Por John M. Ackerman
El vacío de poder ha llegado a extremos tan profundos que es necesario actuar desde antes de las elecciones del primero de julio para rescatar a las instituciones públicas. Mientras José Antonio Meade recurre a los mismos discursos priístas desgastados de siempre sobre su supuesta voluntad de ahora sí combatir la corrupción, Andrés Manuel López Obrador ha pasado directamente a la acción. Hoy, lunes 29 de enero, el tabasqueño somete públicamente a consideración del Senado sus propuestas de candidatos para ocupar tanto la Fiscalía General de la República como las fiscalías especializadas en materia de combate a la corrupción y delitos electorales.
Hoy estos tres cargos fundamentales para garantizar el estado de derecho se encuentran ocupados por simples encargados de despacho. Si el gobierno en funciones no puede, o no quiere, hacer lo que le toca, en este caso proponer formalmente las ternas correspondientes, entonces lo debe hacer quien ya se prepara para ocupar Palacio Nacional.
Después de 12 años de lucha constante y sin descanso, finalmente se ha hecho realidad la presidencia legítima de López Obrador.
Recordemos que a partir del descarado fraude electoral de 2006 se sometió a la consideración de los un millón 25 mil 724 delegados de la Convención Nacional Democrática (CND) la pregunta de si esta agrupación debería consolidarse como un movimiento social de resistencia y oposición o si más bien habría que designar al tabasqueño como presidente legítimo de todos los mexicanos para, de manera similar a Benito Juárez durante la ocupación francesa, ejercer un poder alterno desde la sociedad y en favor de todo el pueblo mexicano.
Después de un álgido debate, la mayoría de los delegados de la CND decidieron rechazar tajantemente la usurpación de Felipe Calderón así como desconocerlo como Presidente de la República. Ello conllevó naturalmente a reconocer a López Obrador como el verdadero ganador de las elecciones y, por lo tanto, el presidente legítimo de todos los mexicanos. El candidato de izquierda luego tomaría posesión simbólicamente de su nuevo cargo el 20 de noviembre de 2006 frente a cientos de miles de ciudadanos libres reunidos en el Zócalo capitalino.
En su momento, muchos criticaron esta decisión de la CND. Desde la izquierda, se cuestionaba la supuesta obsesión de López Obrador con las formalidades institucionales y gubernamentales. Habría que apostar a la construcción de un gran movimiento social capaz simultáneamente de tumbar al régimen autoritario y transformar radicalmente las coordenadas del poder social, argumentaban algunos.
También hubo fuertes cuestionamientos desde la derecha. A estos sectores les irritaba sobremanera que López Obrador se negaba a quedarse en una sola trinchera, la social o la partidista, sino que insistía una y otra vez en combinar ambas luchas. Que López Obrador se vaya a las barricadas o, en su caso, a una curul en el Senado, para tenerlo aislado o controlado, decían muchos voceros del poder.
Pero los pasados 12 años han demostrado que la CND tuvo razón. En lugar de escuchar el canto de las sirenas de los cargos públicos o buscar la comodidad de las luchas sectarias de la oposición permanente, López Obrador ha logrado encabezar un esfuerzo sui generis que une la lucha social y la vocación de servicio público. Al negarse a jugar por las reglas de la democracia simulada, López Obrador ha demostrado en los hechos que es un verdadero candidato anti-sistema que busca transformar tanto la forma como el fondo de la política nacional.
No debería ser sorpresa para nadie entonces que la precampaña de López Obrador cada día se parece más a una marcha triunfal hacia Palacio Nacional que a una campaña política normal. El ex presidente de Morena ya no está solamente buscando votos sino también está construyendo desde ahora una nueva coalición gobernante plural capaz de unificar a todos los mexicanos. Hay que complementar las legítimas reacciones personales y emocionales con un análisis científico de la coyuntura histórica. Por ejemplo, más allá de lo que uno pueda y deba comentar sobre las cuestionables trayectorias de personajes como Gabriela Cuevas, Miguel Barbosa y otros similares, hay que reconocer que su decisión de sumarse a Morena implica un rompimiento histórico tanto del Prian que malgobernó el país entre 1988 y 2012 como del Pacto por México que amplió y dio continuidad a esta coalición autoritaria, con la incorporación del PRD, durante el sexenio de Peña Nieto.
La alianza autoritaria que traicionó la esperanza ciudadana de lograr una verdadera transición democrática hoy yace hecha añicos. Ello implica una enorme oportunidad para empezar de nuevo, aprendiendo desde luego de los errores que todos cometimos durante las pasadas tres décadas, para ahora sí lograr un verdadero cambio de régimen hacia la paz, la justicia y el desarrollo.
Twitter: @JohnMAckerman
Fuente. La Jornada