Por Epigmenio Ibarra
Ambos creen tener más peso político del que realmente tienen (…) Ambos deben aún muchas respuestas a este país. Tienen cuentas pendientes que saldar con la ciudadanía y con la justicia.
La oposición al gobierno no levanta cabeza. La aplastante derrota sufrida en las urnas dejó tanto al PRI como al PAN fuera de combate. Esos 30 millones de votos a favor del cambio de régimen los aplastaron.
Ninguna figura, dentro de esos dos partidos, logra asumir un verdadero liderazgo. No hay una facción o un grupo, en ambas organizaciones, capaz de articular un programa coherente y que encuentre eco en la ciudadanía.
Esos partidos, que después de aquella primera “concertacesión” en Baja California se repartieron el poder en México las últimas cuatro décadas, han mostrado que fuera de palacio no tienen prácticamente ningún peso. No solo están moralmente derrotados. Están también —y eso no es bueno para la democracia— organizacionalmente deshechos.
En estas condiciones han cobrado relevancia como cabezas visibles de una corriente dispuesta a descarrilar —a cualquier costo— al gobierno democráticamente electo, los dos panistas que vivieron en Los Pinos.
Vicente Fox no para de decir sandeces. Así como un día asegura que “le dará en la madre a la 4T” al otro llama a AMLO “su alteza serenísima”. Por otra parte, las huellas de Felipe Calderón se advierten detrás de muchas de las constantes campañas de fake news o de movimientos que tienen un franco cariz desestabilizador como el de los policías federales.
Ambos creen tener más peso político del que realmente tienen. A Fox, sus ocurrencias lo han convertido en una figura más del anecdotario folclórico nacional. Ni en la prensa ni en las redes lo que dice encuentra eco. Lo suyo, son solo “payasadas”.
Felipe Calderón, por su parte, también es una figura devaluada. Aunque opera como el instigador de campañas y movimientos contra el gobierno, lo cierto es que su retórica y sus actitudes francamente pregolpistas no le han concitado ni siquiera el apoyo de sus acérrimos seguidores.
Ambos deben aún muchas respuestas a este país. Tienen cuentas pendientes que saldar con la ciudadanía y con la justicia. La primera de todas tiene que ver con el fraude electoral de 2006, precedido por el intento de golpe de Estado constitucional del llamado desafuero. Unidos conspiraron entonces contra la democracia y unidos pactaron y gobernaron con el PRI.
Fox prometió sacar al PRI de Los Pinos y en lugar de eso, le entregó el país. Calderón hizo otro tanto al conspirar activamente para facilitar, desde el poder, la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia.
Fox debe rendir cuentas sobre el destino de los recursos de la bonanza petrolera que se produjo durante su gestión. Calderón ha de responder por esa guerra tan sangrienta como inútil que, para hacerse de una legitimidad de la que de origen carecía, nos impuso y cuyas heridas tardarán generaciones en cerrarse.
También ha de rendir cuentas sobre los miles de millones de pesos, que sin escrutinio de ningún tipo, gastó en su cruzada. Que se acabe con la simulación y se rompa la tradición de silencio de los ex presidentes es saludable y necesario. Esa regla no escrita del viejo régimen debe desaparecer. Bienvenida sea la oposición que es consustancial a la democracia.
Bienvenida sea también la justicia. Que termine de una vez y para siempre la impunidad de aquellos que nos han gobernado. Que Fox y Calderón hablen cuanto quieran pero que también salden sus cuentas pendientes con el país y con la historia.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio