Por Jorge Zepeda Paterson
En cada organización trotskista integrada por tres miembros existen cuatro facciones políticas, solían decir los clásicos. Una frase para recordar ahora que las dos principales fuerzas de la izquierda en México han abierto hostilidades, una en contra de la otra. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es sólo un líder populista, no es de izquierda, dijo Jesús Ortega, cabeza del grupo llamado Los Chuchos, que controla al PRD, el partido dominante de la izquierda en México. Por su parte, AMLO ha afirmado en repetidas ocasiones que los dirigentes actuales del partido son acólitos del Gobierno de Peña Nieto, cómplices del PRI.
Más allá de los dichos, lo cierto es que ahora que el lopezobradorista Movimiento de Renovación Nacional (Morena) es oficialmente un partido político las dos fuerzas tendrán que emprender una lucha fratricida por su sobrevivencia compitiendo por el mismo electorado. Morena literalmente: para conservar su registro debe obtener 3% de la votación en el verano de 2015, en las elecciones llamadas intermedias. Se da por descontado que la organización de AMLO conseguirá su registro, pero es una incógnita el daño final que pueda provocar en el PRD, aunque se anticipa que no será menor.
¿Qué es más fuerte, el hombre o el partido? El tabasqueño ha sido el motor del ascenso electoral de la izquierda en los últimos 15 años y el líder político con mayor peso en México en décadas. Siempre quedará en duda si efectivamente ganó la presidencia en los comicios de 2006, y en 2012 logró ubicarse como segundo en la contienda, apenas a seis puntos de Peña Nieto. Su capacidad de convocatoria para movilizar a cientos de miles en el Zócalo en el pasado lo convierten en un fenómeno sin parangón en la escena pública. López Obrador no lo ha dicho así, pero en la práctica opera como una paráfrasis de Luis XIV: “La izquierda soy yo”.
Cuando López Obrador sintió que el PRD tomaba posiciones ajenas a su parecer decidió llevarse su pelota a jugar a otro lado. Políticamente es válido, incluso congruente. Pero siempre queda la impresión de que el tabasqueño tenía la fuerza y el liderazgo para luchar por el control del partido, si lo hubiera querido. Sus detractores dirán que el líder deseaba un movimiento propio, absolutamente plegado a su voluntad. Sus partidarios abogarán por la necesidad de depurar a la izquierda de las corrientes burocráticas y entreguistas. Sea una razón u otra, a nadie escapa que el efecto de la división de la izquierda será devastador, aun cuando sea difícil de calcular.
Según encuestas del diario Reforma si hoy fueran las elecciones, el PRD obtendría el 16% de la intención de voto contra el 7% de Morena (y otro 7% sumado de PT y Movimiento Ciudadano, las otras dos organizaciones de izquierda). Eso colocaría al partido por debajo del PRI y el PAN, pese a que toda la izquierda sumada constituiría la segunda fuerza con amplio margen. El efecto en el Distrito Federal es todavía más notorio: Morena obtendría 14% contra 29% del PRD, es decir, prácticamente la mitad.
Ciertamente, el PRD es muchas cosas además de López Obrador. En las elecciones de 2012, Miguel Mancera se convirtió en jefe de gobierno de la Ciudad de México con más del 60% de los votos, la abrumadora mayoría sufragados a favor del Partido de la Revolución Democrática. Posee además fuertes clivajes con organización popular en la capital. Por su parte la presencia real de Morena todavía está por mostrarse. De entrada el proceso para lograr su registro resultó desesperanzador: de las cinco millones de firmas prometidas al inicio (reducidas a dos millones poco después) terminó entregando poco más de las 232.000 exigidas.
Por otro lado, nadie ignora que las convocatorias multitudinarias de López Obrador son cosa del pasado. “La madre de todas las batallas” que constituía la oposición a la “privatización del petróleo” a las que el Gobierno tanto temía, quedaron reducida a actos simbólicos contra todo pronóstico.
Y, sin embargo, Morena llegó para crecer a costa del PRD, lo cual no deja de ser paradójico. Nació en un intento de deslindarse del “entreguismo” de PRD al Gobierno priista, pero su existencia otorga enormes beneficios al PRI. Usualmente, las elecciones intermedias son incómodas para el partido que gobierna en Los Pinos, pues suele perder posiciones en las cámaras. Probablemente no vaya a ser el caso en el 2015 gracias a la fragmentación de la izquierda. Más importante aún, si Andrés Manuel López Obrador persiste en su deseo de convertirse en candidato presidencial para los comicios de 2018, la izquierda llegará con dos candidatos. Una fórmula casi segura para que el PRI pueda repetir otro sexenio en el poder. Tendría incluso amplias probabilidades de recuperar el gobierno de la Ciudad de México si PRD y Morena la enfrentan divididos.
Andrés Manuel López Obrador no es la izquierda, ciertamente, aunque intenta depurarla; en el camino puede ser el paladín de su derrota.
Fuente: El País