Por John M. Ackerman
Hoy el pueblo mexicano repudia a su Presidente quizás más que en ningún otro momento en la historia. De acuerdo con las encuestas de opinión pública, solamente 24 por ciento de la población hoy aprueba el trabajo de Enrique Peña Nieto. Es muy difícil encontrar a alguien, en la oficina, en la escuela, en la familia o en nuestras comunidades, que alabe el trabajo del mandatario federal. Ni Carlos Salinas, quien hundió la economía y saqueó la nación, ni Felipe Calderón, quien hundió el país en un criminal baño de sangre, habían logrado desprestigiar de manera tan profunda a la investidura presidencial.
La devaluación constante del peso, el colapso de la economía, los permanentes escándalos de corrupción, el servilismo de la política exterior, así como la generalización de la violencia y la represión en todo el país, han convencido a los mexicanos que quien hoy ocupa Los Pinos ha traicionado al pueblo. Cada día más ciudadanos se despiertan cada mañana con la convicción de que un país tan rico, digno y soberano como México no merece la situación tan grave en que se encuentra.
Ni Porfirio Díaz generó tanto rechazo entre la población como Peña Nieto. Recordemos que en 1910 solamente 18 por ciento de los ciudadanos mayores a 15 años sabían leer y escribir. Si bien millones de valientes mexicanos se levantaron en armas en contra del despotismo, en aquel momento la población también era extremadamente vulnerable a las mentiras del poder.
Hoy el analfabetismo es casi inexistente. Gracias al arduo trabajo de los maestros y las maestras comprometidos con la infancia en todo el país, hoy 94 por ciento de la población mayor de 15 años sabe leer y escribir. Estamos mejor armados que nunca para criticar y denunciar los abusos del poder, así como articular propuestas de acción.
Por ejemplo, las alentadoras conquistas políticas de Andrés Manuel López Obrador ya han rebasado por mucho los logros tanto de Bernie Sanders como de Pablo Iglesias. En 2016, ni Sanders ni Podemos pudieron derrotar a la vieja izquierda cómplice y burocratizada de Estados Unidos, el Partido Demócrata, o de España, el PSOE. Sanders fue reducido a un porrista más de la campaña presidencial de Clinton. Y Podemos incluso perdió presencia electoral en la segunda vuelta de los comicios parlamentarios en España.
En contraste, en 2016 Morena rebasó y desplazó al PRD en todo el país, logrando lo que no pudieron hacer ni Sanders ni Podemos: el tan anhelado sorpasso en que la nueva izquierda ciudadana remplaza a la vieja izquierda corrupta y se apuntala a tomar control sobre el Poder Ejecutivo.
Sanders ha lanzado un importante llamado a crear una revolución
en Estados Unidos. Su propuesta retoma elementos esenciales de las luchas históricas de la izquierda latinoamericana, como la defensa de los derechos de los trabajadores, de los inmigrantes, de los pueblos indígenas, así como la protección del ambiente, el fortalecimiento de la economía nacional y el sistema democrático. Dos de las propuestas claves del senador del estado de Vermont son la gratuidad de la educación pública universitaria y poner límites a la influencia del dinero y los intereses privados en las elecciones.
En México, sin embargo, nuestras universidades públicas ya son gratuitas y la legislación electoral ya establece límites fuertes y claros a la intervención del sector privado en las elecciones. Nuestra Constitución de 1917 también rebasa por mucho a la carta magna de Estados Unidos en materia de derechos sociales, incluyendo fuertes garantías al trabajo, la salud, la alimentación, la vivienda, la cultura, el agua y a un medio ambiente sano.
El proyecto que López Obrador presentó ayer, en el Congreso Nacional de Morena, va mucho más allá de las propuestas de Sanders. Por ejemplo, el tabasqueño se compromete no solamente a mantener la gratuidad de la educación pública, sino también a garantizar el acceso universal. Declaró que eliminaría los exámenes de ingreso y ampliaría la matrícula universitaria para asegurar que ni un solo joven se quede sin la oportunidad de estudiar una carrera universitaria. Estos jóvenes también recibirán becas de parte del Estado para asegurar que puedan terminar con sus estudios.
López Obrador también se comprometió a garantizar medicamentos y atención médica totalmente gratuitas para todos los mexicanos. Asimismo, asegurará el derecho a la alimentación para todos. En general, reiteró y reafirmó su compromiso más firme de otorgar la prioridad a los más pobres en su futuro gobierno.
La revolución social
de López Obrador va mucho más allá de los postulados de la revolución
estrictamente liberal de Sanders. El presidente de Morena no solamente encarna la lucha de Francisco I. Madero por una democracia verdadera, sino también la lucha de Emiliano Zapata por la justicia social. Dependerá de la sociedad mexicana generar las condiciones para que en 2018 no triunfe una vez más la traición y el fraude, sino que se abra una nueva etapa histórica que honre los principios y el legado de nuestra gran Revolución Mexicana que ayer cumplió 106 años.
Twitter: @JohnMAckerman
Fuente: La Jornada