Por Álvaro Delgado
Los escasos ciudadanos que ejercieron su derecho a la manifestación en la columna de la Independencia y en pocas ciudades del país para repudiar los 100 primeros días del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el domingo 10, retratan muy bien a la oposición en México: minoritaria, apocada, predecible, insolente e inocua.
La oposición, como negación ante la autoridad y el poder de López Obrador, es sólo reaccionaria, porque no ha sido capaz todavía de generar al menos una iniciativa política, social o legislativa que contraste con el vendaval de acciones y definiciones del gobierno en curso.
No sólo eso: La oposición política, partidaria, académica, empresarial y cultural padece tal aridez de liderazgos que el único capaz de construir un polo opositor es Felipe Calderón mediante un nuevo partido nutrido de los despojos de PAN y PRI, con abundante dinero de los ricos, para que su esposa, Margarita Zavala, busque tronchar en 2024 el proyecto transexenal lopezobradorista.
Y aun así está por verse si Calderón tiene éxito, porque su proyecto depende de un deterioro de PAN y PRI mayor al que le asignaron los electores el 2 de julio y que contrasta con la mayoría que le confirieron a López Obrador y Morena, que la han ido ampliando con el ejercicio de gobierno y las cooptaciones en el Congreso.
Una única acción unitaria relevante han logrado PRI-PAN-PRD-Movimiento Ciudadano en el Congreso: el recurso que promovieron contra la Ley de Remuneraciones de los Servidores Públicos, es decir, contra los millonarios abusos y privilegios de la alta burocracia que ahora también es oposición.
Las manifestaciones convocadas para el día en que se cumplieron 100 días de gobierno de López Obrador fueron un fracaso rotundo, entre otras razones porque fueron convocadas por los fantasmales chalecos amarillos, que además de que usurpan el nombre del movimiento francés no representan a nadie más que a sí mismos.
Pero también fracasó la movilización por el tono bilioso y apocalíptico de las consignas y de los promotores, que si bien están a tono con todos los partidos de oposición y opinócratas de medios de comunicación, éstos optaron por no sumarse al prever que habría un desenlace semejante al de la marcha fifí de la toma de posesión de López Obrador.
Sí, en todo régimen democrático la oposición obviamente se opone, disiente y critica al poder de manera implacable, sobre todo la partidaria que piensa en la siguiente elección, pero la eficacia depende no sólo de la calidad del escrutinio y la creatividad para comunicarlo, sino de la autoridad política y moral de quienes se oponen.
Por eso fracasó también #YoSíQuieroContrapesos, una iniciativa del gobernador Javier Corral, prematuro aspirante presidencial, porque sus más prominentes integrantes -como Enrique Alfaro, Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín- en realidad no lo eran y porque la lista se redujo a prosélitos de Ricardo Anaya. Con tan inocua oposición, los contrapesos a López Obrador deben venir de quienes lo eligieron y que jamás solaparán abusos de poder.
Fuente: El Heraldo