Hay pocas dudas de que Jeb Bush posee sólidos atributos para atraer a los electores hispanos.
Habla español con fluidez. Su esposa, Columba Bush, nació en México. Cuanto era veinteañero, vivió por dos años en Venezuela, sumergiéndose en la cultura del país.
Bush, quien fue gobernador de Florida y es probable candidato presidencial, nació en Texas en una de las dinastías políticas más prominentes de Estados Unidos. Pero aparentemente, al menos en una ocasión, se dejó llevar por su atractivo para los electores que hablan español y aseguró ser hispano.
En una solicitud de registro electoral del 2009, obtenida en el Departamento de Elecciones del Condado Miami-Dade, Bush marcó “hispano” en el renglón de “raza/origen étnico”.
Una portavoz de Bush no pudo explicar el incidente. Sin embargo, este lunes por la mañana Bush recurrió a Twitter para catalogar como un error la situación.
Carolina López, asistente de supervisión de elecciones en Miami-Dade, dijo que los electores deben presentar ejemplares de solicitudes firmadas antes de recibir su credencial de información electoral en la cual se confirma su domicilio y casilla electoral. De acuerdo con la División de Elecciones de Florida, en la solicitud se pide una firma original debido a que el elector está jurando o ratificando un juramento.
Las leyes de Florida estipulan que la firma, el número de licencia de manejo y el número de Seguro Social se eliminen antes de darse a conocer al público.
Aunque el hecho de que Bush haya asegurado ser hispano pudo haberse tratado de un error por descuido, durante una campaña electoral la confusión sobre la ascendencia no es cuestión de risa.
Durante su campaña del 2012 para el Senado, Elizabeth Warren de Massachusetts fue acusada de presentarse como indígena estadounidense. El senador texano Ted Cruz ha tenido que explicar la razón de que haya nacido en Canadá.
En cuanto a Bush, a quien este año Univisión se refirió como “candidato hispano”, hay pocas probabilidades de que su acercamiento con los electores hispanos se vea afectado. Si acaso, no volverá a subírsele a la cabeza.
Fuente: The New York Times