La voz de los vencidos

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Por José Cueli

Oro de sol invernal uno con Elena Poniatowska que iluminó a México con su poesía y esta semana fue homenajeada con el Premio Cervantes de Literatura y nos alevantó la moral que anda baja para las mayorías, a las que dio voz vía su palabra.

Elena es palabra, relación con otro. Frase oscura, letra indescifrable, palabra infinito, que representa las posibilidades de articulación de 29 grafías que revolotean en el inconsciente; derechos humanos, barbarie, recelo, venganza, abandonos, traiciones, envidias, desconfianza, a las que trata de iluminar con el tacto suave de la palabra, matizada de un cante de tono grave, mientras se refugia dentro, lo más dentro del otro, que es ella misma, para palpar la muerte, que palpita donde aún duerme, y es un mapa periodístico retapizado de mares y tierras anaranjadas, sólo sol y nada más, hasta que de pronto la palabra, una sola palabra, desorganiza, toca, poco a poco, paso a paso, quedito, sin prisa, el punto secreto del dolor, del otro, que es el de ella.

Ser sólo palabra, todo palabra, palabra articuladora, macizo de palabra, repleto de letras, palabras ojos, palabras dientes, palabras sexo, palabras brazos y piernas. Una gran palabra que se llena de líneas y curvas posteriormente letras, frases, párrafos color naranja que se vuelven uno y apuntan por dentro de ella unidas a otra palabra y a otra, hasta llegar a la huella inconsciente y símbolo de nuestra cultura. Sólo parcialmente reconocible por la palabra.

Huella que se representa en la palabra, queda en la piel y traspasa más y más palabras, llega a la zona específica de esa impronta y de esa huella, temporalización de vivencias que no están en el mundo, ni en otro mundo, que no es más sonora que luminosa, ni está más en el tiempo que en el espacio, sólo diferencias, que aparecen entre elementos, o más bien las producen, las hacen diferir como textos, cadenas y además sistemas de huellas de cadenas que no pueden escribirse sino en el espíritu de la huella síquica o la impronta. Diferencia inaudita que le aparece y le reaparece entre el hoy y lo vivido, condición de otras diferencias, otras huellas, y una huella anterior a toda problemática fisiológica o síquica, y sentido de la presencia absoluta cuya huella trató de descifrar en la belleza cotidiana su extensa literatura: La noche de Tlatelolco, Todo México, Querido Diego te abraza Quiela, Hasta no verte Jesús mío, El Paseo de la Reforma…

Porque la huella que se difiere es efecto del origen absoluto del significado de la palabra que articula lo viviente sobre lo no viviente. Origen de toda repetición, idealización y regiones de sensibilidad del sonido, de luz que es su poesía. Sí, hasta esa huella expresada sólo en parte en la palabra que no es otra cosa que su palabra, quebrada, desgarrada, rota, fracturada, fragmentada, diferenciadora del tiempo y espacio, que medio permite reconocerse en ese sol y sombra invernal citadino, colorido anaranjado, verde amarillo y morado yerbabuena.

Fuente: La Jornada

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