Por Javier Sicilia
La universidad, que nació en Europa al mismo tiempo que se transformaba la edición del libro (siglo XII), mientras que en México surgió en 1551, ha sido desde entonces una de las fuentes fundamentales del pensamiento y, en consecuencia, de la vida política y social. Por desgracia, desde finales del siglo pasado, los intereses del mercado y de la globalización la han ido encerrando en núcleos especializados que la alejan de esa tarea. De allí el empeño cada vez más brutal de los gobiernos por destruir las universidades públicas y obligarlas –mediante recortes presupuestales, financiamientos para la investigación de empresas privadas e incentivos como el SNI– a convertirse en servidoras y reproductoras de un sistema profundamente deshumanizado.
La idea de que deben estar separadas de la realidad social, política y económica del país o de la región en donde se encuentran, y de que su función es simplemente formar profesionales e investigadores que, más tarde, habrán de insertarse en el mercado laboral, no es sólo un contrasentido del espíritu con el que nacieron, sino parte de la crisis que vivimos.
Pese a ello, las universidades, que no pueden traicionar su origen sin morir, siguen siendo un punto de referencia ante al descrédito de los partidos y los órganos gubernamentales. En la encuesta que durante 2015 hizo Mitofsky acerca de la confianza de la población mexicana en las instituciones, la universidad tuvo la mayor credibilidad, con 7.3 sobre 10, seguida por la Iglesia, con 7.1 (México Opina, 17 de febrero de 2016).
Esta confianza ha adquirido en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) un mayor arraigo. Desde que el psicólogo Alejandro Vera Jiménez asumió la Rectoría, la UAEM ha ido recuperando su vocación social y política. Fiel a su Plan Integral de Desarrollo Educativo (PIDE) y a su condición de Universidad Socialmente Responsable, ha puesto nuevamente su saber –en un diálogo con la sociedad– al servicio de los pueblos amenazados por los megaproyectos, de las víctimas de la violencia, de la seguridad y de la lucha por una democracia participativa. Ese servicio, expresado en los Diálogos Políticos por la Seguridad –que puso en marcha con todos los sectores de la población del estado en 2014, a raíz del asesinato de uno de sus mejores representantes, Alejandro Chao Barona, y de su esposa Sahara–, en la Asamblea de los Pueblos de Morelos, en el Atlas de la seguridad y violencia en Morelos, en el laboratorio de identificación de cuerpos –creado a raíz de la develación de las fosas clandestinas de la fiscalía de la entidad–, entre otros, ha ido acompañado por grandes movilizaciones.
De 2014 a la fecha ha realizado cuatro. En 2014, dos, para protestar por el asesinato de Chao y de su esposa, y en solidaridad con las víctimas de Ayotzinapa. En 2015 volvió a marchar y, encabezada por el rector, tomó pacíficamente el Congreso para evitar que los legisladores, mediante un decreto de reforma, derivado de la Ley Anticorrupción, destruyeran su autonomía. Recientemente, el 4 de febrero, con la Marcha y el Plantón por la Dignidad, volvió a tomar las calles y, esta vez, la Plaza de Armas, apoyada por los pueblos de Morelos y decenas de organizaciones civiles, para exigir al gobierno de Graco Ramírez el cumplimiento de sus compromisos con la universidad, y al Legislativo, la constitución del Consejo de Participación Ciudadana, cuya ley está secuestrada por ese poder desde hace 16 años.
Esta actitud de la UAEM ha devuelto a la universidad su sentido fundamental: poner el saber al servicio de los grandes problemas sociales. Y con ello se ha convertido en el gran referente moral, ante la inoperancia y la corrupción de las instituciones políticas de la entidad. Su credibilidad ha generado incluso –en el imaginario de las élites políticas y de quienes no pueden todavía imaginar una democracia que no sea representativa– la posibilidad de la candidatura independiente del rector para el 2018.
Nada más lejos del sentir de la universidad y de la mirada del rector. Alejandro Vera –lo ha externado en múltiples ocasiones– sabe que la estructura del Estado, cooptada por la corrupción de las partidocracias, es irreformable y que lo que necesitamos es una refundación nacional. Por ello, en el desplegado que publicó para llamar a la Marcha y el Plantón de la Dignidad, la UAEM, en consonancia con la Constituyente Popular, encabezada por el obispo Raúl Vera, se pronunció igualmente por generar las condiciones para crear, con todas las organizaciones y pueblos de Morelos, un Constituyente estatal, de cara al 2018.
La UAEM se ha convertido así en un ejemplo de sentido y de dignidad para todas las universidades del país. En medio de la crisis de Estado que vivimos y de la fragmentación de los movimientos sociales, ellas deben ser la vanguardia de los cambios fundamentales que requiere México. Son ellas, al conservar la más alta credibilidad de los ciudadanos, las que, como lo hace la UAEM, pueden unificar las aspiraciones ciudadanas y trazar caminos democráticos que le devuelvan el sentido ético-político a la vida de la nación.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés; detener la guerra; liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado y a todos los presos políticos; hacer justicia a las víctimas de la violencia; juzgar a gobernadores y funcionarios criminales; boicotear las elecciones, y devolverle su programa a Carmen Aristegui.
Fuente: Proceso