, pero lo único que barrí fueron centavos”, dijo Rosales, quien tiene 60 años, sacó la ciudadanía estadounidense y sigue viviendo en Fresno.
A los 13 años Meléndez y dos de sus hermanas se unieron a su madre en California, tras cruzar la frontera a pie con un coyote. La familia se radicó en un poblado de trabajadores del campo del condado de Fresno. Luego de salir de la escuela y los fines de semana, Meléndez y sus hermanas recogían uvas.
“Me sentía sola, triste”, recuerda Meléndez. “Llegué a odiar las uvas”.
Meléndez se salió de la secundaria para casarse y no tener que trabajar más en los viñedos, pero el matrimonio no duró. Si bien hablaba buen inglés, no tenía papeles ni un diploma de la secundaria, lo que le impedía conseguir trabajos buenos. Se vio obligada a volver al campo.
Cuando puede trabajar, recoge todo tipo de cosechas, desde espárragos hasta uvas y pimientos rojos. Fuera de temporada, poda las ramas y hace otras tareas del campo.
Cobra por hora, generalmente el sueldo mínimo de California, que es de ocho dólares la hora. Cuando puede, trabaja por contrato, cobrando por la cantidad de frutas o vegetales que recoge. Trabajando por contrato, una vez juntó 3.000 dólares en unas pocas semanas.
Pero luego de períodos buenos vienen siempre épocas de poco trabajo y al no tener un status migratorio legal, no puede cobrar el seguro de desempleo. Recibe cupones alimenticios para sus hijos estadounidenses, pero esa es prácticamente la única ayuda que obtiene del gobierno.
Para ganar algún dinero, a veces vende en la calle carne asada, tamales y productos de belleza, al tiempo que le alquila una habitación a alguna amistad.
“Es lo que tengo y con lo que me tengo que arreglar”, comentó. “Es muy difícil hacer otras cosas”.
Sus hijos lo saben. Los mayores, de 21 y 18 años, terminaron la secundaria pero no tienen trabajo. El mayor, Cristian, comenzó a cursar clases en un programa para mecánico de automóviles del Fresno City College con la ayuda de un préstamo, pero suspendió los estudios. Hace algunos meses consiguió trabajo en una panadería por dos meses y también ha hecho algunos otros trabajos temporales en mantenimiento y en una empresa de aspiradoras.
Cristian, quien tiene un hijo de tres meses, dijo que está desesperado por encontrar algo estable. En la secundaria trabajó en el campo y el año pasado recogió cosechó duraznos, nectarinas y uvas. Sueña con abrir un negocio de tatuajes y puros, pero al mismo tiempo teme terminar como su madre, encadenado al campo.
“No quiero trabajar en el campo, matándome por muy poco dinero. Eso no tiene sentido”, expresó. “Pero si no consigo algo pronto, voy a tener que volver al campo”.
En Fresno, activistas y expertos notan desde hace años una estrecha relación entre la agricultura, la comunidad hispana y la pobreza, pero no se hace nada por encarar el problema.
“La cantidad de gente trabajadora que vive en la pobreza aumenta y cada vez estamos más rezagados en cuanto a educación y salud. Hay que cambiar esa tendencia. De lo contrario seguiremos siendo vistos como una zona pobre con estadísticas bajas”, manifestó Caroline Farrell, directora ejecutiva del Centro sobre Raza, Pobreza y el Medio Ambiente. “Y las cosas empeorarán. No tendremos una comunidad sustentable”.
La alcaldesa de Fresno Ashley Swearengin espera revertir esa tendencia y el año pasado puso en marcha un programa llamado Lean2Earn, que ayuda a los residentes a sacar diplomas de la secundaria y los estimula a seguir estudiando y capacitándose.
“Hay que cambiar la mentalidad de la gente, que piensa que este es su lugar en la vida, que es todo lo que van a hacer”, sostuvo Linda Gleason, quien dirige el programa. “Hay que motivar a la gente, demostrarle que una educación y un trabajo mejor no son sueños inalcanzables”.
Fuente: AP