juicioexpresidentes.mx: detrás de la consulta

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Por Epigmenio Ibarra

Soy terco. No quito el dedo del renglón. Sé que lo que no se evoca constantemente, desaparece de la memoria; que lo que no se nombra, no existe; que lo que no se muestra con frecuencia ante los ojos propios y los de los demás, termina por desvanecerse. Sé también que el peso avasallador del silencio, el olvido, la resignación o la indiferencia vuelve mansos y fáciles de esclavizar a los seres humanos.

“Somos —dice José Saramago— la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”. A eso me atengo. Estas palabras nutren y dan sentido a mi terquedad, a mi forma de vivir. No olvido jamás; tengo, para el dolor de mi pueblo, memoria de elefante, y aunque no pertenezco a ningún partido no dudo ni temo tomar partido.

La memoria y la responsabilidad nos significan. Nada seríamos sin ellas. Memoria de lo bello, lo entrañable, lo sublime, lo doloroso y lo terrible, pero memoria viva. Responsabilidad ante nuestro propio destino, ante nuestros semejantes, nuestro país, nuestro tiempo. No hay nada como tomar las riendas en lugar de simplemente dejarse arrear por otros. Nada como saber de dónde se viene para abrirse paso hacia el futuro. Nada como soltar todo el lastre y liberarse.

Esa arrogancia, la de ser libre, de la que habla Andrés Manuel López Obrador, alienta también mi terquedad. Para acicatear la memoria propia y la de otras y otros me ha servido siempre la libertad. Para responsabilizarme, asumir compromisos e invitar a otras y otros a hacerlo me sirve también ser libre. Sólo de la memoria y la responsabilidad soy esclavo.

Esto es lo que hay detrás de mi decisión indeclinable de promover que se juzgue a los expresidentes: memoria de los crímenes que cometieron, responsabilidad con mi gente y mi país y, sobre todo, libertad; una libertad que para serlo ha de ser contagiosa y compartida. A nadie obedezco más que a mi conciencia; no hago más que tomar partido por la justicia sin la cual no tendremos la paz que merecemos.

La democracia —para mí— es el libre ejercicio cotidiano de una responsabilidad que no se extingue el día que se deposita el voto en la urna. Yo no doy cheques en blanco a quienes gobiernan ni espero que hagan ellos solos todo el trabajo. Los elegimos para conducir al país por la ruta que todos decidimos no para apropiarse de él. La democracia es participación activa y constante. Quienes votamos por el cambio de régimen dimos, ese 1 de julio de 2018, apenas el primer paso; nuestra tarea está inconclusa. No hemos cumplido aún nuestra responsabilidad.

Dice Sócrates en el Diálogo de la retórica, de Platón: “Cometer una injusticia no es más que el segundo mal en cuanto a magnitud; pero cometerla y no ser castigado es el primero y el más grande de los males”. Ante esto nos ha colocado, a usted y a mi, la historia: el más grande de los males haríamos a nuestro país si no nos pronunciamos, las y los ciudadanos, porque la justicia alcance a quienes, al amparo del poder, cometieron crímenes atroces.

Como a cualquier ciudadano que comete un delito, ha de juzgarse a los ex presidentes. No es por consigna ni por conveniencia política que yo y muchas y muchos más lo exigimos. Tampoco es sed venganza la que tenemos. Nada personal tengo en contra de Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto. No me mueve el odio, es mi conciencia y la certeza de que si permanecen impunes otros habrá, en el futuro, que repetirán el mismo crimen y correrá así más sangre y habrá de ser aún más hiriente la injusticia.

@epigmenioibarra

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