Las netas del planeta Monsanto

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Por Silvia Ribeiro*

En días pasados circuló un comunicado falso donde Monsanto agradece al gobierno mexicano haber aprobado la siembra comercial de 250 mil hectáreas de maíz transgénico en Coahuila, Chihuahua y Durango. La nota circuló rápidamente en redes sociales y algunos medios informativos. Monsanto se deslindó, acusando a activistas. Muchos creyeron que era auténtico, porque podría haber sido así, ya que Monsanto está esperando que el gobierno apruebe sus solicitudes para sembrar cientos de miles (y hasta millones) de hectáreas de maíz transgénico, desechando la enorme y argumentada oposición social, nacional e internacional de científicos, campesinos, artistas, intelectuales, trabajadores, activistas, consumidores, maestros y muchos más.

Quizá el comunicado falso haya sido una tentativa de empresas o protransgénicos para medir qué reacción habrá. Porque aunque dicen estar seguros de que el gobierno les aprobará sus solicitudes para contaminar transgénicamente el centro de origen del maíz (incluso DuPont-Pioneer presentó dos nuevas para Sonora y Sinaloa, cada una por 442 mil 706 hectáreas), las empresas están nerviosas por la resistencia generalizada y redoblan sus campañas de desinformación, tratando de revertir la opinión pública.

Por ello, están pagando cápsulas radiofónicas en favor de los transgénicos en los noticiarios de mayor audiencia, que a su vez dirigen a un sitio electrónico. Tanto ese sitio como las cápsulas son producidas por Agrobio México, que se presenta como organización civil sin fines de lucro, aunque sus únicos miembros son Monsanto, DuPont, Syngenta, Bayer y Dow, cuyo único fin es el lucro. Son las transnacionales que controlan las semillas genéticamente modificadas y las mayores del mundo en venta de agrotóxicos. Claramente, su información no es objetiva. Su larga historia de engañar al público y a los afectados por sus productos, pese a afrontar juicios por ello, muestra que son capaces de propagar cualquier mentira si sirve a sus ganancias.

Su campaña actual no es excepción. Casi cada cosa que afirman en radio y sitio electrónico es falsa. Por ejemplo, que los transgénicos aumentan la producción y que son necesarios para enfrentar el hambre, porque se requiere duplicar la producción de alimentos para 2050. O que es una forma de producción sustentable y que los transgénicos no tendrán impactos en la biodiversidad o los productores.

La realidad es que ya se producen suficientes alimentos para todo el planeta y con el mismo nivel de generación, también para 2050. Pese a ello, la mitad de la población mundial sufre hambre, desnutrición u obesidad, a consecuencia, justamente, de que las trasnacionales se han apoderado del sistema alimentario agroindustrial, produciendo comida de cada vez peor calidad, con enormes costos y grandes desperdicios (más de la mitad de lo que producen). Con sus monocultivos y control de la cadena agroalimentaria –que aumenta con los transgénicos– han desplazado a millones de campesinos y mercados locales, que son los que alimentan a la mayoría y los que proveen comida a quienes no tienen dinero para comprarla.

Está probado por diversas fuentes, incluyendo estadísticas oficiales de Estados Unidos, que los transgénicos rinden menos que otros cultivos híbridos y usan mucho más agroquímicos. Por la resistencia en malezas que provocan, están haciendo transgénicos resistentes a químicos cada vez más tóxicos, aumentando el impacto brutal en suelos, agua, biodiversidad y sobre quienes viven cerca de sus plantaciones, que sufren porcentajes elevadísimos de cáncer, abortos y deformaciones congénitas, además de terminar con la apicultura. Condenan a todos los consumidores a comer más tóxicos, ya que los transgénicos dejan porcentajes mucho más altos de residuos químicos en los alimentos.

Sólo ese hecho –pero hay muchos más– significa importantes daños a la salud. Es cínico que Agrobio afirme que los alimentos transgénicos son sanos, ya que hay muchas evidencias de que son dañinos y que la regulación existente no lo considera. Ninguna agencia oficial (salvo limitadamente en Europa, donde 8 países han prohibido los transgénicos) pide pruebas en animales para ver impactos en salud. Las demás se limitan a aceptar los datos que les dan las propias empresas, para aprobarlos para consumo. No existen estudios epidemiológicos ni de largo plazo sobre impactos en salud de los transgénicos, y cuando algún estudio independiente los señala –como el estudio científico que en 2012 mostró que el maíz genéticamente modificado puede causar cáncer en ratas si se consume a largo plazo y cotidianamente, como sucedería en México– las empresas compran directa o indirectamente a seudocientíficos e instituciones oficiales para atacarlos.

En lugar de enfrentar el hambre, los transgénicos la aumentan. Casi la totalidad se produce para alimentar autos (agrocombustibles) o para forraje de ganado en cría industrial, a manos de transnacionales, desplazando la cría descentralizada y de pequeña escala (que usa diversidad de alimentos), inundando los mercados con cerdos, pollos y vacas de dudosa calidad, atiborrados de grasa, químicos y antibióticos, cuya forma de cría es también un emisor principal de gases que producen cambio climático. Para eso mismo se importa maíz a México, no por necesidad del país, sino para sostener el negocio de trasnacionales de cría animal, a costa de productores chicos.

Mientras tanto, el gobierno guarda silencio sobre las demandas de siembra masiva de las trasnacionales, aunque hay abundancia de datos independientes, científicos, sociales, históricos, culturales, de defensa de la soberanía y muchos otros, contra la siembra de maíz genéticamente modificado en México. Si se lo preguntaban, pueden estar seguros de que la resistencia sigue y crece.

* Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC.

Fuente: La Jornada

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