Por Oswaldo Zavala*
La elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha legitimado a la derecha radical de ese país con una peligrosa plataforma política que se está expresando en cientos de incidentes de acoso y agresiones verbales y físicas que se han reportado en contra de minorías raciales y étnicas por todo el país.
En ese contexto, resulta extraordinario y preocupante advertir que, para comprender las claves de su derrota, el Partido Demócrata y la izquierda estadunidense han recurrido a dos narrativas que producen otras expresiones de racismo y xenofobia en contra de la comunidad latina y las demás minorías.
Ambas narrativas favorecen en cambio a la comunidad blanca adinerada que en su mayoría traicionó a Hillary Clinton para entregar el poder ejecutivo a un candidato que ataca sistemáticamente a las minorías, que ha nombrado a un supremacista blanco, Stephen K. Bannon, como el jefe de su estrategia de gobierno y que ya amenaza con deportar a 3 millones de inmigrantes indocumentados en los primeros días de su mandato.
La primera narrativa afirma que el voto latino es en parte conservador y que en contra de sus intereses más elementales votó significativamente por Trump a pesar de que su campaña se organizó explícitamente con un discurso racista y xenófobo que insultó desde el primer día a los migrantes mexicanos llamándolos violadores, narcotraficantes y asesinos. Según las encuestas de salida más citadas, Trump habría recibido 29% del voto latino, seis puntos porcentuales más del 23% que obtuvo Mitt Romney, el candidato republicano en la elección presidencial de 2012.
La segunda narrativa, promovida por los principales operadores políticos del Partido Demócrata y por numerosos intelectuales de la izquierda liberal estadunidense, afirma que la lección que debe aprenderse con la derrota de Hillary Clinton consiste en paliar la ansiedad de la clase trabajadora blanca ante las perniciosas políticas neoliberales en estados como Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Fue en esos estados donde el Partido Demócrata ganó consistentemente el voto de la mayoría en las elecciones de 2008 y 2012 que llevaron a Barack Obama a la Presidencia, pero que Clinton perdió contra toda proyección, precisamente a causa de la mayoría blanca que votó por Trump.
Ambas narrativas, en mi opinión, están equivocadas y ambas se estructuran alrededor del mismo sentimiento espontáneo de racismo y xenofobia que hoy prevalece en Estados Unidos y que tiene graves repercusiones para la comunidad latina.
Analicemos la primera narrativa de esta elección presidencial. La organización Latino Decisions dio a conocer el 10 de noviembre los resultados de su encuesta conducida por Gabriel Sánchez y Matt Barreto, profesores de ciencias políticas en la Universidad de Nuevo México y la Universidad de California en Los Ángeles, respectivamente. Su análisis —basado en 5 mil 600 entrevistas bilingües con latinos de los 50 estados del país— revela que lejos de obtener el 29% del voto latino, como inicialmente indicaron las encuestas de salida, Trump sólo recibió el 18%, el más bajo en la historia que esa comunidad ha dado jamás a un candidato republicano. El voto latino a favor de Clinton fue en cambio mucho mayor del 65% inicialmente estimado por las encuestas de salida: Clinton fue favorecida por 79% de los latinos, cuatro puntos porcentuales más de los que recibió Obama en 2012.
Según Sánchez y Barreto, la encuesta de salida que atribuye un mayor porcentaje del voto latino para Trump fue conducida por la Edison Research, un consorcio patrocinado por varios medios de comunicación. Aunque basada en 24 mil 537 entrevistas, dicen, esa encuesta no está diseñada para reflejar el voto de comunidades específicas, pues ni siquiera aclara si los distritos encuestados responden proporcionalmente a la distribución demográfica de las comunidades latinas del país.
De estar en lo correcto, la encuesta de Latino Decisions revela datos sorprendentes: primero, que los latinos son abrumadoramente liberales y no conservadores; segundo, que las cifras totales del voto latino siguen aumentando sustancialmente con cada elección, pues Sánchez y Barreto estiman que en esta contienda votaron entre 13.1 millones y 14.7 millones de latinos, una diferencia significativa en comparación con los 11.2 millones de latinos que votaron en 2012. Esos dos o tres millones más de electores sin duda contribuyeron a que Clinton superara a Trump en el voto popular por una diferencia de un millón 160 mil 617 votos.
Todavía más: los latinos votaron por el Partido Demócrata a pesar de que Barack Obama deportó entre 2009 y 2015 a 2.5 millones de inmigrantes indocumentados –el mayor número de deportaciones en la historia de Estados Unidos– y de que el Partido Demócrata contribuyó con muy limitados recursos financieros y logísticos a los programas propulsados por organizaciones civiles para estimular el voto latino. De hecho, el extraordinario porcentaje de latinos que salió a votar en esta elección es resultado de la organización y el esfuerzo de sus comunidades y no de la plataforma política de los demócratas, señala Héctor Sánchez, presidente de la National Hispanic Leadership Agenda (NHLA), una coalición de 40 de las más influyentes organizaciones del cabildeo latino en Estados Unidos.
