El coro de inquisidores lanza constantes, sincrónicos y coléricos anatemas, y promete tormento y fuego para quienes hemos tenido la osadía de ir contra el dogma neoliberal y el saqueo de la nación.
Esos que llaman a elaborar listas, a denunciar a quienes estamos por la transformación pacífica y democrática pero radical de México; esos que con ánimo inquisitorial prometen que habrán de cobrarnos caro el haber apoyado a Andrés Manuel López Obrador, no hacen nada sin consultar a sus asesores en comunicación y propaganda. La rabia es su estrategia y de rabia pretenden contagiarnos.
Detrás de los mensajes de Claudio X. González, de Margarita Zavala, del propio Felipe Calderón, de la furia de sus dirigentes y de sus rijosos legisladores, de las condenas y profecías apocalípticas de los líderes de opinión, está un ejército de expertos en mercadotecnia política, psicólogos e intelectuales, conocedores de las viejas recetas del fascismo empeñados en los más oscuros y primitivos instintos.
Con el odio, la envidia, el miedo que ellos sienten pretenden infectar a la sociedad entera. Les sobra la plata y tienen los medios para intentar sembrar, generalizar, atizar estos viejos detonadores de la guerra y el genocidio. Trabajan para sacar a la superficie lo peor de los seres humanos.
No llaman Claudio X. González y quienes lo respaldan a enlistar a criminales para someterlos a la justicia, llaman a poner en esa lista a ciudadanas y ciudadanos comunes, a luchadores sociales, a activistas, a mujeres y hombres que ocupan cargos públicos. A quienes, como dice López Obrador, han tenido la “soberbia” de sentirse libres, de pensar distinto.
El coro de inquisidores lanza constantes, sincrónicos y coléricos anatemas, y promete tormento y fuego para quienes hemos tenido la osadía de ir contra el dogma neoliberal y el saqueo de la nación.
Se alza así la derecha conservadora contra la pluralidad, la democracia y la paz y lo hace con estridencia porque, supuestamente así, señalando a supuestos culpables de males inexistentes, llamando al linchamiento, se enciende a las multitudes.
A Hitler lo inventaron los Krupp y otros grandes empresarios. Fue en el seno de la oligarquía alemana, que necesitaba recuperar el control ante el peligro real que representaba para sus intereses la República de Weimar. Esta complicidad entre oligarcas y políticos autoritarios explica la naturaleza violenta y corrupta del fascismo.
Aquí, y pese a sus intentos por presentarse como víctimas, los oligarcas no corren ningún peligro. Ni la 4T es la República de Weimar ni el fantasma del comunismo ronda por estos lares. Ningún dictador les persigue.
Pueden actuar, hablar, mentir a su antojo, pero no tienen un político que, como Hitler, sea capaz de propagar el odio y por eso han tenido que poner a uno de los suyos, a un traficante de influencias, al frente.
Aquí tampoco tienen al ejército de su parte y menos todavía a las multitudes dispuestas a asaltar Palacio y a lanzarse a linchar a quienes están en la lista. Aquí hay un Presidente que les dice: si quieren mi cabeza, acudan a las urnas y sáquenme.
Aquí está en marcha una transformación que los estrategas de la derecha no comprenden y que, ni con las viejas recetas, ni con toda su plata, ni con todos los medios de comunicación a su servicio habrán de detener. En este país -para su desgracia- la rabia es una estrategia fallida.
@epigmenioibarra