¿Qué nos jugamos, las y los mexicanos, en la consulta popular del 1 de agosto? ¿Por qué las élites, los intelectuales, los columnistas, los presentadores de radio y Tv se alzan, de manera casi unánime, contra este inédito ejercicio de democracia participativa? ¿Por qué la oposición y quienes sobre ella mandan, en lugar de llamar a sus simpatizantes a votar por el “NO”, intentan deslegitimar este proceso? ¿Y el árbitro electoral, por qué su resistencia inicial a la organización de la consulta y sus quejas sobre el costo de ésta; el esfuerzo de muchos de sus consejeros por trivializarla? ¿Qué los une? ¿A qué le temen? ¿Qué es lo que a toda costa pretenden impedir?
Que “la ley no se consulta”, dicen los que temen que la gente exprese su voluntad en las urnas y por fin se haga justicia.
Que “si se tienen pruebas contra los ex presidentes se les juzgue”, ordenan quienes de sobra conocen los crímenes perpetrados por los mismos y, en los hechos, son parte del aparato de protección política, económica, mediática y judicial que ha garantizado la impunidad de quienes nos gobernaron los últimos 40 años.
Que “ya basta de hablar del pasado”, ordenan esos a los que conviene que olvidemos y de esa manera puedan volver al poder.
Que “la pregunta a la que los votantes han de responder es cantinflesca” se burlan, desde el más insultante desconocimiento, los que solo buscan atacar a Andrés Manuel López Obrador.
Que “esta consulta no es para llevar a juicio a los ex presidentes”, aseveran los que saben que al tocar a quienes han sido hasta ahora intocables se vendrá abajo el viejo régimen —que los colmó de riquezas y privilegios— arrastrándolos en su caída.
Que “se juzgue también a López Obrador”, exigen —y al hacerlo mienten descaradamente— esos que aparentan ignorar que hoy el Presidente no tiene fuero y puede ser juzgado, si comete algún delito, como cualquier ciudadano.
Que vivimos, rematan, una “dictadura plebiscitaria” en la que el Presidente más votado de la historia —un “dictador”, según Enrique Krauze— reafirma su vocación democrática y se somete a la revocación de mandato.
Así, de la frase acuñada por publicistas a la rabia y de ésta al despropósito total van las mentiras que hermanan —en su esfuerzo por desfondar la consulta— al más lépero de los fanáticos, pasando por los líderes de opinión y los consejeros del INE, con los más refinados intelectuales de la derecha conservadora.
Cómplice del régimen autoritario, esclava del dinero, arma de los corruptos, ciega (pero solo ante los padecimientos y reclamos de las mayorías) fue por décadas la justicia en México. En tanto la democracia era rehén de solo unos cuantos, coartada de asesinos y ladrones que se escudaban en el poder. Solo a unos pocos se les escuchaba y favorecía en los tribunales; solo unos pocos contaban cuando se trataba de decidir el rumbo del país. Esto puede cambiar. Por eso la élite tiembla ante la consulta popular.
De darle sentido a la democracia —que solo es realmente democracia si es participativa— y de sentar las bases para la construcción de la paz con la aplicación de los principios de la justicia transicional, se trata la consulta. Solo si votamos las y los suficientes para que nuestra voz tenga peso de ley habrá en este país —después de décadas de crímenes de Estado atroces— verdad, justicia, reparación del daño y garantía de no repetición del crimen. Son el presente y el futuro de nuestra patria lo que nos jugamos, todas y todos, el 1 de agosto.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio