Por José Gil Olmos
En el 2012 todo era algarabía en el PRI, no dejaban de escucharse los gritos de “presidente” festejando el regreso a la presidencia de la República. El fulgor del poder volvía a renacer tras 12 años de derrotas con la victoria de Enrique Peña Nieto. Hoy, al cumplirse 90 años, el panorama en el PRI es todo lo contrario, la figura del expresidente es repudiada y hasta piden su expulsión, no hay vítores, ni festejos en la sede nacional. La celebración fue protocolaria, obligatoria y la sonrisa también.
Enrique Peña Nieto fue por un tiempo el estandarte del PRI. Su imagen pulida desde los estudios de Televisa daba la idea de un remozamiento y de nuevos bríos en las filas del partido que parecía tener un segundo aire que no tardó en disiparse por la ventisca provocada por los escándalos de corrupción y el fracaso de las reformas propuestas como la modernización del país, que azotaron al PRI hasta derrumbar sus estructuras.
Al cumplir 90 años los priistas se sienten orgullosos de su pasado, más no del presente. Dicen que no se puede entender la formación y el desarrollo de las instituciones del país sino es gracias al trabajo revolucionario. Pero se avergüenzan del presente manchado por los actos de corrupción, desvío de recursos, vínculos con el crimen organizado y negocios mal habidos de muchos de sus integrantes.
La mala administración de Peña Nieto arrastró al PRI a su peor derrota electoral. Al menos así lo afirman un buen número de militantes que participaron en el ejercicio de diagnóstico que se realizó en todo el país con la participación de más de 5 mil simpatizantes en cuya conclusión salió la figura del exmandatario como el principal responsable por el mal gobierno que hizo e imponer un candidato presidencial ajeno al partido, José Antonio Meade.
El malestar de los priistas es tan grande que el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, al frente de la Corriente Democrática, calcula que entre 6 y 8 millones de priistas le dieron la espalda a Peña y a Meade y votaron por Andrés Manuel López Obrador el primero de julio del año pasado.
El éxodo del voto priista en la pasada elección presidencial ya se veía reflejando en la pérdida de sufragios en el transcurso de la administración peñista. En 2017 la exsecretaria general del PRI, Ivonne Ortega, hizo un recuento de los votos perdidos en la era peñista y señaló que hasta ese año se habían perdido casi 5 millones de votos en las elecciones estatales.
Además de Peña, los militantes priistas miran con desaprobación a otros personajes del circulo cercano del expresidente: Aurelio Nuño que nunca supo ser secretario de educación y fracasó como coordinador de la campaña presidencial; Luis Videgaray que manejó a su antojo al gobierno y hasta impulsó la candidatura ciudadana de su amigo José Antonio Meade; a Enrique Ochoa Reza que hizo de la estridencia su principal herramienta al frente del PRI y eligió a los candidatos a diputados y senadores siguiendo los designios presidenciales; y a Enrique Juárez Cisneros que en la campaña no supo cómo superar los problemas del partido.
Pero también la actitud complaciente y acrítica del PRI frente a los excesos del gobierno peñista, ante los escándalos de impunidad y corrupción de varios de sus integrantes prominentes y la auto condescendencia de los propios dirigentes que confiaron en que la militancia no reaccionaria a sus decisiones cupulares, abonó al desastre en el que hoy se encuentran.
Por cierto… En la resurrección que buscan los militantes del PRI cinco personajes pelean por la nueva dirigencia: Alejandro Moreno, gobernador de Campeche; Ulises Ruiz, exgobernador de Oaxaca; Ivonne Ortega, exmandataria de Yucatán; el senador Miguel Ángel Osorio Chong, exgobernador de Hidalgo y exsecretario de Gobernación; y el exrector de la UNAM, José Narro. De los cinco, los dados están cargados al primero conocido como Alito, pero por su cercanía con López Obrador ya le llaman Amlito que convertirá al PRI en PRIMOR, al fundirlo con Morena.
Fuente: Apro