La derrota paralizante en Chihuahua

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Por Luis Javier Valero Flores

Si hace seis años el discurso de toma de posesión de César Duarte tuvo como una de sus más emblemáticas frases la dirigida contra el gobernador saliente, José Reyes Baeza, –el poder es para poder y no, para no poder–, el del ahora gobernador electo, Javier Corral, también tuvo como frases centrales las dirigidas a César Duarte: “El poder es para servir” y la que, al momento de pedirle a sus simpatizantes, en el mitin de la “victoria” del viernes en la capital del estado; que no lo dejaran solo para “quitar al César lo que no es del César, y darle al pueblo lo que es del pueblo”.

Así selló su aplastante triunfo electoral del domingo anterior, en lo que es la peor derrota del PRI en la entidad y seguramente en la peor de las 9 derrotas sufridas por el priismo, que sólo ganó 5 de las 14 elecciones celebradas en esa fecha.

El partido del presidente Peña Nieto sólo ganó en Hidalgo, Tlaxcala, Oaxaca, Sinaloa y Zacatecas. Además de las gubernaturas, perdió en las elecciones constituyentes de la Ciudad de México, en la que obtuvo el 9% de la votación.

Pero si la derrota del priismo es histórica en el país, la que recibió en Chihuahua supera todos los parámetros. Pierde la mayoría en el Congreso del Estado y, con excepción de cuatro municipios de mediana a menor población –Guerrero, Guadalupe y Calvo, Jiménez y Guachochi–, perdió todos los municipios con la mayor población de la entidad.

El PRI quedó en segundo lugar de la votación, pero la población que gobernará en el ámbito municipal quedará muy por debajo, ya no de la del PAN, sino de la gobernada por los candidatos independientes –Armando Cabada en Juárez y Alfredo Lozoya en Parral– cercana a la mitad de la población del estado.

Además, con toda seguridad, el PRI puede quedarse, solamente, con 7 diputados, 6 de mayoría relativa y uno de representación proporcional, si ninguna de las 3 elecciones distritales más disputadas cambia de resultado, de acuerdo con los mostrados por el PREP.

Pero si un distrito más le fuera adjudicado al PRI, entonces no tendría derecho a la plurinominal, lo que le abriría la puerta a la segunda diputada de Morena, que probablemente sería Leticia Ortega, de Juárez.

En caso de que así ocurriera, entonces el PAN se quedaría con 15 diputaciones, sin poder acceder, tampoco, a una plurinominal.

Y es que el PRI y el gobernador Duarte nunca pensaron en la posibilidad de perder las elecciones y aprobaron una ley electoral que les permitió concretar diversas candidaturas comunes en las elecciones distritales, pero en las que acordaron repartirse anticipadamente el 100% de los votos –para el reparto de diputados y prerrogativas– a los partidos aliados, en distintas proporciones en cada distrito.

De tal manera que si los resultados no cambiaran, el PRI obtendrá alrededor del 14 de la votación, razón por la que sólo puede acceder al 22% de los diputados del Congreso del Estado, lo que significan 7.2 diputados, es decir, no puede tener 8.

Cosa semejante le pasa al PAN. Obtuvo el 36% de los votos, y por la regla de la sobrerrepresentación, la de que no deben rebasar el 8% respecto de la obtenida, entonces el PAN sólo puede acceder al 44% de los diputados, es decir, no puede tener más de 14.52 diputados, pero como obtuvo 16 de mayoría, y ésos no se pueden quitar, entonces no accederá a las plurinominales.

Así, en la primera ronda accederían a diputaciones “pluris” todos los partidos, con excepción del PAN, y en la segunda ronda accederían al segundo diputado Panal, Verde y PT, y quedaría fuera Morena, a pesar de rebasar el 5% de la votación (obtuvo poco más del 7%).

Pero si el PRI ganara uno más, ya no tendría derecho al “pluri” y entraría la de Morena.

Así, se perfila, entonces, un Congreso sin mayoría. Bastará con que un legislador vote con la primera minoría, el PAN, para ganar las votaciones congresales.

Pero deberán obtener el concurso de diputados de varios partidos para aprobar reformas constitucionales o la aprobación de cosas por mayoría calificada.

Sin embargo, es probable que varios partidos y candidatos impugnen el acuerdo de candidaturas comunes del PRI y sus partidos, por lo que la composición definitiva del Poder Legislativo se resolverá hasta unos días antes de la toma de posesión ¡A fines de agosto!

Lo anterior es sólo una de las múltiples consecuencias del sonoro revés que la mayoría de los electores le dieron al partido y al grupo gobernantes en Chihuahua. A ello contribuyó, también, la baja calificación del gobierno de Enrique Peña Nieto.

Corral ubicó desde el primer momento lo que fue el principal factor de su triunfo, el de la promesa de llevar a la cárcel al gobernador Duarte.

