Las élites se sienten la crema y nata de este país. Se han pensado y han actuado siempre como sus dueños (…) moldean la opinión publica y conducen así al vulgo. Son el rostro de México en el mundo: la gente decente
No pueden contenerse. Están rabiosos, hartos, decididos a “jugarse el todo por el todo” o más bien a que Donald Trump y sus marines se encarguen del asunto. Jugaron a ser demócratas, pero ya se dieron cuenta de que eso no es lo suyo; es cosa de la plebe, de los ignorantes, de los pobres.
Votaron por Andrés Manuel López Obrador —dicen y también en eso mienten— sólo gente sin educación, “ninis” sin oficio ni beneficio, que no pagan impuestos. La que votó en contra, en cambio, fue la élite, la que ha hecho a este país, la gente de bien.
El racismo se asoma en cada frase que dicen. No pueden evitarlo, miran siempre con desprecio, de arriba para abajo, a los indios, a los nacos, a “esos” que no se merecen ni siquiera un epíteto. No eres para ellos una persona mayor; eres viejo, y si eres viejo eres por fuerza senil. Eres siempre puto, maricón o prostituta, ignorante, imbécil, retrasado mental; el mismo repertorio de insultos del fascismo, la misma soberbia. Tienen mucho miedo al populacho; lo odian.
Les fallaron José Antonio Meade y Ricardo Anaya. Al PRI lo deshizo el corrupto e impresentable de Enrique Peña Nieto. Al PAN lo desbarató Felipe Calderón. De su propia responsabilidad en la debacle de esta oposición electoralmente despedazada, políticamente desarticulada, moralmente derrotada no dicen ni una palabra. Ganó, según ellos, el hartazgo de la chusma, no la propuesta de López Obrador.
Las élites se sienten la crema y nata de este país. Se han pensado y han actuado siempre como sus dueños. Dicen ser los que crean empleos, producen la riqueza, moldean la opinión publica y conducen así al vulgo. Son el rostro de México en el mundo, la gente decente. Las y los que se codean con los poderosos de otros países.
Su resentimiento no es sólo para la gente de abajo. También temen y odian a quienes tienen más dinero y sobre todo a aquellos que dialogan, de manera constructiva y constante, con López Obrador, y que han manifestado y mantenido siempre una actitud de respeto irrestricto a la democracia. Contra ellos despotrican con saña, porque de clase ellos sí tienen conciencia.
Están encabronadísimos y tienen razón. El Presidente ya no se arrodilla ante ellos, no obedece sus órdenes, ni siquiera las escucha. Con indignación gritan que “les ha dado la espalda”.
Los conjurados están por todas partes. Los hay amateurs que, motivados por un personaje patético, copia fársica del traidor Juan Nepomuceno Almonte, escuchan arengas golpistas como si fueran conferencias de autoayuda. A esos, con ignorarlos basta.
Los hay también, y son legión, en los medios. Nunca un Presidente había sido sometido a un linchamiento mediático tan feroz. Aunque nunca tuvieron la libertad de la que hoy gozan, jamás habían perdido tantas dádivas y privilegios. Extrañan el yugo al que estuvieron sometidos y las fortunas que les pagaba el Estado.
Ellos preparan el terreno a los más perversos y sofisticados de entre los conjurados: los que buscan que el caos y la muerte imperen en México para volver al poder y que tienen, como Felipe Calderón, las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos llenos del dinero del pueblo.
A esos hay que desenmascararlos, ponerlos en evidencia, desarmarlos con la razón, contraponer a su llamado a la violencia una defensa creativa, audaz, pacífica pero enérgica, de la democracia.
@epigmenioibarra