Hoy, los conservadores están envalentonados. Se sienten la nueva Cristiada que alza, 100 años después y con furia sacramental, la misma cruz, los mismos estandartes, la misma espada de fuego. Son los iluminados, la gente decente y de bien, los paladines de la libertad y la fe que habrán de rescatar a la patria —sin bajarse del coche, preferentemente— de las garras del comunismo, del populismo, y que sacarán —cuanto antes, mejor— a Andrés Manuel López Obrador de Palacio Nacional.
Creen que emulan a Jesús echando del templo a los mercaderes (cuando son ellos los mercaderes), y prometen venganza ejemplar contra quienes nos hemos atrevido a votar por López Obrador y a apoyar el cambio pacífico y democrático —pero radical— en México. No quedará, dicen, piedra sobre piedra de la Cuarta Transformación. Y seremos barridos de la faz de la tierra los fanáticos, los ignorantes, los imbéciles que nos atrevimos a atentar contra el orden que ellos establecieron y consideraban sagrado.
Tienen sus 12 apóstoles (con avión privado muchos de ellos y vocación autoritaria apenas disfrazada), sus profetas y un santoral completo que en los medios convencionales predica la verdad revelada y suelta furiosos anatemas en las redes sociales. La democracia les estorba, su santa indignación les exime de cumplir con las normas más elementales de la convivencia pacífica. No tienen ni la paciencia ni la disciplina para luchar legal y organizadamente. Lo suyo es la asonada, el golpe de Estado. La guerra sucia.
Creen que se inspiran en la Cristiada, pero no se dan cuenta que esa guerra ideológico-religiosa, no se entendería —como dice la historiadora Anna Rivera Carbó— sin la participación de amplias bases campesinas insatisfechas por la falta de solución al conflicto agrario. Esta nueva y falsa Cristiada no tiene más base social que la que sale en sus autos a protestar y una vez, cada muchos años, logra colmar las calles.
En el Congreso, sus representantes en el PAN y el PRI —que a punta de acuerdos bilaterales de impunidad y de complicidad en el saqueo se volvieron una y la misma cosa— votan contra los apoyos a esos que, siendo 70% de la población, deberían ser su base. Para los conservadores, los programas de bienestar que han dado oxígeno vital a millones de familias solo son dádivas, limosnas, acciones clientelares y populistas para beneficiar a esos que ni siquiera pagan impuestos, “como ellos”.
En sus marchas, con desplegados y mensajes, muestran su profundo desprecio por los obreros, los campesinos, las decenas de millones de personas que viven de la economía informal, los pequeños comerciantes, los empleados. Hablan de “rescatar a México” mirándose solamente al espejo. Son un movimiento ruidoso, pero desfondado, al que sobra el dinero, al que la comentocracia y la mayoría de los medios de comunicación convencionales dan una relevancia que en los hechos no tiene y al que le faltan —para ganar elecciones— razón, pueblo y voluntad real de lucha. Y si lo que busca es dar un golpe, le falta todo lo anterior y, además, el Ejército.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio