Por Epigmenio Ibarra
Fue, el de Genaro García Luna, un juicio cuidadosamente contenido por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
Nada que pusiera en evidencia a la sangrienta y fallida estrategia de guerra contra las drogas de ese país fue expuesto ante el jurado y los medios de comunicación por los fiscales.
Nada se dijo de la actuación de las distintas agencias estadounidenses responsables del meteórico ascenso de García Luna y de cómo, este hombre que las traicionó, logró colarse a la Casa Blanca.
Menos todavía se reconoció, así fuera tangencialmente, la existencia de cárteles norteamericanos de la droga.
Se habló, es cierto, de las astronómicas cifras que recibieron y reciben los capos mexicanos, pero no se habló de cómo el valor de la droga se multiplica en las calles de las ciudades estadounidenses y de la forma en que, con esos miles de millones de dólares, se oxigena a la economía norteamericana.
Fue, el del “súper policía”, un juicio hipócrita y puritano diseñado para que el honor de Washington y de la elite gobernante, que ven al capo en el ojo ajeno y se rehúsan a ver a los grandes cárteles anglosajones en el propio, no quedaran en entredicho.
Y fue, también, un juicio conveniente y útil para los intereses estadounidenses diseñado para que, toda la “vergüenza” cayera sobre México, aunque en eso, una maniobra más para someternos, para exponernos mediáticamente, se equivocaron.
Y es que no se exhibió a nuestro país y a su gente en el juicio, como sostienen con falso pudor, quienes aquí tuvieron el descaro de salir en defensa de García Luna. Se exhibió a los corruptos y asesinos, que bajo los colores del PRI y el PAN nos gobernaron.
“Camina un hombre muerto” dicen en las cárceles de los Estados Unidos al paso de un condenado a la pena capital. “Habla un cadáver político” habrá que decir cada vez que aparezcan Vicente Fox o Felipe Calderón; cada vez que su partido y la derecha conservadora se den baños de pureza.
Como culpables pasarán el expresidente y el usurpador a la historia no sin antes -eso espero y por eso he de trabajar- responder ante un juez por el fraude electoral, la traición a la patria, la matanza y el saqueo de la nación, crímenes todos de los que, con García Luna, son corresponsables.
A Fox y a Calderón, los condenó irremisiblemente la historia al pronunciar el jurado su fallo, declarar a García Luna; “culpable de todos los cargos” y considerarlo, fuera de toda duda razonable, un criminal que merece castigo.
Habrá que esperar ahora a que el Juez Brian Cogan pronuncie la sentencia.
¿Será tan severa como la que se merece quien traiciona al gobierno estadounidense que confió en él y que, incluso, lo condecoró?
¿Será tan suave como la que se le ofrece a quien, para salvarse, está dispuesto a traicionar a esas y esos que, en México, le volvieron uno de los hombres más poderosos del país?
¿Negociara García Luna al verse perdido?
¿Qué podrá ofrecer al gobierno de los Estados Unidos?
A temblar, insisto, deben ponerse ahora; en los medios, las finanzas y la política todas y todos esos que fueron responsables y, a la vez, beneficiarios del meteórico ascenso de García Luna; quienes participaron en sus montajes y le cantaron alabanzas, sus cómplices y socios, sus prestanombres, sus aliados políticos.
Son ahora, todas y todos ellos, moneda de cambio en manos de un hombre desesperado que nunca ha tenido escrúpulos y que, puede entregarlos, a cambio de pasar menos años en la cárcel.
Se hizo justicia; justicia incompleta, pero justicia.
La historia, sin embargo, no termina al cerrarse la puerta de la celda de García Luna en una prisión norteamericana y nos ofrece, le ofrece al gobierno de México, la oportunidad única de completar el trabajo.
Deben recuperarse los recursos sustraídos por García Luna y sus cómplices, hablar de lo que los norteamericanos callaron, mantenerse firmes en la tarea de construcción de paz y, sobre todo, investigar y procesar tanto a Vicente Fox como a Felipe Calderón.
@epigmenioibarra