La prudencia de Lázaro Cárdenas

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Por Enrique Krauze

En la histórica decisión que llevó a Lázaro Cárdenas a expropiar las empresas petroleras incidió una experiencia personal. Hacia 1926, días después de su llegada como Comandante Militar de la Huasteca Veracruzana, las compañías petroleras de la zona habían tratado de sobornarlo con un cañonazo de 50,000 pesos y un lujoso Packard en la puerta. En Tuxpan vivía entonces su amigo y guía el general Francisco J. Múgica. Muchos años después, el 19 de abril de 1954, Cárdenas recordaba la escena en sus Apuntes:

En varias expediciones que realicé por los campos petroleros de las compañías extranjeras me acompañó el general Múgica y juntos presenciamos la actitud altanera de los empleados extranjeros con los trabajadores mexicanos. Las compañías estimulaban la rebelión armada en contra del gobierno para consumar sus despojos a los dueños de terrenos y extraer de contrabando mayor cantidad de petróleo. La vigilancia de los inspectores del gobierno no podía resultar eficaz con la rebelión en la propia zona. Mantenían a la población obrera en pésimas habitaciones, en tanto que las casas de los empleados extranjeros sobresalían por sus comodidades. En una ocasión que cruzamos … por los campos petroleros de Cerro Azul y Potrero del Llano, nos vimos detenidos en las puertas de las compañías, que cerraban los caminos, y fue después de una hora de espera que llegaron sus guardias a abrirnos el paso. Y esto le ocurría al propio comandante de la zona militar. Había que tolerarlos por las consideraciones que les concedía el gobierno. Comentamos con el general Múgica tan humillante situación para los mexicanos. Once años después, el 18 de marzo de 1938, nos tocó el honor de ver salir del país a las compañías extranjeras que detentaban la riqueza petrolera.

Pocos saben que fue el poeta José Gorostiza quien redactó la nota diplomática enviada al gobierno de Estados Unidos y el discurso del 18 de marzo de 1938. Aquel día, Cárdenas pidió -en sus propias palabras- “el respaldo del pueblo, no sólo por la reivindicación de la riqueza petrolera, sino por la dignidad de México”. La respuesta ciudadana fue masiva y entusiasta.

Una vez decretada la expropiación, Cárdenas no cerró las puertas a una negociación con las empresas petroleras. De hecho, según consigna Lorenzo Meyer, en abril de 1938 el secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, “ofreció un arreglo según el cual las propiedades podían volver a ser operadas por las empresas, pero bajo contrato con México” (Lorenzo Meyer, Las raíces del nacionalismo petrolero en México, Océano, 2009, p. 220). Al año siguiente, entre el 8 y el 22 de marzo de 1939, Cárdenas sostuvo ocho pláticas con Donald R. Richberg, representante de las compañías petroleras. A ellas acudió también el embajador de México en Estados Unidos, Francisco Castillo Nájera, quien después de cada junta redactó inmediatamente lo hablado. En la segunda reunión, Cárdenas esbozó un “plan de entendimiento” que recogía “las ideas capitales del Gobierno”. En él declaraba estar abierto a celebrar un “Contrato de largo término para la cooperación entre las compañías y el Gobierno en la explotación de la industria petrolera” y mostraba disposición para un “arreglo de nuevas inversiones para el fomento de la industria: exploraciones, establecimiento de refinerías, etc”.

El 21 de marzo, en carta dirigida a Richberg, Castillo Nájera confirmaba la aceptación de que “se constituya una asociación cooperativa, entre el Gobierno … y las compañías cuyos bienes fueron expropiados…” y mencionaba “la conveniencia de un contrato único que facilita la propuesta obra de colaboración”. Todo ello, siempre y cuando las compañías no pretendieran regresar al statu quo anterior y se avinieran a tener “injerencia” sólo en las “secciones financiera y técnica” de la operación. En carta aparte, el Presidente insistió en una condición inamovible: la aceptación de que la mayoría del Consejo de Administración y el Gerente de las empresas que manejarían la industria fuesen designados por el Gobierno (La verdad sobre la expropiación de los bienes de las empresas petroleras, Gobierno de México, 1940, pp. 108-128. Edición Facsimilar, Miguel Ángel Porrúa, 1999).

