Las lindezas de Elba Esther

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Por Jorge Javier Romero Vadillo

Ahora sí se soltó la maestra. Después de que la semana pasada la vocería del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación salió a decir que la reforma educativa anunciada el presidente Peña Nieto recogía las demandas del gremio, una vez que los representantes sindicales en la cámara de los diputados no pudieron frenar completamente la inclusión de la regulación de la permanencia en el servicio a través de mecanismos de servicio profesional docente, la líder sempiterna tronó vociferante.

Dispuesta a inmolarse, afirmó que si ella es la que estorba, que hagan con ella lo que quieran. Heroína del corporativismo, está dispuesta –al menos eso dijo– a convertirse en la víctima propiciatoria para saciar la ira contra la catástrofe educativa, pero, eso sí, que no le toquen al sindicato sus privilegios. Ella pone su pecho para convertirse en La Quina de este gobierno (Joaquín Hernández Galicia, el dirigente del sindicato petrolero que fue presentado como chivo expiatorio de la corrupción sindical durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, a quien se apresó por corrupción y tenencia de armas y fue sustituido por Romero Deschamps sin que se modificara un ápice el papel del sindicato en PEMEX), para que todo siga igual.

¡Contra los maestros no, definitivamente no!, clamó iracunda; y comenzaron las lindezas: los maestros no son responsables de la preparación que tienen, y la mejor: “no estamos de acuerdo en que hoy exista una ley para quedar bien con la sociedad”. Magnífica perla, muestra del más descarnado pensamiento patrimonialista. ¿Cómo que el interés social va a estar por delante del privilegio particularista?

Los dichos moverían a risa si no fueran improperios. Con su quebrada sintaxis, Elba Esther Gordillo expresó su precipitado cambio de estrategia. Ya no se trata de la dirigente que siempre se ha mostrado partidaria de las reformas en sus dichos, aunque en sus hechos mande a los negociadores sindicales a obstaculizar cualquier cambio que le reste privilegios a la cúpula, que pueda significar algún aumento en la autonomía de los profesores o que implique mayores criterios de exigencia profesional para los docentes. Su papel no ha sido otro que el de la gran defensora del corporativismo como arreglo político. El interés de su liderazgo no ha sido el de mejorar la calidad del trabajo de los maestros sino el de mantener el control que ejerce el sindicato sobre toda la carrera de los maestros. Se trata de un privilegio, una ley particularista que desde la década de 1940 le concedió al SNTE los derechos de propiedad sobre el sistema educativo a cambio de sus servicios de control político.

La reforma impulsada por el presidente, con base en los planteamientos de diversas organizaciones civiles, no va, a diferencia del quinazo de Salinas, contra la persona de Gordillo. Se trata de un cambio de reglas, no de dirigentes. Elba Esther Gordillo se puede quedar fosilizada en la dirección sindical –otro es el tema de la democracia en los sindicatos, no resuelta de fondo en la última reforma laboral–, pero es un imperativo social, aunque a la maestra no le guste, hacer la reforma política de la educación, porque ese es el punto de partida para el resto de las reformas que requiere la educación en México.

No deja de tener razón la maestra Gordillo cuando dice que los maestros no son responsables de la formación que tienen. Es verdad que buena parte de los profesores hoy en servicio son víctimas de un arreglo institucional que no ha premiado la buena formación, la iniciativa y la creatividad de los maestros. Una parte importante del arreglo administrado durante décadas por el SNTE se basaba en los bajos niveles de exigencia para entrar al servicio. Durante años los egresados de las normales públicas tenían garantizada la plaza de maestros y en esas escuelas bastaba inscribirse y no morirse para obtener el título con el que se obtendría la prebenda de por vida. Así eran las reglas del juego. Sin duda hay maestros esforzados y dedicados, pero lo son por vocación y conciencia personal, pero su talento o su compromiso no es lo que el sistema ha premiado. Los que destacan, consiguen doble plaza, ascienden o consiguen una jugosa comisión sindical son los que demuestran lealtad y disciplina al SNTE y sus dirigentes, no quienes mejor dan clases. Precisamente eso es lo que la reforma pretende modificar. Con un servicio profesional bien diseñado serían los mejores maestros los que ganarían más y los que podrían ascender y tener promociones horizontales.

Elba Esther Gordillo va a lucrar con  los temores de muchos maestros al cambio de reglas. Buena parte de los profesores se resisten a los procesos de evaluación del desempeño porque saben que no saben; a ellos no les dijeron de que de lo que se trataba era de saber cada día más y hacer que los alumnos aprendieran mejor. A ellos les dijeron que lo que tenían que hacer era quedar bien con los delegados sindicales o incluso sobornarlos para conseguir el avance en sus carreras. Para hacer una analogía deportiva, es normal que muchos maestros se opongan al cambio porque es como si a unos jugadores de la tercera división mexicana les dijeran que a partir del próximo año van a competir con los equipos de la liga española. Ellos saben que ni su entrenamiento, ni sus condiciones físicas ni las reglas con las que han jugado son equiparables, por lo que es racional que se opongan.

Nadie en su sano juicio se puede imaginar que la reforma va a derivar en despidos masivos de los profesores. Falta ver el desarrollo de la reglamentación de los criterios del servicio profesional esbozado en la reforma constitucional, pero evidentemente su mayor impacto será en el futuro. A los profesores en activo habrá que ofrecerles alicientes para que se vayan sometiendo a las nuevas reglas, programas de capacitación, opciones laborales en las mismas escuelas pero no frente al grupo aprovechando la extensión de la jornada escolar, retiros dignos anticipados. Sin embargo, los de nuevo ingreso –todos, no sólo  los que entren a las plazas de nueva creación sino también  los que ocupen las plazas vacantes por jubilación, renuncia o muerte de los actuales titulares– deberán someterse a las nuevas reglas de ingreso, promoción, estímulos y permanencia basadas en el mérito y en el desempeño permanentemente evaluado.

Falta ver cómo se negocia la ley, pero tal como ha quedado en la constitución el cambio no es cosmético. Habrá que enfrentar sin duda la furia de Elba Esther y las movilizaciones de la CNTE, pero contra lo que dijo Gordillo, sí es necesaria una reforma para quedar bien con la sociedad mexicana, porque en materia educativa el Estado está quedando mucho a deber desde hace años.

Fuente: Sin Embargo

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