Por
Las mujeres padecemos múltiples violencias. Pongo mi propio caso. A los 12 años comencé a viajar sola en el transporte público y viví, como la mayoría de las niñas, hostilidad y acoso. En la preparatoria, un profesor insinuó que hiciera un viaje con él para obtener una buena calificación. En el mundo académico tuve que batallar con el prejuicio de colegas que consideran a las mujeres menos inteligentes. En la política, la soterrada creencia de algunos que suponen que sólo es capaz de gobernar un hombre. Tengo una hija y, desafortunadamente, ella ha vivido violencias similares.
En efecto, la violencia hacia las mujeres se muestra en nuestra sociedad de muy diversas formas, el piropo agresivo, la mirada y el roce lascivo, el acoso del jefe a las empleadas, el uso de las redes sociales para difundir imágenes y videos sin consentimiento. El catálogo de ofensas es grande. La más abominable es la violencia feminicida, que llega a asesinar a una mujer por el solo hecho de ser mujer. Aún más grave es que en la inmensa mayoría de los casos, el abuso, el acoso, la violación y el feminicidio son perpetrados por personas conocidas, pertenecientes al círculo familiar o cercano.
¿Qué es lo que hay en el fondo de estas agresiones a las mujeres? Muchos años de profunda desigualdad normalizada. Una cultura que invisibiliza a la mujer, que la reduce a la condición de objeto, negándole la dignidad de persona poseedora de derechos y entre nosotras las más expuestas sin duda son aquellas que viven una situación económica más desfavorable. Ángela Davis dijo hace varias décadas que el feminismo es la idea radical de que las mujeres somos personas.
La desigualdad se transmite de generación en generación de muy diversas formas, repitiendo visiones estereotipadas sobre los papeles que deben desempeñar las niñas, las jóvenes, las mujeres adultas, las abuelas, como por ejemplo la idea de que sólo la mujer debe hacerse cargo del mundo doméstico y de los cuidados de la familia, y que al hombre le corresponde ser el proveedor. De esa forma, las mujeres trabajadoras tienen una doble jornada. Como ésta, existe una cadena de costumbres
que marginan, cosifican, lastiman y normalizan la exclusión, la desigualdad y la violencia.
Aunque perduran violencias, la lucha de las mujeres tiene décadas y ha conquistado derechos. Retomo de nuevo mi caso personal. Provengo de una familia de clase media, de madre y padre profesionistas. Mi madre abrió brecha como lo hicieron muchas mujeres de su generación. Para mí y para mi hermana, estudiar al igual que mi hermano fue parte de la conquista de mi madre. Muchas mujeres de esa generación abrieron el debate feminista y conquistaron para nosotras el derecho al estudio, al trabajo, a la participación política, consiguieron derechos laborales para madres trabajadoras e incluso el derecho a la interrupción legal del embarazo. Sin embargo, hay muchas mujeres que no tuvieron la posibilidad de estudiar.
¿Qué debe hacerse para atender las desigualdades que se traducen en violencias? Desde mi perspectiva hay al menos seis ejes de acción: 1) Cambios en la legislación que promuevan una vida libre de violencias contra las mujeres, así como el establecimiento de sanciones en el Código Penal que dejen claro que la sociedad considera delitos graves la violencia física y sexual hacia las mujeres; 2) Acceso a la seguridad y a la justicia para las mujeres y capacitación con perspectiva de género y derechos humanos a policías y ministerios públicos; 3) Condiciones para disminuir al máximo la violencia en el transporte y en el espacio públicos; 4) Crear un sistema de protección que atienda a las mujeres en situación de violencia; 5) Programas que promuevan la autonomía económica de las mujeres, fortaleciendo la libertad que da la capacidad de las mujeres de valerse por sí mismas, y 6) Educación, cultura y acciones para fortalecer a las niñas y a las mujeres en sus decisiones y formar a los niños y a los hombres en masculinidades alejadas del machismo.
Este es el marco de educación, acceso a la justicia y derechos en el que trabajamos en el Gobierno de la Ciudad, con la plena convicción de hacer todo lo que esté en nuestras manos para erradicar la violencia y promover la igualdad. Por supuesto, el debate está abierto para construir más líneas de trabajo.
Dicho esto, la lucha de las mujeres por la igualdad no puede aislarse de la lucha por una sociedad más justa, por los grandes derechos sociales y humanos. Hemos padecido un modelo económico y social que dejó heridas profundas. Un modelo que al considerar la educación y la salud como mercancías afectó a toda la sociedad, pero especialmente a las y los que menos tienen; que al precarizar el trabajo y reducir el ingreso dejó a hombres y mujeres en una condición de cada vez mayor desamparo; que al elevar a rango de guerra la lucha contra el narcotráfico no tuvo consideración alguna con familias enteras. Un modelo que profundizó las desigualdades económicas y que condenó a millones a la pobreza. Un modelo que al colocar en el centro el dinero, el poder de la fuerza y a la mujer como objeto, negó la dignidad de todas las personas y desvaneció la solidaridad, la justicia y el amor como valores.
Ningún proyecto de ciudad es sólo para las mujeres, pero ningún proyecto de ciudad puede construirse al margen de las mujeres. Estoy convencida de que el movimiento al que pertenezco y sus dirigentes tienen esta convicción y que esto contrasta con otras orientaciones políticas que nunca han defendido los derechos de las mujeres y que han antepuesto sus creencias, privilegios, prejuicios e intereses económicos a los del bienestar general.
Termino esta reflexión con el convencimiento de que las luchas sociales tienen más que ganar cuando son pacíficas y convencen por la vía del debate, la razón y el entendimiento, que cuando se imponen por la vía de la violencia y la destrucción. Las luchas por una vida digna se construyen educando y conquistando conciencias, convenciendo, no doblegando.
El cambio es profundo, la construcción de la democracia y la justicia para todos y todas requiere un cambio de modelo y por eso estoy segura que hoy camina. En ello, la participación viva y activa de mujeres y hombres es trascendental.
Fuente: La Jornada