Por Ana María Aragonés
No hay duda de que el fenómeno migratorio ha sido consustancial al hombre desde sus inicios en la Tierra; sin embargo, las condiciones en las que se produce una vez consolidado el sistema capitalista tienen características muy diferentes. Estos movimientos son resultado de las enormes asimetrías creadas por el propio sistema, y al mismo tiempo la migración laboral es vital para los países llamados desarrollados, para continuar con sus procesos de crecimiento. Como se sabe, el capitalismo funciona sobre la base de la explotación de la fuerza de trabajo, ya sea nativa o migrante. Pero sobre esta última es posible ejercer gran presión, y con ello conseguir mayores niveles de explotación, en la medida en que los países receptores han logrado cambiar los verdaderos términos de la relación. Es decir, si bien es cierto que los migrantes, para sobrevivir y obtener niveles de vida dignos que se les niegan en sus países de origen, deben desplazarse hacia polos más desarrollados, se deja de lado que estos trabajadores responden a las exigencias y necesidades de los mercados laborales internacionales. El conflicto para esos trabajadores se presenta al no otorgarse las visas suficientes de acuerdo con los requerimientos de la economía, lo que da lugar al fenómeno de la migración indocumentada, por cierto muy conveniente para los empleadores. Los países receptores jamás mencionan estas condiciones y, por el contrario, criminalizan al trabajador indocumentado, favoreciendo con ello una industria delincuencial de trata de personas. Lo que debe llamar la atención es que, si bien la migración indocumentada no es nueva, sí lo es su masividad, y esto tiene una funcionalidad.
Además de estar sujetos a una tremenda explotación, hay otro elemento que explica la masividad del fenómeno, y se vincula a las estrategias de deportación en momentos de crisis. Sin importar los años trabajados: 10, 12, 15, etcétera, los estados receptores desechan esa fuerza de trabajo sin otorgarle el más mínimo beneficio. De esta manera, el país receptor equilibra sus mercados laborales y se ahorra pagos, seguros, indemnizaciones. Es decir, la ganancia es total.
Y México, ¿qué hace ante esta terrible situación? Ejerce su papel de cancerbero en la frontera sur. Según palabras del propio secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en lo que va del año han sido devueltos a su país de origen 60 mil migrantes, la mayoría centroamericanos. De este grupo 12 mil 400 son menores de edad, entre los que se cuentan 7 mil 600 que viajaban solos al norte. Según el propio funcionario, el número de menores devueltos al final del año podrían llegar a 25 mil. Pero esa actitud tan poco solidaria con los países centroamericanos tampoco está sirviendo de mucho, pues se señala que en lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto se han repatriado cerca de 470 mil mexicanos, es decir, deportados. Lo que supone la ruptura de familias, el obligado abandono de los hijos, la pérdida del trabajo en Estados Unidos, etcétera. Pero México, como es un buen socio, no se queja, no hay ni la más mínima intención de buscar formas de negociación que permitan a esos mexicanos volver a reunirse con sus familias. Nada. Por el contrario, Miguel Ángel Osorio Chong señala enfáticamente que el flujo migratorio sí se puede detener. Es claro que este funcionario no tiene idea del fenómeno migratorio, pues debería saber que la única forma de detener este flujo es cambiando las condiciones económicas, políticas y sociales del país para ofrecer condiciones de vida decentes. La migración no se detiene por decreto.
El sistema capitalista ha creado a los trabajadores indocumentados, y en el contexto de la estrategia neoliberal, los países –receptores y de origen– se han servido de ellos. Los primeros por medio de su arduo trabajo y de la violación de sus más elementales derechos laborales, y los segundos se aprovechan de los montos extraordinarios de divisas que reciben año con año mediante las remesas, en ocasiones más importantes que las inversiones extranjeras directas, lo que les permite, entre otras cosas, equilibrar su balanza de pagos.
Los que siguen perdiendo son los trabajadores.
Fuente: La Jornada