Por Víctor Flores Olea
Resulta excepcional pasar un día completo frente a la ¨caja idiota¨, como la bautizó hace ya muchos años Carlos Monsiváis, con genuinas emociones, imposibles de lograr si no es a través de un político excepcional como Andrés Manuel López Obrador.
Probablemente viví un equivalente, también hace ya muchos años, con Fidel Castro, o con Mijaíl Gorbachov, o con Pandit Nehru. No intento hacer comparación alguna entre los personajes, pero aparte de la jerarquía que quiera adjudicarse a cada uno, es indudable que los dos discursos de López Obrador el pasado primero de diciembre acertaron plenamente en el corazón de México, y de los mexicanos.
Además de las emociones vivas, hubo realmente momentos que rozaron con el surrealismo más desaforado que pensarse en pleno congreso reunido, con la banda tricolor en el pecho, en el corazón del país como muchos ven al zócalo de la capital, junto al palacio de los virreyes y frente a la catedral mayor de México, López Obrador insistió, como nunca antes lo había hecho, en la necesidad de la igualdad de todos los mexicanos, en la corrupción que a reventado por dentro el cuerpo de la nación, y en la necesidad de volver a un estado de derecho que de verdad se cumpla y sea uno de los ejes inconmovibles de la sociedad.
Todo esto dicho con acentos mayores y giros dramáticos que no necesariamente son el estilo del actual presidente de la república, pero que en la ocasión resultaban necesarios no sólo para redondear algunos aspectos de su programa político sino para otorgarle a la idea todo el énfasis que deseaba. El hecho es que el nuevo presidente de México se atrevió a recorrer el arriesgado camino de los puntos y contrapuntos, no sólo en el terreno de las ideas sino también en el de las imágenes que se contraponían y a veces chocaban fuertemente.
El bastón de mando de los pueblos originarios junto a la banda tricolor republicana, el llamado a la honestidad y decencia de la función publica entre cantidad de funcionarios probablemente manchados por todas partes. La critica del nuevo presidente a la corrupción ante quienes han hecho de la misma una bandera. El llamado a borrar las desigualdades cuando el país entero se desangra por los abismos de desigualdad.
Naturalmente, los comentaristas de siempre invocaron como siempre la ausencia de cifras en los discursos de Andrés Manuel, y concluyeron entonces que toda aquella emoción resultaba irrealizable y, por tanto, que los discursos eran huecos sin remedio. Los servidores de los hombres del dinero habían llegado al fondo de la critica: las utopías, del hombre de izquierda llegaba a su fin cuando se sacaban los lápices y el pedazo de papel y se hacían fáciles sumas y restas.. Pocas veces como entonces se vio tan grotesca la figura de los tinterillos que repiten las órdenes sin preguntar sus razones… Pero no sólo eso, sino también la insensibilidad profunda que muestran en momentos que son pura emotividad del país (o casi).
Pienso yo que AMLO a hecho sus cálculos financieros de manera mucho mas exacta de lo que sospechan estos amanuenses críticos suyos, y que probablemente se llevarán una gran sorpresa cuando López Obrador muestre en la práctica que sus sueños eran realizables, cuando menos en parte muy apreciable.
El hecho es que la historia de México vivió uno de esos momentos difícilmente repetibles, y así lo sintieron muchos casi todo el mundo salvo aquellos que viven asfixiados bajo las órdenes de sus mandamás o del peso de sus cables y micrófonos… Hablamos de la historia del país porque, en efecto, lo ocurrido en el país el último fin de semana marca de hecho el arranque de la ¨Cuarta Revolución¨ que parece ser una de las mayores aspiraciones de López Obrador. Antonio Gramsci decía que en el plano de la revolución no existían reales utopias, porque siempre había un contingente humano, o una voluntad lúcida decidida a llevar los sueños a la realidad. Pienso que estamos ante un fenómeno muy parecido a esto dicho.
Un señalamiento inteligente sobre los discursos de AMLO el ultimo sábado, sostiene que una de sus virtudes principales consistió en que el orador abandonó casi por completo estribillos anteriores que hablaban de una “mafia en el poder” o de una “banda de deshonestos sin remedio”, y que por se mimo hecho el discurso resultó más fresco que nunca. Además de que, en el del sábado por la tarde, tocó buena parte de los cien puntos principales de su programa de gobierno. El hecho es que llegó más fuerte que nunca a la toma de posesión y con un gran despliegue de madurez.
Fuente: La Jornada