Por Antonio Martínez Velázquez
Creo que es urgente un diálogo serio de autocrítica de la sociedad civil, organizaciones sociales y corporactivistas que se hagan preguntas sobre su papel, efectividad, posturas políticas, medios de incidencia. En parte el voto popular fue contra ellas y sus “soluciones expertas (…) Reconocer, también, que en esta ocasión se tiene enfrente a un gobierno popular, diverso y que cree tener sus propias soluciones para todo. Para no ser avasallada por su propia arrogancia, la sociedad civil de élite debe recalibrar su participación y táctica.
Los periodos electorales permiten observar con claridad aspectos de la sociedad política que no vemos en la vida cotidiana: desplegados, cumbres, colectivos en pro de X o Y agenda, etcétera. Se decantan posiciones y se abre (o no) el diálogo sobre ciertos temas. Uno de los actores más importantes de la sociedad mexicana actual es la llamada “sociedad civil”, que impulsó agendas y peticiones específicas durante el pasado proceso electoral. En mayor o menor medida sus peticiones fueron tomadas en cuenta por los candidatos a la presidencia, incluso en cada evento temático (educación, víctimas, seguridad) las organizaciones señalaban, a través de una especie de semáforo, con cuáles propuestas estaban de acuerdo con los candidatos y con cuáles no.
El protagonismo de la sociedad civil hoy no hubiera sido posible hace apenas cuarenta años. La composición del Estado mexicano obstaculizaba o, en su caso, impedía deliberadamente la formación y acción de colectivos no gubernamentales de acción social. Si no pasaba por y dentro del régimen no se movía una hoja. Las cosas cambiaron, en 1985 con el despertar de la sociedad civil en la Ciudad de México (siempre el centralismo) tras el terremoto y, de a poco, en el país con las alternancias políticas locales y la visibilidad de ciertas luchas en lo local. Durante los años noventa, la insurgencia zapatista y su promesa de un mundo donde quepan otros mundos inspiró a comunidades y colectivos a organizarse. Más tarde, el trabajo de la sociedad fue definitorio para encarar los feminicidios en Ciudad Juárez y hacernos conscientes de la crisis de derechos humanos que no hizo sino agravarse con la alternancia política en el 2000 y con el inicio de la guerra seis años más tarde. La visibilidad actual proviene, en parte, a la calidad del trabajo que hacen y, en parte, a que los gobiernos han suplido su legitimidad tomando prestada la de las ONG.
Con la apertura de México en el nuevo siglo, también llegó una nueva manera de participar en la vida pública por fuera de las estructuras partidistas. Entraron fundaciones internacionales y una naciente (sigue siendo muy pequeña) filantropía mexicana comenzó a apoyar a grupos a favor de causas distintas. Se crearon algunas organizaciones no gubernamentales que comenzaron a impactar en la evaluación del desempeño gubernamental (pienso en Fundar y similares) y se generó desde entonces un espacio legítimo de participación y de oposición-contrapeso del régimen. No todo fue miel sobre hojuelas, una de las consecuencias más concretas de la poca diversidad del financiamiento es la poca diversidad de agendas y voces; no solo eso, los dueños del capital tienen posiciones políticas e ideológicas que, en muchas ocasiones, impactan en la misión y objetivo de las organizaciones que financian.
Se podrían identificar los temas de seguridad pública primero y, anticorrupción, después, como los generadores de un tipo de sociedad civil más protagónica, especializada y financiada. Sus líderes (Alejandro Martí o Claudio X. González) buscaron a los profesionistas más capaces de cada rubro y comenzaron a crear un ecosistema de élite entre la sociedad civil. En palabras de Guillermo Ávila “frecuentemente pasó que el vacío de representación que dejó el gobierno, principalmente, y la clase política en general, lo ocuparon las OSC, sobre todo las más visibles”. Por un lado, el gobierno suplía su falta de legitimidad con la llamada “sociedad civil” y por el otro se monopolizaba una voz otrora heterogénea y diversa. Se creó una élite civil con vasos comunicantes con el poder político y económico.
Las organizaciones sociales fuera del circuito del privilegio no dejaron de operar, al contrario, crecieron a lo largo del país: los colectivos de madres de lxs desaparecidxs, las buscadoras que recorren el territorio al encuentro de fosas clandestinas, las defensoras del territorio que resisten con mucha astucia y riesgo la depredación de sus territorios por parte de las empresas extractivas, los activistas a favor de los derechos digitales, los colectivos a favor de los migrantes (que atienden con generosidad a quienes se van a Estados Unidos, como a quienes llegan de Centroamérica deshechos por la brutalidad de las autoridades mexicanas en su contra). Todas estas agrupaciones, si bien tienen alto compromiso y experiencia técnica y política, no cuentan con el mismo financiamiento, acceso a voz ni seguridad que quienes operan e “inciden” desde la élite de la Ciudad de México y que, cuando hablan, dicen cosas como “nosotros, la sociedad civil…”. Algunos de los miembros de estos colectivos están siendo, ahora mismo, detenidos, hostigados o asesinados sin que los que hablan en su nombre les importe.