Realizar una exhaustiva investigación y elaborar una correcta carpeta de investigación para que la denuncia no ofrezca cabos sueltos, será una de sus principales responsabilidades.

No será un proceso exento de presiones y de los juegos del poder, de tal manera que la resolución jurídica, en cualquiera de los dos sentidos, la culpabilidad o la inocencia de César Duarte y los funcionarios involucrados, emitida por los dos niveles del Poder Judicial, deberá ser suficientemente contundente para ofrecerle a los chihuahuenses mayor confianza en el Poder Judicial.

Y ahí no deberán equivocarse los panistas y el nuevo grupo gobernante. El triunfo se los entregó la gente debido al rechazo generalizado al gobierno de César Duarte que creció de manera insospechada.

Los signos eran visibles en el curso de la campaña y en los años previos. Pero los priistas obtuvieron un “falso positivo” en las elecciones del año anterior; nunca aceptaron, ni de lejos, la posibilidad de la aparición del voto de castigo, ni que las elecciones de diputados federales no concitaban interés alguno.

Los chihuahuenses se las cobraron de la peor manera, incluyendo una buena parte de los activistas priistas, y de muchos empleados de gobierno y maestros, que lo hicieron en sentido contrario al esperado por sus jefes.

El hartazgo inundó hasta las dependencias gubernamentales, sólo que fue un rechazo encubierto, sólo los activistas sociales, los militantes panistas, los de Morena y algunos ciudadanos lo hicieron patente, el resto de la sociedad se lo guardó y engañó a las empresas encuestadoras, a los equipos de gobierno metidos en las campañas, a las encuestas del partido gobernante, a todos.

Son de escándalo las discrepancias entre las mediciones de las encuestadoras y la realidad electoral de Chihuahua.

Podemos convenir en que sólo eran “retratos” del momento, pero vaya lejanía, el gran problema es que fueron concebidas y publicadas para actuar como instrumentos de propaganda.

Bueno, pues ya ni para eso sirven.

Las encuestas, sobre todo la de Mitofsky en las preferencias de Juárez ¡Le dió 5% a Armando Cabada! Luego, Reforma, a unos cuantos días de las elecciones mostró empate a 39% entre Teto Murguía y Cabada ¡10 puntos menos al ganador y 15 puntos más al perdedor!

Sin embargo, no deberán equivocarse los panistas, es una frase extendida, no ganó el PAN, perdió el PRI; la llegada de Javier Corral no significa, de ninguna manera, como lo dijo Francisco Barrio en Chihuahua, el viernes, el rescate de “la casa grande del terrible estado que han dejado tres gobiernos del PRI”.

No, no es el rescate para el PAN, o para los panistas. Una buena parte de los electores lo hizo de manera diferenciada y otros, muchos, marcaron el emblema del PAN en todas las boletas “para que no se vaya solo Corral”.

Muy probablemente si otro hubiese sido el candidato del PAN, con un discurso menos crítico, sin los antecedentes opositores, congruentes y su indudable acercamiento a las posturas de centro-izquierda de Corral, a lo mejor no hubiese resultado igual, lo cierto es que las encuestas del PAN ubicaron, siempre, a Javier Corral como el que le podía ganar al candidato del PRI, Enrique Serrano, por eso lo llamaron, después de anunciar que no buscaría la candidatura.

Y para ganar ha debido recurrir al apoyo de decenas de miles de votantes de la izquierda, de decenas de miles de electores priistas, de muchos ciudadanos desencantados de los partidos y de miles y miles de chihuahuenses que optan, en cada elección, por uno ú otro candidato, de ahí la necesidad de que su gobierno vaya más allá de los límites, errores y deficiencias de su partido, porque también contra el PAN existe un desencanto.

No deberá olvidarlo.

Finalmente, en la parte final del discurso de Corral en Chihuahua apareció un paralelismo, sorprendente, entre Duarte y Corral, cuando dijo que “Sin mojigaterías falsas, sin andar consagrando a ningún santo al estado de Chihuahua, me pongo en manos de Dios… respetando, incluso, a quienes no creen, haré un gobierno plural, laico incluyente, pero en lo personal me pongo en manos de Dios para servir, con honor, con pasión, con alegría y con honestidad al gran pueblo de Chihuahua”, cuando a quien tiene que responderle, no es a su Dios, –lo que le respetamos, dadas sus creencias– sino al pueblo de Chihuahua.

Duarte cometió el error de “consagrar”, al espíritu santo, a Chihuahua; Javier Corral tampoco tiene el derecho de colocar al Gobernador de Chihuahua en más manos –públicamente– que las del sufrido pueblo (católico, protestante, evangélico, mormón, cristiano, judío, musulmán, ateo, etc.) que le entregó su confianza.

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