El director general de Facebook, Mark Zuckerberg, y su esposa informaron por Facebook que destinarán el 99% a su fortuna, unos 45 mil millones de dólares, a causas caritativas para celebrar el nacimiento de su hija, Max. Pero cuando los supermillonarios se ponen de filántropos no suele irles muy bien con la gente.
Por Michael Hill
Incluso cuando das, te puedes ganar un dolor de cabeza en estos días si eres uno de esos ricachones que donan dinero a distintas causas.
En meses recientes, un multimillonario que maneja un hedge fund fue muy criticado por hacer un regalo de 400 millones de dólares a la ya de por sí pudiente Universidad de Harvard, el magnate David Geffen quedó muy mal por hacer una donación a cambio de que una sala de conciertos de Manhattan tuviese su nombre y una escuela de Los Angeles y la esposa de un banquero de Wall Street fueron crucificados por tratar de que una institución educativa de los Adirondacks llevase el nombre de ella. El propio Bill Gates, que ha donado miles de millones de dólares a la búsqueda de curas para enfermedades, está siendo criticado en un nuevo libro titulado “No Such Thing as a Free Gift” (No existen los regalos desinteresados).
El desdén por los ricos y los poderosos no es nada nuevo, pero los expertos en filantropía dicen que la ola de indignación que se percibe este año no debería sorprender cuando hasta los académicos y los candidatos a la presidencia condenan los privilegios del uno por ciento al tope de la escala económica.
“Siempre hemos tenido esta actitud contrastante hacia los ricos que donan su dinero”, expresó Leslie Lenkowsky, profesora de estudios de la filantropía de la Universidad de Indiana. “Es una controversia de vieja data. Y nuestras inquietudes en torno a la igualdad y la desigualdad han puesto el tema sobre el tapete”.
Las críticas son variadas, pero tienden a girar en torno a la vanidad de la gente que busca reconocimiento, el hecho de que a menudo los beneficiarios no son personas o instituciones necesitadas o la simple percepción de que la persona en cuestión es arrogante.
Geffen, magnate del ramo de los medios de comunicación y quien ha donado mucho dinero para promover el arte, la lucha contra el sida y otras causas, ha sido cuestionado por dos recientes donaciones, incluida una de 100 millones de dólares para crear la Academia Geffen en la UCLA, destinada a servir a los niños, entre otras cosas. La donación, que busca en parte atraer grandes talentos a la universidad y a su facultad de medicina, que lleva el nombre de Geffen, ha generado titulares hostiles como el del L.A. Weekly que dice: “Veamos cómo David Geffen le prende fuego a su dinero”.
Hacer grandes donaciones a cambio de que un edificio lleve el nombre del donante es una vieja tradición. Muchos detractores empiezan a hablar de “filantro-yo” y de “egonomía”, pero las donaciones a cambio de que se bautice un edificio con determinado nombre pueden ser transacciones beneficiosas para todos. El nombre de los benefactores queda grabado en los libros de historia, o al menos en los mapas de Google, y los receptores de las donaciones se reciben grandes infusiones de dinero para abordar sus proyectos.
El Lincoln Center de Nueva York, por ejemplo, recibió este mes 100 millones de dólares de parte de Geffen para la renovación de la sala Avery Fisher Hall a cambio de que fuese rebautizada David Geffen Hall. Primero, sin embargo, el Lincoln Center tuvo que pagarle 15 millones de dólares a la familia de Fisher, un filántropo fallecido en 1994, para que autorizase el cambio de nombre.
Los administradores del Lincoln Center dijeron que el dinero era vital para llevar a cabo ciertos proyectos, pero no faltaron quienes afirmaron que era simplemente un gesto de vanidad de parte de Geffen. Las críticas que recibió el magnate, en todo caso, no son nada comparado con el revuelo causado por Joan Weill, esposa del multimillonario director ejecutivo del Citigroup Sanford Weill.
La mujer ofreció 20 millones de dólares al Paul Smith’s College de la región neoyorquina de los Adirondacks, pero solo si la institución pasaba a llamarse Joan Weill-Paul Smith’s College. Exestudiantes de la universidad dijeron que se trataba de un chantaje y de una traición a la historia del college.
Un tribunal dictaminó finalmente que los donantes iniciales que permitieron la creación del college habían especificado que no se podía cambiar el nombre y Weill decidió no aportar el dinero.
Exalumnos acudieron a Facebook para condenar la propuesta, lo que puso de manifiesto el papel que las redes sociales desempeñan en la creación de controversias. El autor Malcolm Gladwell generó un intenso debate hace poco con un tuit que difundió luego de que el millonario John Paulson donase 400 millones de dólares a la School of Engineering and Applied Sciences de Harvard. “Tuvo que optar entre ayudar a los pobres o darle a la universidad más rica del mundo 400 millones de dólares que no necesitaba. ¡Gran decisión, John!”, decía el tuit.
Los defensores de Paulson dicen que la donación permitirá costear muchas innovaciones beneficiosas y que, además, es su dinero y puede hacer lo que le venga en gana con él.
Las condenas al “uno por ciento” son algo común desde que surgieron las protestas conocidas como “Occupy Wall Street” hace cuatro años. La socióloga Linsey McGoey cuestiona incluso las estrategias y la influencia de la Bill and Melinda Gates Foundation, la fundación caritativa más grande del mundo, en el libro “No Such Thing as a Free Gift”. McGoey admite que los Gates han hecho mucho bien en la lucha contra la malaria y otras enfermedades, pero cuestiona la forma en que enfocan la batalla contra los problemas mundiales de salud.
Los cuestionamientos actuales se asemejan un poco a los de la era de los “robber barons”, como se denominó a fines del 1800 a magnates que se hicieron ricos explotando gente. A quienes no tienen agua potable o viviendas decentes puede no caerle bien ver que la familia Fisher recibe 15 millones de dólares para que Geffen puede poner su hombre en un Hall, señaló Marian Stern, profesora del Centro para Filantropía y Recaudación de Fondos de la New York University.
“Veo algunos paralelos. La gente no critica tanto los regalos en sí, sino tal vez el poder que hay detrás de ellos”, opinó. “Los donantes marcan las pautas del debate e influencian la política”.
Fuente: AP