Nada más sagrado, en una democracia, que la libertad de disentir y la libertad de expresar lo que se piensa, se cree y se siente. Nada más cierto que hoy, en México, esas dos libertades, por las que tantas y tantos ofrendaron la vida, son respetadas y están garantizadas plenamente por el responsable del poder ejecutivo.
No amenaza, ni velada ni directamente, el presidente de la República, como era la vieja usanza en el régimen neoliberal, a las y los periodistas, tampoco pretende callarlos o comprarlos y quien sostenga lo contrario, miente.
Se confronta, eso sí y con firmeza, con la poderosa élite de “líderes de opinión” que, las tres últimas décadas, monopolizaron los espacios más influyentes en los medios de comunicación masiva.
Esta confrontación era a mi juicio ineludible y es además impostergable, necesaria y saludable para la República y la democracia. Tras el fracaso de todos sus embates contra Andrés Manuel López Obrador.Tras haber fallado en las urnas, en las calles, en los tribunales y en el Congreso.
Sin ideas.
Sin un programa para atraer a las grandes mayorías.
Sin líderes con prestigio.
Sin un movimiento capaz de frenar al presidente.
La oposición se ha visto obligada a desplegar -en primera línea y unificada, ahora que todas y todos han declarado ser como Loret- a ese élite intelectual y “periodística” y a recurrir a las viejas mañas con las que, en el pasado, destruyó o frenó a líderes y movimientos opositores.
Callar ante la difamación, ceder ante la presión, replegarse, eludir la confrontación hubiera significado el fin no solo de López Obrador sino el de todo el proceso de transformación del país.Porque de eso se trata todo esto; de frenar, a cualquier costo, esa revolución pacífica que, en libertad y con democracia, se está produciendo en México.
Aquí no votamos, quienes, como parte de una abrumadora mayoría, lo hicimos por López Obrador, solo por un cambio de presidente sino por un cambio de régimen.
Y lo hicimos, además, conscientes, de que la humillación, la masacre y el saqueo de la Nación, perpetrados por los gobiernos neoliberales del PRI y el PAN, fueron posibles por el complejo entramado de dominación nacido de la sumisión del poder político al poder económico y al poder mediático.
Desde que Vicente Fox llegó a la presidencia y abdicó ante los medios, la élite intelectual y periodística, que hasta entonces había estado solo al servicio de los gobernantes, comenzó a desempeñar un papel protagónico en el escenario político.
Su aval, su complicidad con el robo de la presidencia perpetrado por Felipe Calderón, el apoyo que le brindó a la guerra que este usurpador nos impuso, la llevó a acrecentar su poder e influencia y a convertirse en la fuerza determinante, para en el 2012, inventar a un presidente.
Hoy, ese mismo grupo de privilegiados, siguiendo los pasos de uno de los más desprestigiados e impresentables de sus integrantes, pretende, manchar, destruir, y quitar al presidente más votado de la historia.
No es solo contra un hombre y su familia que, con sus calumnias, se lanzan.
Hundir a López Obrador, denunciarlo, enjuiciarlo, deponerlo y encarcelarlo, hoy que, como presidente, ya no tiene fuero, si tuvieran pruebas, les sería muy fácil.
Van, tan patéticos como rabiosos, fingiéndose víctimas y con una sed insaciable de venganza, contra la voluntad mayoritaria expresada en las urnas el 2018.
Por eso, para mí y en defensa de la democracia, es un derecho y un deber ineludible entrarle, al lado de López Obrador, a esta confrontación decisiva, porque, como decía Martin Luther King: “Ante la urgencia feroz del ahora… no es momento de tomarse el tranquilizante del gradualismo”
@epigmenioibarra