La sucesión presidencial

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Por Epigmenio Ibarra

Y si Claudia, Adán o Marcelo están conscientes de que no será solo por su esfuerzo que se consiga la victoria, más claros y conscientes han de estar quienes simpatizan con alguno de ellos

Ésta ha de ser mi primera columna sobre la sucesión presidencial que tan encandilados tiene a todos los intelectuales, columnistas y presentadores de radio y televisión. Será también la última y la única que escriba sobre este asunto hasta que se defina quién ha de ser la o el candidato de Morena.

Yo he de estar hasta el último segundo, del último minuto, de la última hora, del último día de su mandato, con Andrés Manuel López Obrador a quien le falta aún mucho tiempo en el cargo y quien tiene todavía muchas cosas por hacer. Apoyar al presidente más votado en la historia de México es mi prioridad y debería ser -de eso estoy convencido- la prioridad de todas y todos los que estamos por la transformación de este país.

No voy pues a distraerme especulando sobre cuál; entre la “hermana” o cualquiera de los dos “hermanos” (así les llamó López Obrador en una mañanera) será la o el candidato en el 2024. Estéril me parece, además, dudar, a estas alturas del sexenio, de la palabra empeñada por López Obrador.

Con un palmo de narices se quedaron quienes profetizaban que sería otro “Chávez” y aseguraban que maniobraría para reelegirse. El hombre se va al terminar su mandato.

Así se quedarán también -con un palmo de narices- los que insisten en la teoría del gran elector; una extrapolación mecánica y simplista de lo que sucedía con “el tapado” en el viejo régimen. No será López Obrador quien decida; será la gente. De las encuestas saldrá que quedará en la boleta.

“López Obrador -me dijeron Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López- ganará la elección del 2024”. Me imagino que eso mismo piensa Marcelo Ebrard y es que, fundidos han quedado, en el imaginario colectivo nacional, en la historia de México, el hombre y el movimiento. Las y los que votaron por él en el 2018 votarán por la continuidad de su legado.

La gente entiende que al presidente no le alcanzó el tiempo; que no había manera de terminar en solo 6 años la demolición del viejo régimen y la construcción del nuevo.

Solo los necios creen -y vaya que abundan en esa oposición a la que ciegan la rabia y el resentimiento- que se trató solo de un sexenio más, de otro gobierno cualquiera. Muy poco de lo que ellos consideraban y consideran inmutable quedará en pie en el 2024.

Deberán Claudia, Adán o Marcelo, es natural que así lo hagan, definir su estilo personal de gobernar y marcar el ritmo y la intensidad del proceso de cambio.

Imposible se antoja, sin embargo, pensar en un franco retroceso del mismo y no hablo solo de los candados constitucionales que les impedirían, por ejemplo, cancelar los programas del bienestar o la Guardia Nacional.

Hablo del movimiento telúrico que comenzó en el 2018, de una nueva dinámica social, de cómo amplios sectores del país, esos que habían sido humillados y ofendidos por décadas, se insurreccionan pacíficamente y reclaman para sí un papel protagónico en la historia.

Y si Claudia, Adán o Marcelo están conscientes de que no será solo por su esfuerzo que se consiga la victoria, más claros y conscientes han de estar quienes simpatizan con alguno de ellos.

Trágico sería que en defensa de intereses personales o de grupo, los “profesionales de la derrota” -que también los hay y son legión- terminen haciendo el trabajo sucio a la derecha conservadora y fracturen al movimiento.

“Tengo, vamos a ver…” digo parafraseando a Nicolas Guillén; un gran presidente, a su hermana y a sus dos hermanos de lucha, que con él han estado en las buenas y en las malas y que están listos para sucederlo. “Tengo (tenemos) vamos a ver…” una victoria más por conquistar.

@epigmenioibarra

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