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Ahora sí resulta claro que va en serio la guerra contra el huachicoleo, o contra los huachicoleros, como se guste. Tan en serio que ha sido un proceso abierto, a la luz del día, con los peligros que tal cosa implicaba, por necesidad. Es decir, dejando abierta a la opinión pública el procedimiento aplicado y la estrategia que ha tenido y tiene. Naturalmente, poniendo en riesgo el capital político y la popularidad que se mostró el último primero de julio, la solidez de la candidatura y ahora de la presidencia. Todo ello se puso en juego con una ventaja innegable: entre los últimos cuatro presidentes que pudieron hacerlo, solamente López Obrador lo ha hecho con toda decisión y arrojo político, lo cual le ha ganado nuevos dividendos pero también ha dado lugar a críticas acerbas.
Lo más fuerte de las críticas viene de quienes objetan los procedimientos, una supuesta improvisación que dejó muchos puntos o aspectos sin cuidar. Y la mejor prueba sería la reacción en contra que causó la falta de abastecimiento de gasolina y de otros hidrocarburos, que afectó de inmediato a los sectores de población que hoy se valen de los automóviles como medios de vida e ingreso. Que son muchos y que cruzan de arriba a abajo a la sociedad, en variadísimos aspectos. El fenómeno penoso, e incluso vergonzoso, de una sociedad supuestamente moderna sufriendo por el desabasto del más elemental de los insumos. Más allá de ideologías y partidarismos, una queja harto extendida y comprensible en donde se vivió el fenómeno, básicamente en los Estados de la República en que se presentó el desabasto, en el centro del país, que coincide en general con las regiones de mayor actividad económica.
Y, para extremar el asunto, los principales canales de TV, (y otros no tan principales), se dedicaron profusamente, y no podía haber sido de otro modo, a registrar y transmitir al gran público, las innumerables quejas, justificadas o no, que un buen número de ciudadanos formularon por la situación anormal que vivían.
Por supuesto, en esta fase de la lucha a fondo y en serio en contra del huachicoleo debieron preverse con mayor rigor las consecuencias, bastante evidentes, del desabasto de los hidrocarburos, y haber tenido más a la mano los recursos y medios para movilizar con mayor agilidad los medios para abastecer de gasolinas aquellos puntos o regiones en que era previsible el fuerte reclamo.
Con otra objeción más: los principales responsables de la operación, tanto al nivel de la República como del Distrito Federal, aparecieron las primeras veces con un optimismo que muy pronto resultó exagerado, e inexacto, y entonces este encomiable contacto permanente de las altas autoridades con la ciudadanía resultó por momentos contraproducente y dando la impresión en efecto de improvisación y de falta de preparación sobre la cuestión más delicada a la que se ha enfrentado López Obrador seguramente en toda su carrera política, ahora como Presidente de México.
Se trataba por supuesto de una cuestión de tiempos. Tal vez con dos o tres días de retardo sobre lo anunciado, el viernes 12 de enero se aflojaron ya las resistencias más serias y el grave problema tomó ya el perfil de aproximarse a una solución. Los principales puntos y regiones del país sin suficiente abasto dieron ya señales de encaminarse a una solución más permanente. Aún de manera vacilante pero se anunció que se había reforzado enormemente la flotilla de pipas repartidoras de gasolina en el país, que se abría ya uno de los ductos principales de envío rápido de gasolina, y la acción de uno y otro procedimiento bajo la vigilancia estricta del ejército. No cantamos victoria, pero la situación parece haber entrado a otra fase que justifica ya, al menos, un cauteloso optimismo.
En todo caso debe insistirse en que esta primera batalla en contra de uno de los núcleos de maleantes más recios del país, y más protegidos por las autoridades de Pemex y de otros sectores públicos de México, enormemente poderosos, tal vez desde las anteriores presidencias de la República, muestra ya la intención y propósito profundo de López Obrador cuando ha hablado de limpiar al país de huachicoleros y maleantes de toda suerte (las “mafias del poder” a que tanto se refirió en su campaña). No hay duda de que en próximas ocasiones las batallas pueden ser mejor libradas, sin los flancos débiles que ahora mostraron. De todos modos, el intento primero de López Obrador de limpiar a Pemex de los canallas que lo han debilitado ahora y seguramente en otras épocas, nos hace confiar en su capacidad y decisión para enfrentar a poderosos enemigos, lo que no pudieron hacer los anteriores jefes del Estado mexicano ni en sus peores momentos de falsa retórica falsa y demagogia.
Creo que la gran mayoría debemos renovar el voto de confianza que ya le proporcionamos a López Obrador en la elección del primero de julio último.
Fuente: La Jornada