Por Carlos Martínez García
El Papa Francisco ha pedido perdón por los múltiples actos de pederastia perpetrados por sacerdotes católicos romanos en diversas partes del mundo. Al mismo tiempo se alista para proclamar santo en unos días, el 27 de abril, a Juan Pablo II. Ambos actos son contradictorios y muestran la incongruencia institucional que maniata al Papa en turno.
El estilo de Francisco, sencillo y que toma distancia del complejo ceremonial que rodea al obispo de Roma, ha llevado a muchos observadores y analistas de la Iglesia católica a sostener que el sucesor de Benedicto XVI está tomando medidas reformadoras y hasta revolucionarias. Me parece que ni son unas y tampoco otras. A quien sucedió en el cargo a Joseph Ratzinger no le quedaba de otra sino tomar algunas decisiones que mostraran una Iglesia católica dispuesta al cambio, sobre todo en aquellas áreas en que la opinión pública mundial había estado señalando graves problemas. El asunto de los abusos sexuales clericales contra infantes y adolescentes era el primero de ellos.
La semana pasada, al recibir el papa Francisco a una delegación de la Oficina Internacional Católica de la Infancia, la máxima autoridad del catolicismo expresó: Me siento interpelado de asumir todo el mal cometido por algunos sacerdotes, bastantes, bastantes en número, aunque no en comparación con la totalidad; de hacerme cargo de pedir perdón personalmente por el daño que causaron al abusar sexualmente de niños(distintas agencias, La Jornada, 12/4).
La Red de Sobrevivientes de las Víctimas de Abuso por Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés) declaró que la petición de perdón papal debía ser tomada con cautela, y no confundirla con acciones que erradican el problema de clérigos abusadores. Ésta y otras organizaciones defensoras de quienes han padecido ataques sexuales clericales han señalado, con justa razón, que los perpetradores de tales infamias no han sido sancionados judicialmente por sus conductas. No lo fueron por las redes de protección institucionales que hicieron posible el encubrimiento y la impunidad de los depredadores.
Precisamente fue el tópico del encubrimiento, que desemboca en impunidad por la colusión de autoridades eclesiásticas con autoridades gubernamentales, al que de nueva cuenta se ha referido un experto en el asunto, Alberto Athié. Conocedor del fondo y la forma que le posibilitaron por décadas al fundador de los legionarios de Cristo, Marcial Maciel, cometer sus atrocidades con infantes legionarios, Athié investiga junto con otros interesados las posibilidades en el derecho internacional para fincar ya no sólo responsabilidad institucional en términos genéricos a la Santa Sede, sino a quienes, en la Santa Sede o quienes dependen de la Santa Sede, son responsables de encubrimiento (nota de Blanche Petrich,La Jornada, 11/4).
El mismo Francisco que ha solicitado perdón por los abusos sexuales clericales será quien canonice a Juan Pablo II en vistosa ceremonia el próximo 27 de abril. Precisamente fue durante el papado de Juan Pablo II cuando estallaron, literalmente, los escándalos de pederastia clerical. Primero se hicieron públicos los abusos en distintas diócesis católicas en Estados Unidos, y después en otros países. La primera reacción de las altas autoridades romanas fue negar los ataques y culpabilizar a los denunciantes, tildándolos de enemigos de la Iglesia católica interesados en desprestigiar a la institución. Ante las contundentes evidencias y por la organización de las víctimas, la Iglesia católica estadunidense debió evitar llegar a tribunales judiciales y acordar indemnizaciones. Solamente la diócesis de Los Ángeles ha debido desembolsar 740 millones de dólares en este tipo de acuerdos, según informóHuffpost el pasado 19 de febrero.
El 30 de septiembre de 2013 las agencias informativas dieron a conocer que fue el propio papa Francisco quien eligió la fecha de la canonización de Juan Pablo II, la correspondiente al domingo posterior a las celebraciones de la Semana Santa. Es cuando la Iglesia católica celebra la fiesta de la Divina Misericordia. Una fiesta que instituyó el propio Karol Wojtyla tras hacer santa en 2000 a la monja polaca Faustina Kowalska, conocida como la santa Teresa de Jesús polaca, según comunicado de Efe.
A la canonización han sido especialmente invitadas personalidades destacadas en distintos ámbitos, así como jefes de Estado. Una de tales invitaciones fue hecha llegar a Los Pinos. Enrique Peña Nieto, según la información disponible, no estará presente en la fastuosa ceremonia. A menos que cálculos de imagen y políticos cambien la decisión hasta ahora tomada, por parte de las autoridades del gobierno mexicano habrá un representante nombrado por el titular del Poder Ejecutivo.
En la ceremonia de canonización de Juan Pablo II, que lo será junto con Juan XXIII, el papa Francisco conjuntará en su persona una condición anómala. Presidirá el acto religioso en su calidad de supremo dirigente de la Iglesia católica, pero también va a ser anfitrión como jefe de Estado, del Vaticano, de sus similares de otros estados del mundo. Una doble faceta de Francisco que pretende unificar lo que es anómalo e incongruente.
Fuente: La Jornada