La telecracia y Peña en Caracas

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Por Eduardo Ibarra Aguirre

El anuncio sobre la participación del presidente Enrique Peña en las exequias de Estado del presidente de Venezuela Hugo Chávez, influyó enseguida, seguramente sin proponérselo, para bajar los altísimos decibeles de beligerancia política y hasta ideológica, presentadas como información y análisis, que con frecuencia rayó en la falta de respeto para los muchísimos dolientes venezolanos, pero también de América Latina y de los cinco continentes, por parte de conductores de programas noticiosos del duopolio de la televisión y de la mayoría de los del oligopolio de la radio, así como de los talentosos intelectuales a su servicio. Sólo escuchándolos, viéndolos hacer su trabajo, se comprende la expresión de “levantacejas” que les aplica Jaime Avilés a los primeros.

Con una “prensa presidencialista”, como recientemente la describió Héctor Aguilar Camín en la casa del ahorcado, y justamente él es uno de los más brillantes arquitectos de la primera, el efecto positivo en los medios de la visita del titular del Ejecutivo mexicano a Caracas es evidente, aunque sus propósitos son otros: estimular la relación entre dos estados y gobiernos que Vicente Fox (y Jorge Castañeda) dejaron en situación desastrosa en 2006 y sin ningún resultado positivo para México y sus intereses, pero sí para los representados por George W. Bush. Felipe Calderón, el sucesor, batalló para medio reconstruir aquel desastre, porque perdió tiempo y espacio al concentrarse desde la primera cumbre de Davos a la que asistió, en criticar el modelo venezolano, con tan poca fortuna que el entonces presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva lo paró en seco: “Usted no se preocupe por Venezuela”, entre líneas y en forma elegante lo conminó a ocuparse de México. Palabras rescatables cuando la evidente inseguridad pública venezolana es magnificada desde micrófonos aztecas, como si éstos no estuvieran inmersos en una tragedia de muerte y dolor que Peña Nieto no puede aún revertir.

Es de suponerse que los 15 de los 40 dueños del país que forman parte del Consejo de Administración de Grupo Televisa y los directivos a su servicio conocen las que podrían denominarse normas de respeto ante el luto de los muchos millones de dolientes venezolanos y de múltiples latitudes, como para evitar agravios innecesarios, faltas de tacto como festinar el excelente futuro que le espera a la Unidad Democrática y su ya candidato presidencial Henrique Capriles. La impertinencia es de tal magnitud que Enrique Krauze, tras presentarse ante Carmen Aristegui como “bolivariano”, negó toda posibilidad de triunfo de las derechas, aunque ésta denominación la consideró “una muletilla”.

O bien la señora que desde el Canal 40, el que tomó a la mala el señor de “Los abonos chiquitos” y que retrocedió en la lista de los multimillonarios de Forbes, aseguró que los venezolanos “no trabajan, los mantiene el gobierno”. U otro desaforado antichavista que sin sonrojarse juró en Canal 4, el menos peor del duopolio, que los paisanos de Hugo Rafael “no producen”.

Tonterías del antichavismo hecho fundamentalismo, grito de batalla, en un país que no es Estados Unidos y con intereses hegemónicos en juego en Venezuela, pero que los propietarios de México aliados a Calderón Hinojosa, convirtieron a Chávez Frías en gran elector al demonizarlo sin límites y compararlo con Andrés Manuel López Obrador o a la inversa. Y obligaron al de Macuspana, Tabasco, a deslindarse del comandante nativo de Sabaneta, Barinas, quien más tarde les recordó que “le robaron la elección presidencial” a AMLO. Y la frase caló hondo en Los Pinos y aceleró el cambio de actitud del crítico en Suiza.

Los que desde el 6 de diciembre pasado mataron todos los días a Chávez, ahora divulgan con un inocultable dejo de satisfacción “La crónica de una muerte anunciada” (Leo Zuckermann dixit). O bien que el líder bolivariano perdió su última batalla, la de la vida. La misma que ellos, usted y yo también perderemos.

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