La primavera de la discordia

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Por Epigmenio Ibarra

De la codicia a la envidia, y de ahí al odio, ha transitado la derecha conservadora en México de julio de 2018 a nuestros días, poniendo —irresponsablemente— al país, esta primavera de la discordia, en franca ruta de colisión.

No son estas elecciones intermedias para sus dirigentes, para los intelectuales y periodistas que la sirven, para el puñado de grandes empresarios que la financian y que sobre ella mandan, una justa democrática más, una fiesta cívica; son una batalla decisiva.

No enfrentan los conservadores a un adversario político al que pueden o no desplazar del poder (por las buenas y si así lo decide la gente en las urnas), sino a un enemigo al que es preciso destruir por completo, aniquilar a cualquier costo.

Se sienten los dueños de México. Lo fueron, desgraciadamente, por muchas décadas; a su antojo e impunemente dispusieron del tesoro público y se repartieron los bienes de la nación.

Actúan hoy con la codicia propia del encomendero, del hacendado, del cacique, del acaparador, y de nuevo lo quieren todo para ellos. Esa codicia, exacerbada en el periodo neoliberal, engendró la monstruosa desigualdad social y dio paso a la violencia que aún padecemos. Hasta de la guerra y la muerte hicieron negocio.

Hace dos años, piensan —y lo dicen continuamente—, una turba ignorante engañada por un mesías, un “populista”, les arrebató lo que solo a ellos pertenecía.

Hablan así desde el agravio, como si no hubieran perdido en unas elecciones limpias y auténticas como lo establece la Constitución. Como si en esas elecciones no se hubiera impuesto la legitima aspiración de justicia de la mayoría de las y los mexicanos.

Hablan como si hubieran sido víctimas de una traición, de un robo.

Y hablan también desde la envidia que, como dice San Agustín, “es la fiera que arruina la confianza, disipa la concordia, destruye la justicia y engorda toda especie de males”. Es la envidia, esa “úlcera del alma” de la que habla Sócrates, la que les ciega y les impide actuar limpia y razonablemente, poner por encima de sus intereses el interés superior de la nación.

La envidia lleva a sus dirigentes y a sus intelectuales más refinados a hablar desde el racismo y el clasismo, como el más vulgar de los fanáticos.

Y es que les enferma que Andrés Manuel López Obrador —un personaje rústico y simple según ellos, y al que insultan a la menor oportunidad— los haya barrido limpiamente en las urnas, sea el Presidente más votado de la historia, impulse un proyecto de transformación radical, se haya ganado el reconocimiento y el respeto de líderes mundiales y mantenga —pese al linchamiento mediático del que es objeto— índices históricos de aprobación.

La codicia y la envidia hicieron nacer en ellos el odio, la otra cara del miedo, un sentimiento que, como dice Tennessee Williams, “solo puede existir en ausencia de toda inteligencia”. Un odio irrefrenable, patológico, que pretenden contagiar a las y los votantes que no perdieron, como ellos, como esa élite político-económica, fueros, prebendas y privilegios.

En México —por la voluntad ciudadana— hay una transformación en marcha. La derecha quiere detenerla. A los conservadores, que no son víctimas sino victimarios, los alienta la codicia. La enferma la envidia. Los envenena el odio.

Debemos estar atentos pues, como apunta el historiador alemán Götz Aly, “en cuanto una mayoría económica y socialmente marginada empieza a recuperarse y la distancia con la minoría se acorta, el peligro del odio y la violencia no se reduce, sino que aumenta”.

Epigmenio Ibarra

@epigmenioibarra

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