Por Bernardo Bátiz V.
De que necesitamos un cambio no hay la menor duda. El gobierno, la economía, la vida social, todo está mal. La tortura, dice el relator de la ONU, es generalizada: lo sabíamos, pero que lo corroboren fuera es una novedad; las desapariciones forzadas, los crímenes no aclarados, los abusos de la fuerza pública, son parte de nuestro día a día. El nerviosismo oficial, cuando es puesta en evidencia su corrupción, se manifiesta restringiendo la libertad de expresión y el derecho a la información; el manotazo en el caso de Carmen Aristegui es un extremo intolerable.
Pero no es todo. Pemex decae; el robo en ductos, con segura complicidad interna, es cosa de todos los días; se suma el incendio no explicado de una plataforma marítima. El uso para beneficio privado del patrimonio público, incluidos helicópteros y aviones, guardias, servidores públicos atendiendo asuntos personales, uso indebido de recintos oficiales y lo que se nos ocurra, va en aumento y es abierto, cotidiano, cínico; el caso de Korenfeld no es único ni el peor.
Sin duda necesitamos una corrección del rumbo, una reconstrucción, una regeneración del tejido social dañado. La pregunta y debate hoy es ¿cómo?, ¿por cuál camino?, ¿la vía electoral es viable?, ¿movimientos sociales?, ¿huelga general?, ¿las armas? Si nos atenemos a lo que se escucha y se lee por todas partes, hay partidarios de todas las posibles respuestas. La diversidad inquieta, pero también alienta; no hay duda de que la mayoría está del mismo lado, coincidimos en la necesidad del cambio. Se trata de una exigencia en que convergen cada vez más opiniones, más grupos, más movimientos.
Sólo se aferran a conservar las cosas como están las minorías que se benefician con la situación: los gobernantes y la alta burocracia, los partidos políticos tradicionales que se mimetizaron al PRI y, por supuesto, los grandes empresarios nacionales e internacionales, que son cómplices, clientes, proveedores y propagandistas del sistema.
Para lograr el cambio, las elecciones son una de las vías posibles, pero es sólo a condición de que se logre una gran participación; se puede asegurar un cambio pacífico y de legitimidad acreditada de antemano. La vía violenta en México se ha experimentado hasta el cansancio; la revolución derrocó al gobierno de Porfirio Díaz y luego al de Huerta mediante levantamientos populares generalizados en todo el país, pero al día siguiente de cada triunfo los ambiciosos, los menos comprometidos con la justicia, estaban ya otra vez con los rifles en la mano enfrentándose a los caudillos y luchando entre sí.
Años después, cuando la incipiente oposición democrática representada por el PAN antiguo, no contagiado aun de corrupción, reclamó limpieza electoral y respeto al voto, el líderoficialista Fidel Velázquez contestó haciendo gala de cinismo: ¿Quieren el poder? Váyanse al cerro. Quería decir: el sistema ganó el poder con las armas y sólo con las armas lo perderá.
Hoy, ante el fracaso evidente del gobierno de Peña Nieto, estamos nuevamente discutiendo las alternativas del camino a seguir. Grupos desesperados, hartos, sin duda patriotas, como los seguidores del poeta Javier Sicilia, los padres de los jóvenes secuestrados en Ayotzinapa y otros más, convocan a no votar. Habría que preguntarles ¿a qué, entonces? Quedan la huelga general, el paro nacional, una movilización masiva, pero no se ven condiciones ni hay certeza del fin de una acción así.
No se desecha una posibilidad distinta, pero el proceso electoral es hoy una oportunidad que puede encauzar toda esa legítima indignación y toda vocación de justicia y participación; es un camino para alcanzar el cambio anhelado por tantos. Está Morena, que es un partido distinto, nuevo, con fallas, sin duda; aprendiendo, pero bien intencionado y no contaminado de los vicios que el PRI inoculó a los demás partidos. Ha dado muestras, no sin tropiezos y casos aislados de imposición y terquedad, de que también sale a la calle; las adelitas, las firmas de la Consulta Sobre Energéticos y su propio registro así lo atestiguan.
Cuenta, empezando con su líder principal, con militantes probados en el gobierno. Reúne políticos experimentados y militantes nuevos que por primera vez se acercan a la política electoral. Tiene entre sus dirigentes a veteranos de la lucha política, de la cultura, de los movimientos sociales y también jóvenes estudiantes y trabajadores. Propone una oportunidad que no debe desaprovecharse. Es un paso adelante hacia el cambio; brindarle hoy apoyo y desafiar al régimen para que acredite su respeto al voto es algo que no puede dejarse pasar, quizá la ocasión no vuelva a presentarse.
Si todos los que queremos el cambio, porque lo vemos indispensable, participamos en esta coyuntura, no cancelamos otras y el triunfo puede estar al alcance de la mano. No intentarlo sería un error histórico (otro) que no se olvidará y que sería difícil de corregir en mucho tiempo.
México, DF, 3 de abril de 2015.
Fuente: La Jornada