El acuerdo previsto nunca se concretó, pero la disposición al arreglo se reflejó en la Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional (Diario Oficial, 9 de noviembre de 1940) que admitía, en efecto, la posibilidad de celebrar “contratos con los particulares, a fin de que éstos lleven a cabo por cuenta del gobierno federal los trabajos de exploración y explotación”.

¿Cómo explicar esa actitud? Evidentemente, Cárdenas no albergaba la menor simpatía por “la dictadura económica del capitalismo imperialista” (entrada del 19 de marzo de 1938 en Obras, I. Apuntes, p. 391). La actitud del Presidente se explica por su prudencia. Cárdenas no era un hombre dogmático sino un joven general revolucionario que ensayaba -con una difícil mezcla de cautela y firmeza- soluciones prácticas frente a cada circunstancia, siempre dentro de la Constitución.

La prudencia explica muchas cosas. Desde el inicio de su gobierno, Cárdenas se apartó de Calles y no azuzó más el conflicto con la Iglesia. En 1936, ante la rebeldía empresarial de Monterrey, estableció desde el Estado lo que se llamó “el equilibrio de los factores de la producción”, pero sin ahogar a la Iniciativa Privada. En la Confederación de Trabajadores Mexicanos favoreció el ascenso de los sindicalistas moderados (como Fidel Velázquez) sobre los líderes comunistas. En 1940, al visitar San José de Gracia, Michoacán, felicitó al patriarca del pueblo, el padre Federico González, por el reparto en pequeñas propiedades que había organizado tiempo atrás: “De haberlo sabido antes, esto es lo que hubiera hecho” (testimonio personal de Luis González). También por prudencia, en los albores de la Segunda Guerra Mundial eligió como sucesor al moderado Ávila Camacho y no al radical Múgica. Y así se explica que, una vez consolidado el dominio nacional sobre los hidrocarburos, considerara prudente la posibilidad de celebrar contratos con el capital privado bajo la estricta rectoría del Estado.

Las circunstancias internacionales (el estallido de la guerra, la demanda de hidrocarburos) y la capacidad de los ingenieros y obreros mexicanos se conjugaron muy pronto para que Pemex sorteara con éxito los problemas técnicos y financieros derivados de la expropiación que Cárdenas, por prudencia, quizá había previsto. Ya fuera del poder, a lo largo de tres décadas (murió el 19 de octubre de 1970) en el entorno polarizado de la Guerra Fría, el general registró en sus Apuntes su negativa a la participación privada, en particular la extranjera, en la industria petrolera. Cuando López Mateos -rejuvenecer a la Revolución Mexicana ante la pujante Revolución Cubana, para parecer más cardenista que Cárdenas- selló la imposibilidad constitucional a toda participación privada y afianzó el monopolio de Pemex, Cárdenas acudió a felicitarlo. No había contradicción o imprudencia en hacerlo: compartía, como tantos otros mexicanos con vocación de servicio en aquella época, el estatismo moderado del “desarrollo estabilizador”. Nadie imaginaba entonces los inminentes delirios petroleros del estatismo fanático y sus espeluznantes costos.

Nunca sabremos lo que Cárdenas habría pensado sobre la Reforma Energética. Sabemos que actuaba con prudencia, no con dogmatismo, ante las circunstancias de su tiempo. Pero su tiempo no es nuestro tiempo. Lo imprudente en nuestro tiempo es esparcir mentiras de mala fe (“no se necesita mucha ciencia para perforar un pozo de petróleo, es como perforar un pozo de agua”). Lo imprudente en nuestro tiempo es ampararse en un dogma nacionalista como si el reloj se hubiera detenido en 1938. Lo prudente en nuestro tiempo es atender las observaciones técnicas, no las políticas. Lo prudente en nuestro tiempo es debatir sobre la Reforma bajo el signo de la racionalidad económica, en un clima de tolerancia y respeto a la diversidad de opiniones.

La discusión sobre el problema petrolero debe encarar con realismo las circunstancias actuales de México. Para resolverlo, Cárdenas no nos dejó un libreto. Nos dejó una actitud: la prudencia.

Fuente: El Siglo de Torreón

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