Contrario al voto latino, 58% de hombres y mujeres blancos, en su mayoría sin educación superior y de 45 años de edad en adelante, favoreció a Trump, mientras que sólo 37% votó por Clinton. Refutando todo pronóstico en medio de denuncias de acoso sexual y una grabación en la que admite abusar de mujeres con impunidad, Trump incluso ganó 54% del voto de mujeres blancas contra 42% que apoyó a Clinton.
El liderazgo demócrata y los principales intelectuales de izquierda coinciden ahora en la supuesta urgencia de recuperar ese voto que, según ellos, se localiza principalmente entre la “clase trabajadora blanca” que rechazó a Clinton.
Aquí entra la segunda narrativa sobre la elección que se resume elocuentemente en una declaración en Twitter de Bernie Sanders, precandidato presidencial en la elección primaria de los demócratas y uno de los principales líderes de la izquierda en ese partido, el lunes 14: “Provengo de la clase trabajadora blanca y me siento profundamente humillado porque el Partido Demócrata no puede hablarle a la gente del lugar de donde vengo”.
Pero esa narrativa no es sólo falsa, sino que es producto de la misma estructura sociopolítica que está normalizando el racismo y la xenofobia como discurso político legítimo. Según un análisis del influyente sitio de información electoral fivethirtyeight.com, lejos de representar a la clase trabajadora blanca, los votantes de Trump gozan de un ingreso medio de 72 mil dólares al año. Las encuestas de salida corroboran esa tendencia. Sólo 36% del electorado estadunidense gana menos de 50 mil dólares anuales. Entre ellos 52% votó por Clinton y 41% por Trump. En cambio, el 64% del electorado percibe más de 50 mil dólares al año, del cual 49% apoyó a Trump y 47% a Clinton. Es decir, una mayoría blanca y con estatus económico alto, que no pertenece a la clase trabajadora y que dista de sufrir una crisis económica a causa del neoliberalismo, es la que votó por Trump.
Ahora bien, aunque la mayoría de los blancos que votaron por Trump no es pobre, sí tiene un nivel educativo bajo. Según datos del Pew Research Center, el electorado blanco sin educación superior votó 14% más por los republicanos que por los demócratas, mientras que los blancos con título universitario votaron 10% más a favor de los demócratas.
En un artículo publicado el 16 de noviembre en The Washington Post, el politólogo Michael Tesler, explicó que la disparidad entre preferencias políticas está directamente relacionada con las tendencias racistas, supremacistas y xenófobas del electorado blanco ignorante, mientras que el electorado educado tiende a ser más tolerante y liberal.
Por otra parte, según datos oficiales del Buró de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, las minorías conforman casi 40% de la clase trabajadora, 21.6% de la cual es latina, el mayor grupo minoritario entre los trabajadores. Para 2032 se proyecta que las minorías raciales integrarán más de la mitad de la clase trabajadora, desplazando a la población blanca que también perderá su mayoría demográfica en general para 2043, según datos del más reciente censo.
No obstante, el consenso entre el Partido Demócrata y los intelectuales de izquierda insiste en favorecer a una supuesta base electoral blanca, trabajadora y pobre que en realidad tiene poco que ver con la mayoría blanca, de ingreso alto y con actitudes racistas y etnocentristas que votó por Trump.
La verdadera “clase trabajadora” de Estados Unidos es mucho más diversa y compleja que la imagen que se le adjudica casi exclusivamente a los poblados blancos pobres del norte del país.
Es desesperanzador advertir esa otra forma de racismo y xenofobia que se materializó con la elección: el hecho de que el Partido Demócrata y la izquierda liberal privilegien la falsa idea de una clase trabajadora blanca que no representa sino el “borramiento” de la diversidad de los trabajadores a nivel nacional y la dramática vulnerabilidad de las minorías de Estados Unidos.
A pesar de esta y otras formas de discriminación, los latinos se han convertido en una fuerza de trabajo clave para varios sectores de la economía y han logrado organizarse con éxito notable para unir su potencial político como un grupo electoral coherente, orgánico y estratégicamente consciente de sus intereses inmediatos. Ahora están construyendo un potencial político que está destinado a reconfigurar para siempre la esfera pública en Estados Unidos. Cuando ese futuro nos alcance, ningún candidato presidencial podrá jamás volver a articular una campaña electoral basada en prejuicios demagógicos y racistas en contra de la comunidad latina ni será posible deportar millones de inmigrantes sin un alto costo político. Su voz no volverá a ser suprimida e ignorada. Esa es la revuelta latina que vendrá.
* Oswaldo Zavala. Profesor investigador del College of Staten Island y del Graduate Center de la City University of New York (CUNY). Su libro más reciente es La modernidad insufrible: Roberto Bolaño en los límites de la literatura latinoamericana contemporánea (2015)
Fuente: Proceso