Por Lorenzo Meyer
Quienes dieron forma, contenido y uso al concepto de “mesías tropical” hoy claman al cielo -o al fraude- para que se impida el triunfo del personaje así caricaturizado.
Los que optaron por introducir referencias bíblicas en las campañas electorales lo hicieron acuñando y difundiendo con gran entusiasmo -celebrando lo ingenioso de su idea- lo de “mesías tropical” para definir y descalificar a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un personaje al que vieron, y con razón, no como un actor político más, sino como el enemigo mortal de un statu quo que les beneficiaba. Se trató de una definición cargada de menosprecio y clasismo. Supusieron que con un par de palabras se podía sintetizar y deslegitimar el estilo, el liderazgo, el proyecto y todo el largo esfuerzo de alguien que proponía reconstruir el sistema de poder que emergió del agotamiento de la Revolución Mexicana, especialmente en su fase neoliberal.
Si ya definir a AMLO como mesías -el anunciado por los profetas y al que Dios enviaba a liberar a su pueblo y traerle la paz, según el Antiguo Testamento- era una burla, el añadirle el calificativo de “tropical” remachaba el desdén. Imaginar un mesías en el Medio Oriente era posible, pero ¡en el trópico! absurdo. Ya lo había asegurado Montesquieu: en el trópico la sangre se adelgaza y todo -plantas, animales y hombres- es de menor calidad. Así que “mesías tropical” fue una doble descalificación que dejaba al personaje en cuestión como una excentricidad que podría ser un distractor, pero de ninguna manera un actor a tomar en cuenta en el drama político de un México encaminado a consolidarse como nación moderna.
Sin embargo, y contra todas las expectativas y pronósticos de esos personajes e intereses, AMLO logró construir un partido político y un movimiento social de oposición que hoy puede alcanzar la Presidencia por la vía pacífica, institucional, pese a la propia historia de México, país refractario a la práctica genuina de la democracia política.
En esta coyuntura, quienes le colgaron a AMLO el sambenito de mesías o de “peligro para México”, como una forma de anularlo políticamente, hoy ven con horror cómo parte importante de la sociedad ha desoído sus sabias opiniones y una mayoría -relativa o absoluta- puede darle un mandato a él y su partido para que redefinan el rumbo del país mediante una modificación de su régimen político. Entendiendo el concepto de régimen no en un sentido formal sino sustantivo: el de las reglas efectivas, reales, del juego del poder, de ese que afecta la distribución de las cargas y de los beneficios de la actividad social.
En vísperas de la elección y con una mezcla de angustia y de esperanza de influir en el ánimo de los electores indecisos, quienes descalificaron a AMLO se han visto obligados a asumir el papel de profetas, de nuevos Jeremías -¿también tropicales?-, que anuncian grandes males si el pueblo no enmienda en el último momento sus preferencias. Recordemos que, en nuestra cultura, el profeta es también un enviado de Dios que trae un mensaje. Jeremías destacó por pronosticar que su pueblo sería castigado por negarse a escuchar la palabra de Dios. Bueno, estos nuevos Jeremías aseguran que AMLO significaría el regreso del abominable priismo clásico, del autoritarismo puro, del que cerrará y arruinará a la economía -acabará con el TLC, expropiará y reestatizará empresas, subsidiará lo incosteable e indebido, detendrá la construcción de infraestructura indispensable (el nuevo aeropuerto)-, hará un pacto de impunidad con el crimen organizado y con el Presidente saliente, echará por la borda la reforma educativa, pondrá a Morena en manos de sus hijos, aceptará en su partido a corruptos, no entenderá la complejidad del sistema internacional y propiciará movilizaciones constantes. En una palabra, AMLO presidente asegurará la ruina del país y la pérdida del futuro.
Estos profetas tropicales del desastre piden a los seducidos por el populismo y la demagogia amlobiana que, al menos, voten diferenciado, que no se entreguen de lleno al mal y que lo limiten apoyando en el Congreso a los partidos tradicionales.
Ni duda que los temores de los profe-tas del desastre ante un posible triunfo de AMLO tienen base, pero se explican menos por los argumentos que esgrimen y más porque, de tomar el poder, el tabasqueño va a afectar sus intereses particulares, que van desde la posible pérdida de los escandalosos privilegios fiscales de grandes grupos empresariales -miles de millones de pesos- hasta la pérdida de los beneficios y el status que dan los privilegios del poder o del acceso a los corredores de ese poder. Sin embargo, es mucho pedir que un reacomodo o reestructuración de la estructura del poder sea rechazado por las víctimas de un sistema oligárquico, corrupto hasta la médula, brutalmente extractivo, que ha congelado la movilidad social y cuyo modus operandi significa para la mayoría tener como horizonte la grisura y angustia permanentes, a la injusticia y a la indignidad de ser tratados como súbditos y no como ciudadanos.
Lo dicho al inicio: los elementos de la coyuntura política actual fueron puestos en su lugar y desde hace tiempo por los que hoy claman al cielo, o al fraude, que los salve del “mesías tropical”.
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Fuente: Reforma