Siguen encabronadísimos y peor se van a poner conforme pase el tiempo. Pensaron que lo de cambiar de régimen era solo una promesa de campaña. La alucinación de un iluminado, de un personaje al que ridiculizaron, al que despreciaron, al que bautizaron como el “mesías tropical”. No atinan a entender cómo y por qué los aplastó en las urnas y ya en Palacio Nacional avanza —a pesar de todo— en el proceso de transformación del país.
Confiaron en que el aparato del Estado seguiría marchando tal y como funcionó durante tres generaciones, y que terminaría por aplastar los sueños de ese al que —vaya delirio— siguen considerando solo un loco.
Creyeron que Andrés Manuel López Obrador se daría por vencido y terminaría pactando con ellos para sobrevivir. Los empresarios lo imaginaron rendido a sus pies; los medios, pidiéndoles misericordia; los intelectuales, solicitándoles consejo; los partidos opositores, suplicando tregua; los ex presidentes, implorando perdón.
Les fallaron a todos sus pronósticos y ahora no quieren esperar ni siquiera a la consulta sobre la revocación de mandato para quitárselo de encima. Les urge callarlo, sacarlo de Palacio cuanto antes, perseguirlo, juzgarlo, encarcelarlo, acabarlo para siempre.
Es una oposición sin pies ni cabeza, pero desenfrenada, enfurecida, que ha perdido por completo las formas, que no tiene la menor intención de respetar los tiempos que marca la ley y los procesos democráticos. El odio que sienten, el miedo que tienen los uniforma. Igual habla el intelectual que el fanático religioso. De la misma manera lanza improperios e insultos contra el gobierno la señora educada que el más lépero.
No tienen otra propuesta que el caos, nada prometen salvo la fractura del orden constitucional y de la paz social. Por la división de la nación apuestan los que se dicen federalistas. El rencor y el encono fomentan quienes rasgan sus vestiduras por el clima de polarización imperante. Creen que en la democracia como en el autoritarismo deben reinar el silencio y la sumisión.
Hasta los juristas y los académicos se equivocan. Ellos, que saben cómo operan los tiempos en los tribunales, andan diciendo que lo de Emilio Lozoya es solo circo, por más que en el mundo entero se sepa que lo de Odebrecht en México es una bomba de tiempo cuyo estallido alcanzará a Enrique Peña Nieto.
Lo mismo sucede con el caso de Genaro García Luna; los expertos en seguridad, esos que hacen sesudos análisis sobre el narco y la guerra, se han convencido de que el poderoso ex secretario de Seguridad se inmolará solo y no arrastrará a Felipe Calderón Hinojosa en su caída.
También la mentira los hermana. Ellos las inventan y, como el perro mordiéndose la cola, ellos mismos se las creen. A sus desplegados, a sus titulares en la prensa, como a sus tiendas de campaña vacías, se los lleva el viento. Aunque sean solo un puñado y atenten contra la voluntad mayoritaria expresada en las urnas, acampan donde quieren. Y dicen lo que les da la gana, lo que no se atrevieron a decir cuando gobernaban el PRI o el PAN, pero no soportan que el Presidente les diga sus verdades cuando mienten.
De crispación social hablan los que a causa de la pérdida de privilegios y prebendas o, peor aún, atenazados por la posibilidad de ser llevados a juicio tienen los nervios crispados. Se les vino el mundo —su mundo— abajo. Tienen la oportunidad de recuperarlo, pero refrenados. En las urnas y por las buenas tendrá que ser.
@epigmenioibarra