Las elecciones fallidas

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(Elecciones fallidas y oposición democrática)

Por John M. Ackerman

A raíz de los comicios celebrados ayer en 14 estados de la República, más de mil 300 políticos desprestigiados en breve estrenarán sus cargos a partir de procesos electorales manchados por una larga sombra de irregularidades. Ante esta debilidad originaria en su legitimidad, la clase política apostará una vez más a las limosnas neoliberales y a la unidad política para sanear las heridas. También se buscará prevenir las expresiones de descontento social por medio de la intimidación y la cooptación de la oposición.

Pero los acontecimientos recientes en Egipto, Turquía y Brasil enseñan que este tipo de estrategias están destinadas al fracaso. En aquellos países ha quedado claro que la mera celebración de elecciones populares no resuelve el reto más profundo de la legitimidad democrática. Cuando un gobierno no toma en cuenta las necesidades ciudadanas y los canales institucionales para expresar el descontento fallan, el resultado inevitable son las movilizaciones sociales y la inestabilidad política.

Lo verdaderamente importante para el avance de la democracia no es la supuesta efectividad tecnocrática gubernamental o el cumplimiento de compromisos vacíos, sino la fortaleza de la oposición política. En Egipto, las movilizaciones han tenido el enorme éxito histórico de derrocar a dos presidentes autoritarios, neoliberales y serviles a Estados Unidos, pero no han podido articular un renovado poder ciudadano capaz de imponer nuevas coordenadas a la política nacional. Siguen mandando las fuerzas armadas y continúa enquistada en el poder la vieja burocracia autoritaria.

En Turquía, la incapacidad de la oposición partidista, al gobierno derechista y conservador del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, de vincularse con la sociedad civil y articular un polo opositor generó un enorme vacío político que se desbordó el mes pasado. En Brasil, el mismo alejamiento de la clase política de las necesidades y las demandas sociales creó una situación también explosiva. Si las nuevas movilizaciones en estos dos países no logran echar raíces y articular proyectos nacionales alternativos, el espejo de Egipto podría reflejar su propio futuro.

En México acontece algo similar. Nuestro país es también una potencia mundial, con enormes recursos naturales y humanos, así como una sociedad compleja y consciente, que ha sufrido los efectos de una inserción desigual e injusta en el mundo globalizado. Y de la misma manera en que los egipcios han expulsado dos dictadores del poder solamente para dar la bienvenida a sus viejos represores, en México la ciudadanía también ha repudiado dos veces a gobiernos autoritarios, primero al PRI en 2000 y después al PAN en 2012, para terminar en los brazos de la misma reacción de siempre.

Estos escenarios volverán a ocurrir una y otra vez si no se construye una oposición política fuerte y con profundas raíces en la sociedad civil. También hacen falta nuevos liderazgos que surjan directamente de la sociedad sin vinculación alguna con las viejas sectas y rencillas políticas. Ya basta de circular y rehabilitar los mismos cuadros que han disputado el poder desde siempre. Habría que iniciar la larga marcha de apalancar los grandes éxitos de los movimientos populares de las últimas décadas para dar paso a una fase ofensiva capaz de generar nuevas coyunturas, escenarios y liderazgos.

La lucha será difícil porque los institutos electorales del país han demostrado que son incapaces de imponer el estado de derecho y la plena libertad del voto. Más de un año después de las elecciones federales de 2012, el IFE no ha podido ni siquiera culminar su proceso de fiscalización. En franca violación a la ley, ha postergado por una segunda ocasión su resolución en la materia, dejando impunes la infinidad de irregularidades cometidas el año pasado.

Asimismo, la Unidad de Fis­ca­lización del IFE ha formulado la increíble e indignante propuesta de absolver a Enrique Peña Nieto de las denuncias de haber rebasado el tope de gasto de campaña de 336 millones de pesos. Así como en 1988 la Secretaría de Gobernación maquilló los resultados para asegurar que la votación de Carlos Salinas fuera técnicamente mayoritaria, con 50.36% de la votación, hoy el IFE cuadra las cifras para garantizar que el monto total que hubiera gastado Peña Nieto quede 6 millones abajo del tope permitido. Permanece la cultura del fraude y se confirma la sospecha de que para ganar elecciones no importa la capacidad de gobernar, sino solamente la efectividad para simular.

Mientras, la posición del gobierno de Peña Nieto con respecto al renovado imperialismo estadunidense corroe su ya de por sí mermada legitimidad. Los pusilánimes pronunciamientos y la total inacción frente a los casos del secuestro de Evo Morales, el espionaje de Washington y la eventual militarización de la frontera norte revelan un gobierno que no tiene interés alguno en defender la soberanía nacional ni latinoamericana.

Existe una gran oportunidad histórica para llenar el vacío de legitimidad generado por la traición de los políticos y las instituciones a la Constitución, la democracia y la soberanía. El futuro político de México dependerá de la articulación de un fuerte y coordinado frente social opositor que, a partir de una estrategia coordinada internacionalmente, desplace a los viejos políticos y articule un nuevo proyecto de transformación nacional.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

Fuente: La Jornada

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