Por Denise Dresser
Un futuro incómodo y peligroso. Un presente incierto y azaroso. Un país de intensas discusiones, amargos enfrentamientos, violencia en ascenso. Como escribe Roger Bartra en La sombra del futuro, estamos inmersos en una transición que estimula la sensación de que vivimos al borde del ahogo, sumidos en una profunda crisis, y ante un mañana oscuro y amenazador. La fuga del Chapo, la caída del peso, el incremento en la violencia, el creciente poder del crimen organizado, la penuria de los partidos, la actitud flemática del presidente. Ante eso se erige una izquierda caracterizada por un estatismo vagamente anticapitalista que intenta restablecer la tradición intervencionista y reguladora. Y una derecha atrapada por los intereses de las élites, carente de imaginación e inteligencia, que encuentra la raíz de todos los males en una crisis moral. Es difícil imaginarse –entre estos dos polos– un final feliz.
Porque además están en el poder, en todos los partidos, los herederos del antiguo régimen autoritario. Helos ahí, incrustados en la vida política, dirigiendo los medios, al frente de las instituciones electorales, apoltronados en el Poder Judicial. Donde el PRI todavía es visto como alternativa pragmática ante una derecha que no pudo con el poder y ante una izquierda demasiado dividida como para ejercerlo. Donde los intereses financieros y empresariales se aferraron al peñanietismo como una tabla de salvación que parece hundirse. En 2012 el PRI se presentó como el partido que había llegado a salvar al país de los corruptos y de los incompetentes. En 2105 el PRI demuestra ser ambas cosas a la vez. Y en medio de los tres partidos habita una fauna de políticos parasitarios cuyo oportunismo es superado sólo por su aferramiento al erario. Cada partido en su planeta diferente, con cada vez menos habitantes. Con su voto duro o comprado o coercionado, pero poco más.
“No toda la gente vive en el mismo ahora”, escribe Bartra citando a Bloch, y eso es lo que ocurre en nuestro país. La coexistencia de lo premoderno con lo moderno y lo posmoderno. Ayotzinapa y el Instituto Nacional de Acceso a la Información y los Millennials. Chiapas con el Distrito Federal y Nuevo León. No todos se imaginan el mismo futuro. Unos apuestan a candidatos independientes, otros se ven obligados a resignarse ante el fraude electoral. México vive la fragmentación política, la amenazante simultaneidad de situaciones contradictorias y no contemporáneas. Y los partidos son emblemáticos de estas contradicciones, de este retraso. Se han convertido en un manojo de actitudes disparatadas. Son incongruentes internamente, llenos de enormes fisuras, incapaces de mantener posturas política, económica e ideológicamente coherentes ante la crisis del país.
Y el resto de las fuerzas políticas padecen esta misma falta de “contemporización”. Un priista corrupto de Veracruz no es contemporáneo de Javier Corral. Televisa no es contemporánea de Rompeviento TV, ni los líderes sindicales se parecen a los tecnócratas de Hacienda. Los líderes de la Coparmex no son contemporáneos de los maestros de la CNTE. Las voces modernizadoras en la izquierda no contemporizan ni con los dirigentes de sus propios partidos. Pero como bien argumenta Bartra, todos viven en el mismo barco, forman parte del mismo sistema. El problema es que con sus corrupciones, intransigencias e intolerancias están averiando la nave. Están provocando un naufragio. La nave no va.
El problema no es pedirles que pacten, negocien y lleguen a acuerdos. Ya lo hacen, pero esos consensos acaban trastocados por la corrupción. Lo fundamental entonces es exigirles que comprendan los códigos de nuestro tiempo. Que lean el momento histórico que les tocó vivir y en el cual se ha vuelto imperativo convivir, en vez de reciclar la vieja cartografía. Es imprescindible encerrar a los partidos en un circuito civilizador, y que la sociedad civil autónoma los empuje a ello. Se trata de civilizar a los partidos y de pluralizar a la sociedad civil. Para así combatir el retorno al populismo, y al nacionalismo nebulosamente revolucionario. Para así combatir la alternativa del combate a la inseguridad, mediante el despliegue de la fuerza, que sólo intensifica y normaliza la violencia. Para así desarrollar una izquierda que Bartra llama “cosmopolita”, capaz de retomar el tema de la igualdad en un contexto nacional y global.
Una izquierda que lidie con el fracaso de la Cruzada contra el Hambre y las cifras calamitosas sobre la concentración del ingreso reveladas por Gerardo Esquivel en su estudio para Oxfam. Una izquierda que pueda modernizar el sistema fiscal, dotar al Estado de recursos suficientes, implementar mecanismos de seguridad social que no frenen el crecimiento económico. Una izquierda abierta a nuevas ideas, nutrida por las ideas de ciudadanos del mundo, de aquellos que tienen propuestas diferentes y prácticas distintas. Bartra apela al libro de Kwame Anthony Appiah Cosmopolitanism para apoyar el surgimiento de una mentalidad mexicana que trascienda el nacionalismo autoritario y la cultura patriotera. Que nos ayude a mirar más allá de las malformaciones políticas que heredamos del siglo XX.
Esa trama cultural e institucional con decenios de existencia. Décadas de ventajas indebidas para licencias de construcción, décadas de Grupos como Higa y OHL, décadas de Casas Blancas. Cada semana un síntoma más de la putrefacción del sistema político, una señal más de la vieja “eficacia” que lubrica los usos y costumbres del poder en México. Y la sociedad se queja, se lamenta, pero sigue adicta –en gran medida– a las viejas estructuras. Por ello la nave hace agua y no hay propuestas claras para tapar los agujeros. Pululan las lamentaciones, las críticas, pero no una izquierda con la coherencia intelectual y propositiva como para ir más allá de ellas. Florecen ocurrencias minimalistas pero no posiciones vanguardistas de política pública. Eliminar el “Hoy no circula” los sábados o reducir el sueldo de los funcionarios políticos en el Distrito Federal no será suficiente para remediar el hundimiento de la nave. Como en la famosa anécdota del Titanic, la izquierda acomoda las sillas mientras el barco se sumerge. Lenta y dolorosamente.
Fuente: Proceso