La psicóloga mexicana de los migrantes que sobrevivieron a La Bestia

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“Mis padres querían que fuera médico, pero yo dije que no, porque no sólo la medicina salva vidas”, le dice Dora Nelly Morales a la periodista Nina Lakhani, del programa de radio Outlook, de la BBC.

Esta mexicana de 27 años, nacida en el Distrito Federal de México de padres chiapanecos, estudió psicología en la universidad y después obtuvo un diploma en salud mental de los migrantes.

Y ahora atiende a decenas de ellos cada semana. Lo hace en un albergue para migrantes de la organización Médicos Sin Fronteras rodeado de paz, de maizales y cactus salvajes.

Hay entre 60 y 70 centros de ese tipo en el país, situados a escasos metros de las vías del tren conocido como La Bestia, el medio de transporte que muchos centroamericanos escogen para cruzar el territorio mexicano en su travesía hacia Estados Unidos.

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La Bestia, el tren, es el medio de transporte que muchos centroamericanos escogen para cruzar el territorio mexicano en su travesía hacia los Estados Unidos.

Los albergues están alejados de los centros urbanos y no se puede acceder a ellos directamente por carretera. Así que son el lugar ideal para que los migrantes descansen y recuperen fuerzas con la seguridad de que no los van a detener.

Pancho, el aliado de terapias

“Aquí está la tienda en la que les doy la bienvenida y les explico quiénes somos y qué hacemos”, le muestra Dora a la periodista de la BBC.

“Y al lado está mi consultorio; una jaula, literalmente”, dice, enseñando el cubículo metálico insonorizado con una sola ventana para que entre algo de luz. También hay varias sillas y juegos que Morales emplea en sus sesiones.

Pero su principal aliado en las terapias es Pancho, un perro.

Le falta un ojo y tampoco tiene boca. Se cayó a la autopista desde la parte de atrás de un camión de basura. Uno de los médicos de la ONG lo recogió y se lo entregó a Morales, quien lo limpió y cuidó.

Morales cuenta la historia del perro a los migrantes, y así logra que estos les cuenten lo que les pasó en el camino.

“Él también es un migrante”, cuenta la psicóloga sobre su aliado. “Así que les cuento su historia a los migrantes y ellos se sienten identificados con él”.

Es entonces cuando les pide que la ayuden a completar la historia del perro y logra así que cada paciente termine contando la suya.

Para que la periodista se haga una idea, le permite asistir a una de las sesiones colectivas.

“¿Podría alguien decirme qué cree que le pasó a Pancho?”, pregunta Morales a los asistentes.

“Pancho es un migrante que iba de camino a los Estados (Unidos) para ayudar a su familia”, comienza a contar un hombre con acento nicaragüense.

“Pero los Zetas lo secuestraron, y como el pobre no tenía a nadie en los Estados (Unidos) que pagara el rescate le sacaron un ojo”, prosigue.

“Como así tampoco pagaba, le cortaron la boca y lo tiraron al río para que muriera. Pero luego un doctor lo encontró, lo rescató y le salvó la vida. Esa es la historia de Pancho”, completa.

Pero la psicóloga sigue preguntando: “¿Y cómo creen que se siente ahora?”.

Decenas de centroamericanos descansan en los 60 o 70 albergues para migrantes que hay en México antes de reemprender su ruta.

“Ahora Pancho se siente fuerte, bien bañado, bien vitaminado. Está un poco gordo y se siente querido. Y eso es lo más importante. Aunque perdió un ojo y la boca, quiere seguir viviendo”, contesta el mismo hombre.

“Pero su viaje terminó. Está demasiado asustado. ¿Y qué si los Zetas lo vuelven a agarrar y le sacan el otro ojo?”, pregunta Dora.

“Se va a quedar aquí en México”.

Ansiedad y depresión

La historia imaginada de Pancho se parece a los relatos que escucha cada día Morales. Y es similar al de muchos de los 300.000 centroamericanos que migran hacia Estados Unidos cada año.

El día que la periodista de la BBC visita el albergue no se encuentra con muchos. Solo hay ocho y la psicóloga cuenta que durante la semana hubo hasta 15, pero cinco hombres se fueron la víspera y tres mujeres el día anterior. “Niños no tenemos desde la semana pasada”, señala.

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El hecho de que no haya muchos migrantes en el centro se debe, en parte, a que es invierno. Y también a que cada vez son mayores las restricciones en la frontera entre México y EE.UU., lo que se traduce en cifras récord de detenciones.

A los que se encuentran en el albergue de Médicos Sin Fronteras les faltan varios kilómetros para llegar a la frontera, pero ya están exhaustos.

Tienen secuelas físicas del viaje.

“Sufren la violencia de varios grupos, pero también hambre, sed y temperaturas extremas”, relata Morales. “El tren es de puro metal y cuando hace frío está helado, y arde cuando hace calor. Así que muchos llegan con quemaduras en las manos”.

Pero también tienen consecuencias psicológicas. “La mayoría llega con ansiedad, con mucho nerviosismo”, explica la psicóloga. “Hablan de una necesidad de salir corriendo, pero no saben a dónde”.

“Algunos no pueden dormir, a pesar de que están exhaustos. Otros dicen que han dormido, pero que sienten que el cuerpo les pesa como si llevaran una pesada mochila”, cuenta.

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Muchos migrantes llegan con quemaduras en las manos, porque el tren es de puro metal y arde cuando hace calor.

“Algunos tienen síntomas de depresión; están irritables, tristes, frustrados. No saben si seguir o regresar. Y varios no pueden alimentarse. Se sienten culpables porque quizá sus familias no tienen qué comer”.

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Primeros auxilios psicológicos

Ante esto, ¿qué puede hacer alguien como Morales para ayudar en unas pocas sesiones? El promedio de tiempo que los migrantes permanecen en el albergue es un par de días.

“Ofrecemos primeros auxilios psicológicos ante situaciones de crisis, cuando recibimos a alguien inmediatamente después de haber vivido un incidente traumático”, explica.

Después comienzan las sesiones individuales. “Es entonces cuando tratamos de averiguar más sobre el trauma. Puede ser que se sientan culpables porque no pudieron ayudar a otro migrante que murió. Pueden contar que fueron amenazados en su país, o perdieron a su familia, o fueron abandonados de niños”. O todo a la vez.

“Ante eso, tratamos de enfocarnos en el problema que en ese momento es principal y de encontrar la forma de mejorar esa situación”, dice Morales.

Un salvadoreño de 36 años acaba de participar en una de esas sesiones. Tiene los ojos llorosos y cuenta a la periodista que dejó a trás a su esposa y a seis hijos.

Algunos de los pacientes de Dora Morales aseguran que, tras hablar con ella, tienen más fuerzas para retomar el viaje.

“La vida es difícil en El Salvador”, dice. “Hay mucho crimen en mi país, no hay trabajo y los salarios son muy malos. Yo tenía una panadería pero tuvimos que cerrar por el dinero que tenía que pagar a las maras (las pandillas), porque si no te matan. Quiero una vida mejor para mi familia, para mis seis hijos”.

Es su cuarto intento de llegar a EE.UU.

¿Cómo le ha ayudado hablar con Dora la psicóloga?, le pregunta la reportera.

“La vida me ha enseñado que cuando hablas sobre tus preocupaciones y de lo que sientes dentro, eso te ayuda a sentirte mejor”, asegura el salvadoreño. “Descargar lo que llevas dentro, o llorar, te hace sentir más calmado”.

“Después de hablar con ella (la psicóloga Dora Morales) me siento más calmado y menos estresado para continuar mi viaje”, dice.

Y es que, como dijo Morales, no sólo la medicina cura.

Fuente: BBC Mundo

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