Por Carlos Murillo González
El verbo chingar significa el triunfo de lo cerrado,
del macho, del fuerte, sobre lo abierto.
Octavio Paz
Según la Wikipedia “la felicidad es un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada… (es) una sensación interna de satisfacción y alegría”; para llegar a ese estado de ánimo implica un recorrido lúcido, ético o sensato; cuando no es así, estamos ante una felicidad enajenada y si además es colectiva, es posible encontrar un uso político detrás.
La felicidad como engaño
Cuando la felicidad se emplea sociológicamente para favorecer a los grandes sistemas político-económicos, es un agente enajenante eficaz para dirigir masas. De esta manera por ejemplo, en sociedades jerárquicas, la felicidad equivale a ser rico, exitoso o poderoso, metas fascinantes que obligan a las personas a buscarlas para sentirse completas. O bien, otros satisfactores consumistas sirven para, frente a la imposibilidad de que toda una sociedad disfrute de una felicidad colectiva (sólo unos cuantos(as) lo logran bajo los “valores” antes mencionados) sirven como premios de consolación comprar, comer, beber, drogarse, admirar a “triunfadores”, encerrarse en la religión y un largo etcétera.
Así frente a la frustración de no ser el/la mejor en nada, ni rico(a) ni poderoso(a) el individuo(a) moderno se contenta con los alicientes cotidianos como un trabajo “seguro”, ver telenovelas o el fútbol. Este tipo de felicidad despolitizada para no causar daño a las/los precursores del sistema tal cual, se nutre de la individualización egoísta y narcisista que crea un mundo de ilusiones para cada quien dependiendo de sus gustos (también manipulados) y posibilidades, haciendo de la felicidad momentos esporádicos, como las ya famosas tarjetas Monex-Soriana que dio el PRI para comprar votos: una felicidad inmediata a cambio de una más larga y grande.
Las empresas no se quedan atrás. El gran secreto del éxito de la Coca-Cola, consiste en el bombardeo publicitario de su marca como sinónimo de felicidad: tomando Coca-Cola el mundo es más bonito. Claro que este tipo de mercadotecnia que invita a la adicción de ese veneno, esconde además otros peligros como la osteoporosis y la diabetes, primera causa de muerte en países como México. Pero no hay nada más refrescante que una Coca-Cola bien fría y esa felicidad instantánea es difícil de erradicar porque es un negocio.
La felicidad que chinga
El poder es la adicción de los políticos; les da una enorme felicidad que les digan “sr.(a) presidente(a)”, “sr.(a) gobernador(a)”, “sr.(a) diputado(a)” etcétera y tener dominio sobre los demás. No hay nada más alentador que el triunfo sobre el rival, chingárselo, y luego hacer tranzas con otros poderes, como el económico y el religioso. En este mundo la traición y el fraude son más eficaces que la competencia y los ideales; narcisismo puro, egocentrismo egoísta.
Esta felicidad es más notable en los políticos, por que estos se han acostumbrado a servir a un patrón (empresas y grupos de poder) chingando a la sociedad en general. No es nada nuevo descubrir el derroche en nimiedades como el nuevo avión presidencial y la nueva sede del Senado, grandes símbolos de poder, contrastando con la austeridad para con la sociedad, sobre todo en los sectores más marginados, por ejemplo, en los frecuentes y raquíticos presupuestos para el deporte, el arte y la educación o, en un ejemplo más reciente, el de las ya famosas sillas de ruedas donadas por la SEDESOL al gobierno de Sonora, un verdadero fraude.
No debe sorprendernos la felicidad de los priistas, cuya autorrealización consiste en ganar elecciones de manera fraudulenta e ilegal. Otras profesiones y gremios como el académico, tal vez se conforme con mucho menos: un buen sueldo, estímulos y de vez en cuando un reconocimiento a la labor para mantenerlos contentos y calladitos; igual el policía, el médico cirujano, el carnicero o el cazador, basan la felicidad sublimando su violencia a través de prácticas legítimas. Otras profesiones como la de sicario, son todavía más energúmenas pues su felicidad consiste directamente en el daño generado a terceros.
La felicidad se pinta como un valor tan abstracto como el amor, y como éste, se interpreta de millones de maneras. Para fines prácticos y usos políticos, es tan útil para las religiones como para la política y la economía, pues a través de ella es posible homologar los sentimientos y sobre todo, las energías de la sociedad en la búsqueda de satisfactores de acuerdo a la época y sistema socio-económico y cultural que le toca vivir, pero manteniendo un orden que en realidad no le deja ser feliz, desarrollarse en todo su potencial.
Final feliz, ¿para quién?
La felicidad de alguien puede ser el sufrimiento de alguien más cuando la persecución de este fin se convierte en algo desleal y sin sentido de colectividad. En México tenemos muchos ejemplos de ello gracias a la televisión, la iglesia, el modelo económico y los traumas y rencores generacionales sin resolver. Curiosamente en estos tiempos, nadie parece feliz buscando la felicidad del otro(a) o los otros(as) incluyendo a otras especies o el planeta mismo y eso, querámoslo o no, es una de las formas en que estamos esclavizados y a merced de los grupos de poder egoístas, cuya felicidad depende de que sigamos engañados.
Carlos Murillo González
carmugo6699@hotmail.com
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Carlos Murillo González, sociólogo y maestro en ciencias sociales por la UACJ, miembro del Colegio de Sociólogas y Sociólogos de Ciudad Juárez, investigador asistente de El Colegio de Chihuahua y adherente de La Otra Campaña; es autor del Libro La Sociedad Anónima: los factores socieoeconómicos y políticos del abstencionismo en el municipio de Juárez, entre otros escritos. Su experiencia abarca la docencia, la investigación, la asesoría, el activismo y la música. Ha colaborado frecuentemente en Hilo Directo Radio.