En cuanto un pequeño grupo se asume como “la sociedad civil” está desplazando a muchos otros que forman parte de ella: sindicatos, agrupaciones campesinas, asociaciones gremiales, etcétera. Y con ello dejan espacios para cuestionar su efectividad. Durante el proceso electoral que culminó el primero de julio, por ejemplo, uno de los candidatos presidenciales, Ricardo Anaya, abrazó públicamente la mayor cantidad de propuestas de la élite de la sociedad civil. Al carecer de un programa propio y una historia política que soportara su candidatura, estableció puentes con una pequeña parte de las organizaciones a través de personas de alto prestigio como Emilio Álvarez Icaza. Así Anaya parecía ser el candidato ideal de “la sociedad civil”. El resultado es conocido: los partidos del Frente, los valores, ideas y estéticas que representaban, fracasaron rotundamente en el proceso democrático de la conquista del poder. Allí iban incluidas algunas agendas de algunas ONG. ¿Esto quiere decir que la agenda en sí misma es inútil o debe ser desterrada de la discusión pública? No.
En Twitter hice un llamado a una amplia reflexión autocrítica de la sociedad civil, decía lo siguiente: Creo que es urgente un diálogo serio de autocrítica de la sociedad civil, organizaciones sociales y corporactivistas que se hagan preguntas sobre su papel, efectividad, posturas políticas, medios de incidencia. En parte el voto popular fue contra ellas y sus “soluciones expertas”. Acto seguido usé una analogía mundialista, a modo de chiste, que sostengo: “La socialité civil: el Neymar de la vida pública en México”. Con ello pretendía atajar dos realidades, (1) la de una pequeña porción de la sociedad civil que, desde la élite, habla por la totalidad de la misma y (2) cómo la estrategia seguida hasta ahora sigue siendo la misma, parecida a la del jugador brasileño: dramática y espectacularizada.
La preocupación sobre el futuro de la sociedad civil no es nueva, desde hace varias semanas con distintos directores de ONG y Fundaciones he compartido esta idea. ¿Qué perdió la sociedad civil de élite en esta campaña? ¿Cómo insertó sus agendas en el diálogo de las mayorías sociales? ¿A quién le habló y con qué objetivos? ¿Qué país imaginan en conjunto y por separado, y que estrategias tendrán para lograrlo? ¿Cómo combinar sus filiaciones políticas con su quehacer social? Estas y otras preguntas veo en esa reflexión.
Se me cuestionó haber ligado el resultado electoral de una mayoría en contraposición con la petición del colectivo de #FiscalíaQueSirva que pide modificar el artículo 102 de la Constitución para brindar autonomía plena al fiscal general de la república. Lo hice por una sencilla razón: porque no representaba ninguna sorpresa, AMLO ya había rechazado una y otra vez ese camino para el tema de impartición de justicia. ¿Debemos conformarnos? No, pero el punto no es ese. El punto es cómo incidir de mejor manera que vía desplegados, un hashtag pegajoso y artículos grandilocuentes. Pienso que la estrategia de “Fe en el método” puede ser equivocada. Prácticamente la propuesta del colectivo asume que el método de elección del fiscal es la única solución independientemente de sus consecuencias. Quizá haya otros métodos cuya consecuencia en materia de impartición de justicia sean más deseables que las derivadas del método experto y perfecto.
Es necesario acomodarse en el mapa. Muchos de los que estaban en la oposición pertenecerán al gobierno y viceversa. Además un gobierno con tal bono de legitimidad y mayoría en el congreso tendrá una dinámica distinta. La sociedad civil en México es muchas cosas, no solo quienes salen en la televisión y firman desplegados. Las organizaciones sociales atienden infinidad de temas y tienen formas y prácticas políticas distintas, no todas son iguales aunque las voces que “las representan” se parecen entre sí. El espectro más privilegiado de eso que se dice sociedad civil debe deliberar colectivamente sobre su lugar en esta nueva configuración. Ajustar el lente de la crítica, los objetivos y las estrategias para lograr agendas. Reconocer, también, que en esta ocasión se tiene enfrente a un gobierno popular, diverso y que cree tener sus propias soluciones para todo. Para no ser avasallada por su propia arrogancia, la sociedad civil de élite debe recalibrar su participación y táctica.